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Los matones y sus certezas, por Juan Gabriel Vásquez

En la India las cosas grandes no son sólo grandes: son desmesuradas. En el estado de Rajastán se celebra por estos días el festival literario de Jaipur, que nació con un par de cientos de asistentes en 2006 y hoy recibe a unas 20.000 personas cada día del fin de semana. Pero este año la gran noticia no son esas estadísticas portentosas, sino algo que no debería ser noticia en un festival literario: que un escritor lea partes de una novela. (Es verdad que se trató de una novela ajena y que el escritor la leyó con admiración: un escritor admirando a otro, y más declarando su admiración en público, sí que es noticia). El lector es Hari Kunzru, gran novelista angloindio o indobritánico o como se diga; la novela es Los versos satánicos, de Salman Rushdie. Ustedes se preguntan: ¿por qué fue noticia la lectura en voz alta de la novela de Rushdie? Y yo les respondo: porque Los versos satánicos es un libro prohibido en la India. Y cuando uno lee un libro prohibido, lo más probable es que lo lleve consigo. Y cuando uno lleva consigo un libro prohibido, hay serias posibilidades de que termine en la cárcel.

Los versos satánicos, aparte de ser una gran novela, se distingue por haber causado la fatwa con que el ayatolá Jomeini condenó a muerte a Rushdie en 1988. A partir de entonces Rushdie tuvo que vivir una vida subterránea, rodeado de guardaespaldas, desconfiando de todo el mundo, viendo con incredulidad que para muchos intelectuales la fatwa estaba de alguna manera justificada porque “él se lo había buscado” o porque “hay que respetar las religiones”. Hace unos años Rushdie pudo, por fin, comenzar a asomarse de nuevo y a llevar una vida normal; pero yo, que tuve el placer de presentar una de sus novelas recientes en Barcelona, sé que esta vida de normal no tiene nada: cuando llegué con él a la biblioteca donde se haría el acto, nos esperaban dos furgonetas blindadas de la policía y una unidad de agentes antidisturbios; cuando el acto terminó, Rushdie no firmó libros por prohibición expresa de la gente de Seguridad: uno nunca sabe quién puede acercarse. Sea como sea, Rushdie llevaba mucho tiempo creyendo que estos 20 años de pesadilla se habían terminado. Entonces se anunció su visita a Jaipur, y lo siguiente fueron las protestas de varias organizaciones islámicas y el anuncio, un buen día, de que Rushdie cancelaba la visita. ¿El motivo? Se creía que tres sicarios habían salido de Bombay con el encargo de asesinarlo.

Ahora se dice que esa información era falsa, pero el riesgo fue suficiente para que Rushdie, en un acto de responsabilidad (ya no digamos de autodefensa), cancelara la visita. Y eso fue lo que llevó a Kunzru —y no sólo a él— a bajar de la internet unos párrafos de Los versos satánicos y leerlos en el festival: una manera de evitar que ganen quienes no hablan, sino que gritan, y no discuten, sino que amenazan. En Inglaterra, mucha gente que respeto cree que Kunzru se equivocó, que su actitud no hizo más que alborotar el asunto. Yo disiento: se necesita valor para hacer lo que hizo, y entiendo que Kunzru logró algo importante: que no se silencie a quien no ha cometido más falta que la de cuestionar lo establecido, y que no prevalezcan los perseguidores, esos que sólo tienen certezas y están dispuestos a matar al que no las comparta.