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Jorge Drexler: el hombre que callaba las máquinas, por Willy Mckey

Por Willy McKey | 19 de febrero, 2012

(a ti mismo, Willy McKey, porque no te gusta Drexler)

Una de las añadiduras que trae consigo el oficio de la escritura es la dependencia etimológica. Escribir consiste en elegir palabras, decía el maestro, así que cada término requiere acepciones claras, significados firmes, usos concretos. Los diccionarios ayudan. Mucho.

Concierto significa, entre otras acepciones, “buen orden y disposición de las cosas”. También quiere decir “ajuste o convenio entre dos o más personas o entidades sobre algo”. Sólo en el tercer renglón es que aparece la “función de música en que se ejecutan composiciones sueltas”.

No sé si estuve en un concierto.

El contexto era una alegoría demasiado acertada. Lo suficiente para ser temida. Sillas de plástico en un jardín. Gradas subrayando las urgencias. Amenaza vertebral. Sirenas urgentes. Extractores que parecían el respiradero de un edificio asmático. Individualísimas cornetas que son una plaza que es una reina que es una redoma.

Petroquímica, ruido y vegetación exuberante.

Manaplás, ventilación y manguera culebra.

Nadie estaba cómodo. A veces no quisiera tener a Caracas tan cerca.

0. Pamela o la virtud recompensada. Otra de las añadiduras del oficio de la escritura es el extravío. Cada idea tiene varias líneas de fuga y uno debe decidirse por una, después de equivocarse varias veces. Esta vez no tuve suerte: cuando me dijeron que la artista que abría el concierto al cantautor uruguayo se llamaba Pamela me sucedió lo de siempre: una voz independiente de la mía completaba el título de la novela epistolar de Richardson.

Confieso no haberle prestado demasiada atención a la artista peruana, pero me permito citarla: “Uno no puede hacer nada contra lo que uno es”. Las luces de los espacios abiertos se encendían y apagaban sin razón aparente, así que puedo articular el absurdo de que sus canciones me hayan sido negadas por luces ensordecedoras.

En un momento Pamela se movió hasta el piano. Tocó “Alma de diamante”, de #Spinetta. No me alegró. Quizás era el duelo reciente. Quizás los gustos. Entonces Pamela le cantó al Ávila y a su hija a la vez. Y allí me sorprendí extraviado, preguntándome por qué alguien que quiere así a la montaña se va de acá.

Los artistas parecen necesitar de cierto clima de destierro. Andar en tránsito.

Justo cuando conectaba eso con que hace días apenas se cumplieron cuarenta años del intento de deportación a John Lennon, motivado por “Give Peace a Chance”, Pamela versionaba los versos de “All you need is love”.

Y allí me sorprendí extraviado, nuevamente, preguntándome por qué alguien mataría a John Lennon.

01. Ahora sí, Jorge Drexler. Una de las más hermosas de las añadiduras del oficio de la escritura es la duda. Siempre se sabe que lo que se dirá ha sido dicho mucho mejor y mucho antes. Y uno duda e intenta escribir lo que debe.

Me gustan las dudas: son buenos puntos de partida para pensar. Dudar es humano.

Varios amigos se sorprendieron al verme en “lo de Drexler”. Sentado allí, hipotecándole mi columna vertebral a la crueldad de Aguacate Producciones para oír a un cantautor que no me gusta pero que conmueve a gente que quiero, admiro, respeto.

Algo debía tener si era ahijado de Joaquín Sabina.

Algo habría en él que yo no estaba atendiendo.

Me gustan las dudas. Sí. Y ante la duda lo más prudente es escuchar. Pero ahí la frase de Pamela: “uno no puede hacer nada contra lo que uno es”.

Salen a escena el hombre y la guitarra. “Ando tanteando el espacio a ciegas…”, dice. No saberme las letras me impide el automatismo de cantar. Puedo prestarle atención a las palabras escogidas por Drexler. Y atinó con mi disposición: “Hermana duda, dame un respiro…”, decía.

Confieso que en mi escepticismo nunca me imaginé esta componenda: justo a mi lado estaba Sebastián.

Sebas. Siete años. Un buen tipo.

