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En suelo prestado, por Mirtha Rivero

Por Mirtha Rivero | 1 de marzo, 2012

Es domingo por la mañana. Estoy sentada al frente de la mesa del comedor y miro hacia el patio a través de la puerta de vidrio. Tengo frío. Hace rato que estoy despierta. Ya desayuné, e incluso me leí todo lo que me faltaba del periódico de ayer (mi marido aún no sale a comprar la edición de hoy). Me acompaña Paulina, mi gata, recogida sobre un tapete en el piso.

No llevo reloj en la muñeca pero sé que son las ocho en punto porque hasta mi casa, al pie de la sierra, acaban de llegar las campanadas de la iglesia que está como a dos kilómetros. Desde hace seis años, todos los días a esta hora las escucho. Sin falta. Como en un pueblo de mi infancia. Pero no estoy en un pueblo; vivo en una ciudad de casi siete millones de habitantes, una urbe inmensa que tiene cada vez más fábricas, edificios, centros comerciales, hoteles, autopistas y carros y más carros.

Es una ciudad en constante movimiento; sin embargo, aunque cueste creerlo, el agite citadino no impide que, diariamente, escuche las campanas de una iglesia llamando a misa. Es un sonido agradable, pienso mientras me abrazo y encojo los hombros –me acurruco más bien- buscando darme calor.

Dentro de poco ya no escucharé ese tañido. En unos días me mudo, y en vez de unas campanadas puntuales, oiré –no sé con qué frecuencia- el silbato y el traqueteo de un tren de carga.

Me siento rara. A lo mejor es el frío.

Me he mudado muchas veces en mi vida, y sé de las emociones encontradas que una mudanza provoca. A veces cohíbe enfrentar y acostumbrarse a un espacio nuevo, por deseado o bonito que sea; acomodarse a una luz y unos sonidos distintos. Instalarse en otras rutinas. Más, si la mudanza es para una casa propia. El alquiler sugiere caducidad; habla de tránsito, de algo pasajero, provisional. La propiedad, en cambio, implica afirmación, establecimiento, echar anclas.

Me he mudado varias veces en mi vida, vuelvo a decirme… Pero nunca antes me había tocado hacerlo en un país que no es el mío.

Desde que mi marido y yo llegamos a México, rentamos una casa pequeña en las faldas de una montaña. Es una construcción hermosa y acogedora –una casa prestada, siempre he dicho- adonde un día llegó, para quedarse, una gata mestiza. Ahora, después de seis años de vivir en este suelo –un suelo prestado-, tomamos la decisión de cambiarnos. La nueva casa también es hermosa, también es en la misma ciudad y está al pie de una montaña. Pero ya no será una casa alquilada.

Comprar una propiedad simboliza posesión, pero comprar una propiedad para habitarla (no, para vacacionar; no, por invertir) más que dominio, significa establecerse. Apunta al largo plazo. Comprar una casa para vivir en un país que no es el de uno insinúa el arraigo. Y también un desarraigo.

Me siento rara. Ya sé que no es por el frío.

Acabo de desayunar, pero en este instante se me antoja una comida como la de mi casa. La propia, la de antes, la de siempre. Y eso será nuestro almuerzo dominguero. Lo acabo de decidir: ahora mismo salgo para el supermercado, porque hoy comeremos arepas (sí, aquí sí se consigue Harina Pan, aunque hecha en Colombia) con jamón, queso, caraotas refritas (a Dios gracias, por todos lados las venden hechas), plátano frito y aguacate.

Evocando a mis sabores –los que me dicen de dónde vengo, de dónde soy- me preparo para la vida en una nueva casa.

***

Publicado en Prodavinci por cortesía de día D, el suplemento dominical del Diario 2001

Mirtha Rivero 

Comentarios (8)

Gabby Barrios
1 de marzo, 2012

Wow! Qué hermoso relato. Me identifiqué mucho porque también resido en México, pero desde hace cuatro años y si bien no me puedo quejar de cómo he vivido y cómo la he pasado definitivamente es un suelo prestado. Sí se extraña mucho la comida, pero al menos tenemos la bendición de encontrar Harina Pan (que esté hecha en Colombia no es de extrañar, ya que Polar desde hace rato produce la Harina Pan para la importación desde tierras colombianas) y por ende siempre contamos con nuestras maravillosas arepas y empanadas.

