Artes

Un cuaderno para salvar judíos, por Patricio Pron

Por Patricio Pron | 27 de marzo, 2012

Nos gusta pensar en Marc Chagall como en un pintor vitalista rendido ante la belleza de la vida y de los sueños, que expresó mediante colores vívidos e intensos, pero lo cierto es que su pintura tiene un fondo trágico y es principalmente el testimonio de una comunidad y una cultura (las de los judíos rusos y centroeuropeos) que estuvieron en el centro de la historia terrible del siglo XX. Al inspirarse en la vida cotidiana de los judíos de Vitebsk (uno de los cuales fue el propio Chagall), el pintor la celebró al tiempo que lloró su pérdida, de allí la ambigüedad de su obra. Una buena parte de esa obra puede verse en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid desde el 14 de febrero y hasta el 20 de mayo; quienes no puedan asistir (y aquellos que lo hagan) deberían echar mano a continuación de las memorias del pintor (Mi vida; trad. Martí Bassets. Barcelona: Acantilado) y de Chagall en Rusia, la extraordinaria obra de Joann Sfar que publicó 451 Editores el año pasado.

Allí, el autor de Gainsbourg (vida de un héroe) presenta a un Chagall adolescente que (como el Cándido de la obra homónima de Voltaire) cree vivir “en el mejor de los mundos posibles” y de esa manera participa de la tradición de “tontos sabios” que tiene sus mejores exponentes en el Schweik del escritor checo Jaroslav Hašek, el Lev Nikolaevich Myshkin de El idiota de Fiódor Dostoievski y el John Yossarian de Trampa 22 de Joseph Heller; todos ellos se aferran a un sentido común que les hace pasar por idiotas en un mundo en el que ese sentido se ha perdido por completo, y eso le sucede también al Chagall de Joann Sfar, que a lo largo de la obra conoce a un carnicero de fuerza inusual que sirve de cabalgadura a un cosaco, a un violinista huído del Ejército Rojo y a un santón (todos salidos de los cuadros del pintor ruso), escapa por los pelos de pogromos brutales, presencia violaciones y asesinatos y monta un circo con criminales y prostitutas con la intención de cortejar a una mujer que no lo ama. Aunque Sfar no renuncia aquí a su estilo, el francés recurre a formas y colores que son deudores de la obra del ruso, y así, Chagall en Rusia funciona como el “cuaderno para salvar judíos” (70) que el protagonista pone a disposición de sus vecinos para salvarlos de la muerte. Es un final conmovedor para la obra: “la casamentera, el rabino, sus acólitos, los polis, las niñas, las madres, los papás… El violín, el clarinete, el mohel, los chismosos […] los klezmorim, los luftmensch” (122) y los demás habitantes de un mundo que va a desaparecer entran al cuaderno de Chagall y son salvados. Quizás esa sea la única función legítima del arte. Algunas de las páginas de ese cuaderno pueden verse en la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza.

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Publicado en Prodavinci bajo licencia creative commons

 

Patricio Pron 

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