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Tres episodios, por Mirtha Rivero

Por Mirtha Rivero | 7 de marzo, 2012

1. Fui a ver Caballo de guerra, la cinta de Steven Spielberg sobre un caballo purasangre que, de un día para otro, a comienzos de la Primera Guerra Mundial, es vendido a la Caballería británica. Yo no había visto el trailer de la película, y de la sinopsis, recordaba que el guión estaba basado en un cuento para niños. No sé qué esperaba ver, a lo mejor un cuento bonito, tipo ET, pero lo que fuera rápidamente se desvaneció. Apenas había pasado la mitad de la película, y ya me encontraba ansiosa mirando el reloj. ¡Qué carrizos hacía ahí!, me decía, moviéndome incómoda en la butaca. Suficiente con la vida contemporánea para, encima, meterme a contemplar dos horas de una tragedia de hace cien años. Porque en Caballo de guerra, la travesía del caballo es el pretexto para narrar –sin necesidad de sangre o vísceras al aire, pero con realismo- todo el drama que significó esa lucha de trincheras que fue la Gran Guerra. La sola secuencia –casi al final del film- en donde se ve al animal que, huyendo del acoso de un tanque, termina en una zanja atrapado entre alambre de púas, es un retrato del dolor y del absurdo. Habla de la inutilidad de una guerra. De cualquiera. Por el motivo que sea.

2. Mario tenía catorce años cuando, a principios de la década de los sesenta, su papá lo llevó a una función vespertina en el centro de Caracas. La película escogida fue Juicio en Nuremberg de Stanley Kramer, que, como el nombre lo dice, recreaba uno de los procesos que se siguieron contra de altos funcionarios nazis, tras la Segunda Guerra Mundial. A casi cincuenta años de aquel día, Mario escasamente se acuerda del nombre de un actor –Maximilian Schell-. Tampoco recuerda con exactitud la trama. Lo que sí retiene con claridad en su memoria son las imágenes –testimonios documentales- de judíos en un campo de concentración, y de unos tractores ¿que empujaban? ¿o sacaban? cadáveres en unas fosas. Hasta entonces, todo lo que sabía de la Segunda Guerra lo había leído en libros del liceo. Después de ver la película, supo en verdad lo que llamaban holocausto. Conoció la barbarie. Y entendió los motivos que su papá (sobreviviente de una cárcel franquista) había tenido para llevarlo (a él, que era casi un niño) a ver esa función: lo sucedido tenía que sembrarse en la conciencia, la gente debía saber –“vivir”- lo que significaba el fascismo.

3. Leo en la prensa que, en Siria, el ejército de Bashar al Assad recrudece los ataques contra la ciudad de Homs. Eriza la piel la cifra de muertos. Me pregunto cuántos más –niños, mujeres, ancianos- podrá haber bajo los escombros de las casas bombardeadas, y no puedo dejar de pensar en los miles de muertos que hubo (nunca se supo cuántos) hace treinta años, cuando el ejército sirio –en ese tiempo bajo las órdenes del padre de Bashar- reprimió una rebelión similar en la ciudad de Hama. Hoy, un reporte de Mayte Carrasco, de la agencia DPA, señala que cada vez es más difícil reseñar lo que sucede en Siria, no solo por el ataque del gobierno, sino porque ahora los rebeldes sirios comienzan a desconfiar de los periodistas. Ante la inseguridad creciente, muchos reporteros han salido de las zonas en conflicto (y algunos han muerto). “No hay duda –dice la periodista española- de que se acerca el momento de la clásica pregunta: cuándo es la hora de irse. Pero entonces ¿quién lo contará?”

Y es que historias como estas hay que contarlas. Es quizá la única manera de ir orillando a los criminales.

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Publicado en Prodavinci por cortesía de día D, el suplemento dominical del Diario 2001

 

 

Mirtha Rivero 

Comentarios (1)

Alix Elena Rosales
8 de marzo, 2012

Cuando era niña escuchaba en la radio la palabra “Holocausto”, judíos…Y Fascismo. Repetidas veces. Pero nunca en la escuela me lo explicaron, tal vez fue una realidad lejana del Sur del Lago y fue por eso que nunca me lo explicaron. Cuando tenía como doce años(años 80′), ví una película en Venezolana de Televisión, con Vanessa Redgrave, una flaca, calva y casi moribunda mujer, que cantaba “Madame Butterfly” y gracias ello se salvó del horno. Ahí la cortina de la inocencia se corrió y desnudó una verdad dolorosa. Todos quedó claro con el diccionario de la película. No se acabará nunca la guerra, lo sé, como tampoco se acabarán los motivos para escribir, filmar, dialogar, y pensar…Hay guerras hasta dentro de nosotros. Espero que sean todas benignas.

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