Mucha suerte en tu compra de casa, si es de la vida real, y más suerte aún estableciéndote en suelo prestado. Yo me regreso muy pronto, Dios mediante.

Solange
1 de marzo, 2012

Mirta, sólo puedo desearte buenaventura en tus nuevas coordenadas.

Encarna
2 de marzo, 2012

Tienes el infrecuente don de hacer que quien te lee se instale contigo en lo vivido, independientemente del tema tratado. Soy hija de emigrantes,emigrante y, madre de emigrantes. Quien lo es entiende ese yo no sé qué del frío interior que da la conciencia de la separación definitiva. Ese frío que es un desasosiego doloroso

María Isabel Belandria
3 de marzo, 2012

Arraigo, una palabra de pocas letras y tanto significado. Que los nuevos olores, sensaciones e ilusiones de cada rincón de esa nueva vivienda se conviertan en letras para que puedas contarnos. SUERTE!

Alix Elena Rosales
7 de marzo, 2012

Pues ya somos dos, las que cobramos vida mediante un sabor de pueblo y un sonido de campana, el canto de pájaros que no son ni serán “cristofue”. Y gracias a la globalización de los mercados, podemos encontrar Harina PAN…colombiana(Cundinamarca) y de vez en cuando un Maltín Polar. Si quisiera Venezuela podría exportar más que eso, venderíamos chinchorros, dulces que no perecen como el de “limonsón”(Zulia) o Toronja. Quesos y hasta el jabón “las llaves”. El Ponche crema.Ya desde hace como 7 años se encuentra el Ron Pampero, aunque con una publicidad horrible que dice” De los peores bares de Caracas”…con una imagen así, dudo que mejore la publicidad de los rones cubanos. Me da frío…pero tengo la vista del mediterráneo en los ojos, cuyo azul es tan profundo no se puede comparar con el del Caribe. Saludos Mirtha. Ojalá pudiéramos cruzar dos palabras más.

Damellys López
7 de marzo, 2012

Mi querida amiga…ahora si es verdad que me hizo llorar…yo que ya tengo 21 años en este país y todavía, a pesar de los pesares, extraño al terruño…¡Ah Mundo Barquisimeto! y sus barquisimetanas como yo. Te deseo lo mejor en tú nueva casa y espero conocerla muy pronto, Gracias una vez más por tus palabras, te mando un gran abrazo…

Marjory Pedreañez
8 de marzo, 2012

Aprovecho las coincidencias para saludarle Mirta. Hoy comímos arepas y tomamos Maltín Polar en mi casa de Montreal. Cada vez consigo más cerca la Harina PAN. Tan sólo a dos minutos de la casa. Y hasta lechosa verde y papelón colombiano encontré en diciembre, he hice mi primer dulce de lechosa. Tenía antojo… También tenemos una hermosa gatita que cuidar. Y ella nos cuida a nosotros… Este es mi terruño desde que aprendí a ser jardinera. Hoy hizo 10 grados y la nieve se funde rápidamente. Ya sé que dentro de unas tres semanas tendré tulipanes multicolores y mis vivaces se restablecerán. Las plantas de pensamientos, una de mis flores preferidas que me recuerdan a la Colonia Tovar y a los Andes, son anuales. Mueren al llegar el invierno, pero nuevos retoños aparecerán de las semillitas esparcidas en la tierra. Me encantan los círculos. Creo que con las estaciones se comprende mejor la vida. Nuestras raíces están donde decidimos estén, menos mal. Me alegra entender un significado de la palabra: Libertad. Somos afortunadas. Ya no rezo. Sólo agradezco… Suerte !! Y gracias por compartir tus vivencias, que al parecer son las de muchas venezolanas en este mundo…Feliz noche !

Marjory Pedreañez
8 de marzo, 2012

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