Estaba cantando los versos de Drexler. “Hermana duda, / pasarán los discos, / subirán las aguas / cambiarán las crisis, / pagarán los mismos / y ojalá que tú /sigas mordiendo mi lengua”, decía. Drexler no: Sebastián.

02. El poeta vs. Los de oídos sordos. “Bienvenidos a esta versión del show, / a merced de los elementos”. Sebastián se ríe mientras Drexler improvisa y se excusa a la vez. Escribiendo este texto me entero de que la canción se llama “Todos a sus puestos”. Era como si un cazador emotivo se tirara al cuello de ese clima de optimismo que desde hace algunos días tenemos por acá. Ando perspicaz. Supo percibirlo y supo improvisar encima de todos los evidentes obstáculos: “Y aunque no haya una razón, / todos a sus puestos. / La vida puede que no / se ponga mucho mejor que esto”.

José Emilio Pacheco, el gran maestro mexicano, nos dijo una vez que ningún poema de los grandes maestros tendrá la suerte de las canciones populares. Y lo dijo el autor de “Alta traición”, un poema que he escuchado recitar de memoria por figuras muy distintas entre sí. Ponerse en las bocas de la gente, ser dichos en coro con alegría, parece estar negado a César Vallejo, a Xavier Villaurrutia, a Alfredo Silva Estrada. La única manera de lograrlo es acercarse a la canción. “En el libro del mundo Dios escribe / con flores a los hombres / y con cantos / les da luz y tinieblas”. Son versos de Pacheco.

La vida no mejora, pero la canción la aliviana. “Ella entra, cierra la puerta tras de sí…” y no puedo creer que estoy anotando versos de Drexler que recuerdan a Eugenio Montejo y que todo eso es oportuno pues, en ese ejercicio abisal de tocar regiones del alma, el hombre y la guitarra se están trepando por encima de un criminal extractor de aire que mezcla su ruido con el olor de una cercana venta de parrillas.

Era previsible este momento. Drexler reclama después del sampleo de las voces que somos. Pero no reclama de golpe, es más astuto que eso: nos pide disculpas por ese ruido que tenemos al costado y, luego de exigir que sea silenciado, a nosotros —sus cómplices, en especial Sebas que está entendiéndolo todo, menos mi desconcierto— nos regala versos improvisados para imaginar que estamos “al lado de un palmar / oyendo el leve soplar / del viento del sur que llega hasta nosotros / trayendo la nostalgia de mi tierra querida / que queda tan lejos y llega / hasta aquí a través del sistema de refrigeración / de este gigantesco edificio”.

—    Este pana es un monje de Shaolín, –me digo en voz alta.

—    …

Sebas me ignora.

Acá se me amontona la memoria. Supongo que fue por “Eco”, esa canción que  cantaban todas las mujeres a la vez, como untándole un bálsamo al pobre poeta para aliviarle el dolor en su música. “Esto que estás oyendo ya no soy yo: es el eco…”, susurran. Se disculpan ellas también. No somos las sirenas, quieren explicarle. Y no mienten. Son más peligrosas que eso: son Calipso y Circe solidarias.

Pero vino la enunciación de una queja que todos los presentes habríamos firmado. Drexler preguntó si no se podía apagar el ruido. Drexler recordó que le dijeron que no estaría. Drexler nos contó no usan reflectores móviles para evitar ruidos en el escenario.

Al parecer a Drexler también lo engañaron.

Y no pasaba nada.

Ante la ineficacia, los poetas son seres vengativos. Es su naturaleza. Por tercera vez empezó a practicar ese deporte del que tanto sabemos. Improvisó. “¿Qué será / lo que hay que enfriar / en el banco / que tiene que estar / tanto tiempo encendido / el sistema? / Después no quieren que haya crisis…”

Sí. Acabo de decir que el tipo es un poeta. ¿Y qué pasa?

03. ¿Qué es lo que hace este tipo? vs. ¿Por qué la gente grita? Sebas tiene siete años. Sus panas deben saber todas las potencias de Ben 10. Pero él está aquí —con una columna vertebral mucho más joven, eso sí— y canta.

Su papá está un poco lejos y dejó a Sebas, me dicen, con su tía. Viene cada dos canciones a ver cómo va todo, menos en “Noctiluca”.

