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¿La recuperación de Obama?, por Jeffrey Frankel

La elección de noviembre en los Estados Unidos está cada vez más cerca, y los candidatos republicanos que aspiran a desafiar al presidente Barack Obama proclaman que las políticas del actual mandatario no ayudaron en lo más mínimo a recuperar la economía de la recesión que heredó en enero de 2009; por el contrario, afirman, el estímulo fiscal, los rescates a los bancos y la política monetaria expansiva del presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Ben Bernanke, solo empeoraron las cosas.

Los defensores demócratas de Obama responden que sus políticas evitaron una segunda Gran Depresión, y que desde entonces la economía de Estados Unidos viene en franco ascenso. Mientras tanto, los observadores neutrales suelen concluir que el debate es irresoluble, porque no hay modo de saber qué habría pasado si se tomaban otras medidas.

Sin embargo, hay buenas razones para sostener que las políticas del gobierno, aunque insuficientes para lograr una veloz recuperación de la economía, lograron detener lo que venía siendo una contracción económica desbocada. Pero los observadores neutrales tienen razón al afirmar que no se puede demostrar lo que hubiera sucedido si se aplicaban otras medidas. También es cierto que pocas veces las políticas de los gobiernos repercuten de inmediato en la economía.

Ahora bien, hay algo que llama la atención: tanto si uno oye a los republicanos, a los demócratas o a los observadores neutrales, la impresión que se lleva es que las estadísticas económicas no muestran ninguna mejora apreciable alrededor de la fecha en que Obama asumió el cargo. Pero la verdad es totalmente distinta.

Esto se observa especialmente al analizar los datos revisados, que muestran que la situación de la economía estadounidense en enero de 2009 era mucho peor que lo que indicaban los informes de aquel momento. La estimación oficial de enero de 2009 para la tasa de crecimiento anualizada correspondiente a la segunda mitad de 2008 fue -2,2%; pero las cifras actuales revelan que en realidad la caída fue mucho más pronunciada: un espeluznante -6,3%. Esta es la principal razón de que la actividad económica en 2009 y 2010 haya sido mucho menor que la prevista (y mucho mayor el desempleo).

La máxima tasa de contracción económica (una verdadera caída libre) se produjo en el último trimestre de 2008. Más concretamente, según estimaciones mensuales del PIB calculadas por la acreditada empresa de análisis Macroeconomic Advisers, dicha caída tuvo lugar en diciembre (un mes antes de la asunción de Obama). Como muestran claramente los gráficos reproducidos más adelante, la dirección de los índices de crecimiento se invirtió como por arte de magia apenas comenzado el mandato de Obama; hay una evidente curva con forma de “V” entre 2008 y 2009.

El estímulo fiscal comienza a entrar en pleno vigor en el segundo trimestre de 2009, y la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de los Estados Unidos designó oficialmente junio de ese año como el momento en que se produce el final de la recesión. El crecimiento del PIB real pasó a ser positivo en el tercer trimestre, pero volvió a frenarse a fines de 2010 y principios de 2011, lo que coincide con el momento en que comienza a retirarse el paquete de estímulo del gobierno de Obama.

Otros indicadores económicos (por ejemplo, los tipos de interés diferenciales y la tasa de destrucción de empleos) también se invirtieron a principios de 2009. La recuperación del mercado laboral suele ir rezagada respecto del PIB (lo que explica las “recuperaciones sin empleo” de las últimas décadas). Pero los datos oficiales sobre destrucción y creación mensuales de empleos también muestran claramente una curva con forma de “V”: como se ve en el gráfico siguiente, el derrumbe del nivel de empleo en el sector privado se detuvo, precisamente, cuando asumió Obama.

Hay que repetir que estos datos no demuestran que las políticas de Obama hayan tenido un rédito inmediato. Además de que las políticas tardan algún tiempo en producir efecto, hay muchos otros factores que, mes a mes, influyen sobre la economía; por eso, desentrañar las causas reales detrás de un resultado cualquiera no es fácil.

Dada esta dificultad, para evaluar correctamente si el estímulo fiscal aprobado en enero de 2009 tuvo algún efecto positivo, lo primero que hay que usar es el sentido común. Si el gobierno gasta 800 mil millones de dólares en cosas como construir autopistas, pagar los salarios de maestros y policías que iban a ser despedidos, etcétera, eso tiene un efecto. Habrá trabajadores que, si no fuera por esas medidas, se hubieran quedado sin empleo; pero ahora lo conservan y pueden gastar parte de sus ingresos en bienes y servicios producidos por otras personas, lo cual crea un efecto multiplicador.

Los que aseguran que este tipo de gasto no aumenta la renta y el empleo (o que es perjudicial) parecen creer que tan pronto como se despide a un maestro, en algún otro lugar de la economía se crea un nuevo puesto de trabajo, o incluso que ese mismo maestro encuentra otro empleo de inmediato. Pero nada de esto puede ser verdad; no con un desempleo tan alto y una duración promedio del desempleo mucho mayor que la habitual.

Esos críticos también creen que el déficit público aumenta la inflación y los tipos de interés, lo cual reduce (desplaza) el gasto de los consumidores y las empresas. Pero las tasas de interés están en niveles bajísimos (incluso más que en enero de 2009) y la inflación básica se ha desacelerado a un ritmo que no se veía desde principios de los sesenta. Las condiciones de los últimos cuatro años (alto nivel de desempleo, producción deprimida, tipos de interés e inflación bajos) son precisamente aquellas para las que se idearon las recetas “keynesianas” tradicionales.

Los modelos predictivos más sofisticados con que cuentan los economistas también muestran que el estímulo fiscal tuvo un importante efecto positivo, por las mismas razones que señala el sentido común. La Oficina Presupuestaria del Congreso de los Estados Unidos (OPC), un órgano no partidario, informa que la combinación de aumento del gasto y recortes impositivos de 2009 dio un impulso positivo a la economía, y de hecho produjo los efectos multiplicadores adicionales predichos por los modelos keynesianos tradicionales. Aun dejando espacio para un amplio grado de incertidumbre, la OPC calcula que el estímulo permitió un aumento de entre 1,5 y 3,5% del PIB para el cuarto trimestre respecto del valor que se hubiera alcanzado sin esas medidas. El aumento del PIB en 2010, cuando el estímulo alcanza su máximo efecto, fue aproximadamente el doble.

Por supuesto, a la mayoría de las personas no les interesan mucho los modelos econométricos. Para que un cambio en la situación impresione a los votantes, tiene que ser apreciable a simple vista. Por eso, no se explica cómo es que estos gráficos básicos, como los que muestran la curva con forma de “V” de los índices de crecimiento entre 2008 y 2009, no se han usado una y otra vez para demostrar lo que ocurrió.

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Project Syndicate

Jeffrey Frankel es profesor de Formación de Capital y Crecimiento en la Universidad de Harvard.