Artes

Libros de texto, por Mirtha Rivero

Por Mirtha Rivero | 14 de febrero, 2012

No siempre se tiene tema para escribir los tres mil quinientos caracteres que, a juro, debe salir cada siete días. Por más que una se esfuerce. Por más tiempo del que disponga. Nada se me ocurre, todo cuento sale sin substancia. Pasan las horas, los días, llega la fecha de entrega y algo hay que mandarle al jefe –en este caso, jefa-. Hoy es uno de esos días, y como llegó la hora de cierre y todo lo escrito luce chueco, se me ocurre hacer trampa, y llenar con palabras ajenas la columna semanal.

Lo que sigue es un rosario de citas. Retazos de libros (novelas, relatos autobiográficos) que bien valdría la pena que fueran leídos como parte del pensum en más de un liceo. Como se lee –o debería leerse- a los clásicos o los escritores del boom. Casi como tarea. En vez de andar formando “cuadros” de muchachos que, disfrazados como para Carnaval, aprenden el manejo de armas. He aquí los retazos:

Santo oficio de la memoria, de Mempo Giardinelli (Norma, 1991): “…la historia no es solo sonido y furia… la historia es lo que yo recuerdo y lo que otro lee. La historia es el momento en que se recrea una memoria… hay que huir de los dogmas y para ello tomar distancia de las historias oficiales, pero teniendo en cuenta que toda historia contraoficial un día puede cristalizar y convertirse en la oficial sustitutiva y ojo con eso. Attenti con las trampas.”

La voz dormida, de Dulce Chacón (Alfaguara, 2002): “Confiaban demasiado en la insurrección del pueblo, y el pueblo está hasta los cojones”

Cisnes salvajes de Jung Chang (Circe, 1993): “Las teorías de Mao podían no ser sino una prolongación de su personalidad… Había comprendido la índole de los instintos humanos tales como la envidia y el rencor, y había sabido cómo explotarlos… Su poder se había sustentado en despertar el odio entre las personas y, al hacerlo, había llevado a muchos chinos corrientes a desempeñar numerosas tareas encomendadas en otras dictaduras a las élites profesionales. Mao se las había arreglado para convertir al pueblo en el instrumento definitivo de una dictadura. A ellos se debía que bajo su régimen no hubiera existido un equivalente real de la KGB soviética. No había habido necesidad de ello. Al nutrir y sacar al exterior los peores sentimientos de las personas, Mao había creado un desierto moral y una tierra de odios”.

Todo fluye, de Vasili Grossman (Debolsillo, 2010): “Antes creía que la libertad era libertad de palabra, de prensa, de conciencia. Pero la libertad se extiende a la vida de todos los hombres. La liberad es el derecho a sembrar lo que uno quiera, a confeccionar zapatos y abrigos, a hacer pan con el grano que una ha sembrado, y a venderlo o no venderlo, lo que uno quiera. Y tanto si uno es cerrajero como fundidor de acero o artista, la libertad es el derecho a vivir y trabajar como uno prefiera y no como le ordenen.”

Patagonia express, de Luis Sepúlveda (Tusquets, 1995 ): “En 1977, durante la dictadura militar argentina, a un coronel del regimiento Fusileros del Chubut se le ocurrió una idea genial –genialidad militar, se entiende- para evitar posibles reuniones de conspiradores en las calles [de la ciudad Río Mayo]. En cada esquina, colgó de los postes del alumbrado público unos parlantes que bombardeaban la ciudad con música militar –perdón por llamarla música- desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde… Desde 1977 los pájaros de la Patagonia evitan volar sobre la ciudad…”

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Publicado en Prodavinci por cortesía de día D, el suplemento dominical del Diario 2001

 

Mirtha Rivero 

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