Me bastó oír que Drexler le dedica esta canción a su hijo para entender por qué durante el tiempo que duró esa canción el papá de Sebas dejó de ver el concierto y decidió asistir a otro espectáculo: lo vi en la distancia ver hacia su chamo, que estaba embelecado viendo los trazos de luz verde y violeta y a su ídolo.

“Brilla noctiluca, / un punto en el mar oscuro, /donde la luz se acurruca”, decían. Drexler no. Los tres.

—    ¿Qué es lo que hace este tipo?

—    …

Sebas me ignora.

Nadie va a responderme. No aquí. Dudo y lo disfruto. Sea lo que sea, ahí estaba haciéndolo. El asunto me parece una mezcla entre volver su vida un insumo para el verso, un excelente desempeño de la guitarra y una afinación que me sorprendió (y que agradecí, recuerden la frase de Pamela).

Este tipo no canta y ya. Convoca. Se meuve en las métricas clásicas, que es como meterse en el corazón de la gente. En esos tres millones de latidos que el doctor —sí, además es médico— explicó como ars poetica en otro momento de ver en la improvisación la única manera de escapar del mal rato que estaba pasando con tanto desacierto que escapaba de sus manos. Su humor empezaba a diluirse en el techno de una camioneta cuya alarma se mezclaba con la poderosa voz de Olga Tañón saliendo de las cornetas de uno de los últimos locales con terraza que quedan en Caracas. Aún así: “Más guitarra en el monitor. / Gracias. / Quizás no tanto. / Es que está al borde del acople. // ¿Ustedes oyen bien? / Me alegro… / les confieso, me tenía / un poco preocupado”.

Demasiadas cosas demasiado cerca.

Esta ciudad, de noche, aprieta.

Quizás la fiereza del asunto no estaba en el olor de la parrilla, ni en la alarma ni el Olga Tañón, sino en que la gente que intentaba corearle en solidaridad a Drexler ya lo había visto en el Aula Magna o, mi caso, se estaba preguntando —desde la necesidad de un Diclofenac Sódico que acompañara el asiento impuesto— por qué carajo todo esto tan bonito no lo estábamos oyendo en la sala que teníamos detrás.

El mito del uruguayo que manda a callar al público no se apareció en ningún momento. Me empezó a dar la impresión de que era una especie de superhéroe que, como todos los superhéroes, necesitaba más de nosotros que nosotros de él. Quizás el pobre, exhausto, no notó el posible tropiezo cuando en mitad del concierto dijo: “¿Los presentes tienen algo que quieran escuchar?”. Cada quien empezó a gritar con insistencia lo que quería para sí. Los gritos no lo dejaban ni siquiera iniciar “Raquel”, la canción que un sector organizado supo dirigir hacia el oído aventajado del consultante.

Sebastián, entonces, preguntó en voz alta:

—    ¿Por qué la gente grita?

—    …

Ante el espontáneo acompañamiento de una patrulla policial, Raquel dejó de decir más con la mirada y cantó “Dices más con las sirenas de lo que crees”.

Caracas.

04. La prensa, el endecasílabo y la locura son crueles. Creo que la pregunta sobre qué sintió Jorge Drexler cuando no lo dejaron cantar en la gala del Óscar que ganó por ser un desconocido debe causarle pesadillas. Como si Google fuese una leyenda, se la repiten… se la recuerdan… se la machacan.

La manera en la cual ha decidido vengarse de la Academia es perfecta: la canta a capela en sus conciertos, sin desafinar como lo hiciera Antonio Banderas. Recordemos que concierto significa “buen orden y disposición de las cosas”.

Aún le queda resolver cómo hacerlo de los periodistas que investigan poco, pero la estratagema usada en Caracas me pareció brillante: le dedicó “Al otro lado del río” a Gustavo Dudamel y todos olvidaron la retórica de la franela del Che Guevara de Carlos Santana el día del Óscar aquel (o no).

Una de las cosas que me desencuentra con Drexler es el abuso retórico en varias de sus canciones. Pero, a la vez, una de las cosas que más me gusta de la retórica poética es el endecasílabo. En la película Lope hay una pieza cuya acentuación trae a colación una de las cosas que deben enamorar a Joaquín Sabina de Drexler: un soneto. Y un soneto en una película sobre Lope de Vega, lo dijo el propio Jorge, es “un acto de temeridad”.

