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De película, Por Mirtha Rivero

Viernes.  Si hay algo que me gusta tanto como leer es ir al cine. Me fascina meterme en un salón oscuro y dejarme llevar por una historia. Mi marido comparte ese gusto: todos los viernes, sin falta,  vamos al cine. Es casi un ritual. Y cuando se acerca la entrega de los premios Oscar, tratamos de ver el mayor número de cintas nominadas. Hoy le tocó el turno a The ides of march, dirigida, actuada y coescrita por George Clooney. Aunque no iba con grandes expectativas, salí descontenta de la sala. La película es entretenida; Clooney “cumple” como actor; Ryan Gosling hace un buen papel; la escena –casi al final- en donde los dos personajes principales se retan es de antología… pero hasta ahí. Me fastidia que en dos horas quieran montar –matear, más bien- la misma historia de que todos los políticos son cínicos y corruptos y nada honesto o derecho hay detrás de las altas esferas del poder. Me aburre esa manida visión, que peca de ingenua, cuando no de snob. Mi malestar no es ajeno a que en Venezuela la bandera de la antipolítica le hizo y le sigue haciendo mucho daño a la democracia. Recuerdo que hace un par de años, a propósito de su experiencia como candidato presidencial, Mario Vargas Llosa dijo: “Si no quieres que la política sea peor de lo que es, tienes que actuar. Y eso implica, como decía Max Weber, vender el alma al diablo. La política no es para los puros. Es humana en el sentido más terrible de la palabra”.

 

Sábado. Amanece con lluvia, viento y ocho grados de temperatura. No provoca salir de la cama. Casi a mediodía, mi marido revisa por internet las noticias de Venezuela y se encuentra con un video en donde quien fuera asesor de un candidato en las primarias, señala que la recién finalizada precampaña había sido como jugar un amistoso de softbol: el campo es pequeño, las distancias entre las bases son cortas, la pelota es más grande, más blanda y la lanzan por debajo del brazo; pero –vaticina- al empezar la campaña presidencial, hay que estar preparado para la pelota recia, como en el beisbol: la bola –dura como una piedra- se lanza a cien millas por hora pegada al cuerpo, y cualquier error se puede pagar con huesos rotos. Habrá que plantarse, pensé. Al llegar la noche, para espantar la flojera, quisimos tachar otra película de nuestra lista. Escogimos Drive, un film en donde un paquete de Harina Pan, que resplandece en una alacena, le roba cámara -como por veinte segundos- a los actores y a la sangre que parece ser la verdadera protagonista de la trama.

Domingo. El tiempo no mejora. Entre la lluvia y las noticias que gotean de Venezuela transcurre el día. A las cuatro de la tarde –hora de Monterrey-, ocho son los venezolanos que votaron en el único centro habilitado en la ciudad y otros doscientos más estamparon su nombre en una planilla para pedir la reapertura del consulado o facilidades para los votantes. Dos horas y media después, un mensaje al celular me avisa que tres millones de personas votaron por la elección del candidato presidencial de la oposición. Ya en la noche, a través de CNN llega la imagen de Henrique Capriles celebrando la victoria. A su lado, tomados de las manos, están los que hasta entonces eran sus competidores. Mi marido, cuando apaga la televisión, suelta: ahora lo que viene es ultimate fighting. En ese instante recuerdo que en la cartelera cinematográfica están exhibiendo Warrior, que en español llaman La última pelea.

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Publicado en Prodavinci por cortesía de día D, el suplemento dominical del Diario 2001