Sí. El soneto, convertido en canción, es perfecto.

No sólo eso: en dos versos hay un magistral giro lupino. Cuando dice “dejar que cada sílaba en la oncena / consiga su lugar y su momento” me vence esa magia terrible de la cap i cua del once.

Mi guerra está perdida. Sigue sin gustarme, pero ya no se trata de eso.

Bajé la guardia. No debí. Cantó la única canción que Sebas no se supo: “El loco Juan Carabina”, de Simón Díaz.

“El loco, viendo la luna, le dan ganas de llorar”, decía. Drexler no: yo.

05. ¿Por qué a mí no me gusta Drexler? Rescatemos el motivo de este texto: a mí no me gustan las canciones de Jorge Drexler. Hago la salvedad ahora porque justo después de cantar la tonada vino “Polvo de estrellas”.

Ése es el Drexler que me cuesta soportar. El de la retahíla. El de la imagen encadenada. El de una rima urbana demasiado pegada del paisaje. El Drexler consonante.

Algunas canciones —algunos versos, más bien— son una trampa.

No es justo que después de haber conocido al repentista, al improvisador volador, al sonreído paciente, al guitarrista brillante, al sampleador… no es justo que después de eso me tocara el set de “Polvo de estrellas” seguido de “Mi guitarra y vos” y “Aquellos tiempos” y que en los “Los transeúntes” decida la contrición de su “Y sigo sin dar con el estribillo”.

Y no es justo porque con Juan Carabina yo bajé la guardia. No es justo porque desde que llegué estuve dudando. No es justo porque, cuando su guitarra pareció constiparse, volvió el repentista: “Mi flamenquita no está acostumbrada a la intemperie. / No se confundan, está encantada… / sólo que un poco sorprendida. / Hay música que viene de la plaza…”, dijo. Y de nuevo la sirena del rústico. Y él fue un genio.

El verso popular del sur contra esa bulla que hace que nos vean raro en Mercosur.

Pero hubo negociación: la “Zamba del olvido” reparó la rima.

Tocar una zamba, de por sí, es una conciliación. Dentro de los ritmos latinoamericanos, la zamba es uno de los más controversiales tanto en sus orígenes como en sus aspectos rítmicos formales. A mí me gusta mucho esa mirada hacia el verso tradicional y popular que hacen con honestidad artistas como Drexler, Paulinho Mosca, Juana Molina, Kevin Johansen y María Rita. El hecho es que esa perfecta ejecución de “Zamba del olvido” logró su objetivo.

Siguió la “Milonga del Moro Judío” y luego “Disneylandia”. Ya han leído suficiente para saber que no son de las rimas que más disfruto. Sin embargo, estas últimas piezas nos recordaron que la injusticia puede subrayarse sin gritar.

Incluso, deja pensar mejor y hasta consigue coro en los más escépticos.

Eso, ahora más que nunca, no está de más.

06. El no-lugar y la fusión posible. El único estruendo en las gradas donde estaba estalló detrás de mis oídos con el “Dónde termina tu cuerpo y empieza el mío” de “Fusión”. Tal era el clima sonoro y la pugna contra el ruido que la chica del alarido se excusó y esperó verme satisfecho para poder seguir cantando la canción que estuvo pidiendo a gritos durante el caos previo a “Raquel”.

El espectáculo había sido un buen hilado de imágenes. Se había evitado el hundimiento, gracias al capitán. Nunca se fue del barco, pero esto no iba a terminar bien. Era obvio. Drexler no daba más. Los obstáculos habían sido muchos.

Es posible que mañana varias de estas víctimas del ruido sean los culpables de un estruendo de cornetas y motores. Por eso lo mejor a la hora de evaluar esta experiencia iba a ser “amar la trama, más que el desenlace”.

El naufragio siempre estuvo cerca, pero el viaje había terminado con éxito.

Muchos se quedaron con canciones por pedir para el encore. Él salió, sí. Pero solo. “Soledad, aquí están mis credenciales”, dijo. Y otra canción más.

De inmediato el barullo. El rumor.

—    Parece molesto…

—    …

Ya Sebastián dormía.

A mí no me gusta Drexler. Pero esto que produce convierte todos los argumentos retóricos en tonterías. Un pacto colectivo con el soneto. La manera repentista y lírica de resolver fallas vergonzosas de producción. El papá de Sebas con luz de noctiluca en el pecho. Sebas coreando “Rema, rema, rema…” como estaba esperando hacer desde que todo empezó. El grito pre-fusión. Callar las máquinas.

Nos haría tanto bien aprender a callar las máquinas.

—    ¿Qué es lo que hace este tipo?

—    …

Dudar permite escuchar, ver, experimentar.

Más que tolerar, se trata de vivir.

A mí no me gusta Drexler. Ni este dolor de espalda.

¿Qué es lo que hace este tipo?

Creo que, en los oídos del otro, ninguna palabra dice lo que quisimos decir. Hablar es un intento. La música, en cambio, acierta en el sonido. Y escribir… escribir se trata de escoger palabras, líneas de fuga y de dudar.

Por eso no me importa si pateó alguna lata al bajar de la tarima. La admiración es una distancia y si baja de allí tiene el mismo derecho a la rabia que yo estaba experimentando por tanto error ajeno.

“Todo se transforma”, dicen. Dice.

Bravo, Drexler. Bravo.

Willy McKey  Parte del equipo editorial de Prodavinci. Poeta, escritor, docente y editor de no-ficción y nuevo periodismo. Especialista en semiología política y conceptualización creativa. Puedes leer más textos de Willy McKey en Prodavinci aquí y seguirlo en twitter en @willymckey Haga click acá para visitar su web personal.

Comentarios (12)

@luzgracia
19 de febrero, 2012

Gracias a Drexler su concierto no terminó siendo un fracaso, a mi parecer con tanto “ruido” en contra demostró que es uno de los mejores aún para aquellos que no les gusta Drexler. Espero volver a verlo como la primera vez que lo ví en el Aula Magna de UCV.

KamX
19 de febrero, 2012

A mi me parece genial Drexler como trovador “contemporáneo”, no usa cosas tan “rebuscadas” como Arjona…

@adriromerosilva
19 de febrero, 2012

Como seguidora confesa de Drexler agradezco a McKey el ejercicio voluntario de apostar por la duda y de compartirnos, con “precisión semántica” y sensibilidad no edulcorada, su percepción de lo captado.

Como dijo Bryce Echenique: “Así como la arquitectura corrige las incomodidades de la naturaleza, la literatura corrige las de la realidad”.

Bravo, McKey. Bravo.

Zoila Rosa Cuadra
19 de febrero, 2012

A veces, oír a un cantautor que a uno no le gusta, leer a un escritor que a uno no le gusta, es una ternura a la cual uno se aferra, ante lo amargo de la saliva tragada a cuenta de querer, admirar o respetar al otro. El pensamiento errático es muy común en estos casos, mientras se pasea entre el por qué lo hago y la experiencia propia, y te lo puede decir alguien que a pesar del déficit de atención, se ha encargado la tarea de ordenar su universo según obsesiones otras, las no-propias, y pasa largos ratos (de esos que se miden no en tiempo sino en somatización lenta) editando influencias para presentarse al mundo casi casi como un texto pulcro. Pero a lo que voy es a que me parece evidente que no se trata de Drexler: se trata de Caracas, del ruido, de la gente que a uno le gusta un siete en una escala más allá del treinta; se trata del extravío durante un concierto que uno empieza a oír por respeto o admiración a otros afines, y termina incluyendo en el inventario propio por razones que distan mucho del concierto en sí, de Drexler en sí, de la canción en sí. El texto me gusta por lo que (creo que) narra: un encuentro con uno mismo a partir de la experiencia y la negación de aquello que uno no es; el concierto de Drexler como método (inesperado) para reconectarse con lo que de uno mismo hay, no en Drexler sino, en todos los elementos que sabotearon a Drexler. No sé si me hago entender; repito: no es Drexler, es uno mismo visto en el espejo Drexler. Es Drexler como metáfora de las cosas que a uno le duelen. Y bueno, decir que Drexler es poeta por aquello de: “¿Qué será/ lo que hay que enfriar/ en el banco/ que tiene que estar/ tanto tiempo encendido/ el sistema?” …Bueno, pienso la poesía es más la conciencia de lo que se designa que el azar de pronunciar una buena frase. Y, en ese sentido, llamar a esa frase poesía dice mucho más de usted, como poeta, que de Drexler. Mis respetos.

Willy McKey
19 de febrero, 2012

Gracias a todos por su lectura. @luzgracia, ojalá puedas cumplir ese anhelo (que es como decir “Ojalá Drexler quiera volver”). KamX, a mi juicio Drexler está muy por encima de ese referente. Incluso antes de ir a este concierto. @adriromerosilva muchísimas gracias. Zoila, creo que la poesía es mucho más que conciencia… incluso más que lenguaje y más que palabra. Me gusta Deleuze, y Deleuze dice que la poesía en parte es sacar al lenguaje de sus goznes. Esa frase que usted cita no sólo es buena: es audaz, rápida, articuladora de una imagen eficaz más allá del contexto. Lamento no haberme expresado con eficacia y parezca que digo que Drexler es un poeta sòlo por esa frase… el error es mío, pero ahora no sabría cómo enmendarlo pues siento que el texto sigue diciendo que es poeta por más cosas que esa frase. Así que le doy le doy la razón: dice mucho más de mí, como el resto del texto. Pero, en fin: recuerde la frase de Pamela.

Zoila Rosa Cuadra
19 de febrero, 2012

La poesía es más, incluso más que la palabra puesta a delirar, me atrevo. Y por supuesto que la frase (citada) es articuladora de una imagen eficaz más allá del contexto. Lo que me pregunto es si Drexler se da cuenta. Es que creo que tampoco yo me expresé bien: aún si el texto sigue diciendo que Drexler es poeta por más cosas que esa frase, quise como decir (hablar es un intento) que la poesía también es una apropiación. Más allá de decir que el tipo es poeta, queda agradecer a quien nos cuenta por qué es poeta, aunque yo no comparta la opinión. Eso es todo. Pero me enredo, sabe.

Willy McKey
19 de febrero, 2012

Nos enredamos. Eso es lo bueno de Prodavinci: ponerse a pensar juntos sin que haya ninguna dirección obligatoria.

Zoila Rosa Cuadra
19 de febrero, 2012

Vaya idea para volcarla en metáfora.

@masaria
20 de febrero, 2012

Una lástima leer que un concierto tan íntimo este tan mal organizado y que de igual forma, los organizadores, se salgan con la suya. Menos mal que Willy nos recuerda que Drexler, nos hace olvidar todas esas cosas.

P.D. Quién lo diría McKey, después de tantas horas de quejas sobre Drexler mientras estabas en Barcelona y ahora, lo fuiste a ver en Ccs incómodo. Imperdonable, jeje. Te veré volver e iremos al Auditori a verlo y nos encantará, como siempre.

Héctor Aníbal
21 de febrero, 2012

Aprecio el balance del escrito, hoy estaba compartiendo con un amigo la experiencia, de mezclados sentimientos, sobre el concierto del pasado 17, él me sugirió el artículo. Comparto, una Caracas demasiado cerca para una expresión que requiere cierta intimidad, una organización no en concordancia con el valor -Respeto hacia todas las partes, un artista que invocó y usó sus recursos para honrar el encuentro, el espíritu presente… Qué paradoja, mucho de lo que cargado, en desnudar este vivir moderno, están sus letras tuvo un reflejo tosco, a veces cruel de lo señalado o cantado…; afortunadamente a fuerza de tanto eco y quizás búsqueda y agudeza de mirada, nos recuerda las posibilidades de -Transformación, implorando o invocando para que no quede como materia pendiente…

José Ovaldía
25 de febrero, 2012

Tienes mucho talento Willy. Debiste haber citado la carta de Flaubert a Colet en tu primera línea, pero entiendo el homenaje (“escribir no consiste, después de todo, más que en la elección de las palabras. La precisión es la que hace la fuerza. En estilo es como en música: lo más hermoso y lo más raro que hay es la pureza del sonido.”). Una recomendación de amigo enamorado: evita los “purple patches”, como recomendaba Borges. Cuando lo hagas serás un escritor tan grande como tu cuerpo.

Zoila Rosa Cuadra
28 de febrero, 2012

Énfasis a lo que dijo José Ovaldía sobre los purple patches. Cuéntame algo que suene real.

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