- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Chantaje y asesinato moral en nuestros días, por Patricio Pron

Algunas de las mejores citas que he leído en mi vida fueron concebidas por (o atribuidas a) la escritora estadounidense Eleanor Roosevelt (1884-1962), esposa del presidente Franklin Delano Roosevelt; una de ellas, quizás la más famosa, sostiene que “las grandes mentes discuten ideas; las modestas, hechos; las mediocres, personas”, y a quienes discuten personas y no ideas está dedicado el nuevo libro del español Juan Cruz Ruiz Contra el insulto, con el que pensé que sería conveniente cerrar esta semana dedicada al tema.

Juan Cruz Ruiz entrevista en su libro a un puñado de personas que fueron víctimas o conocieron de cerca a víctimas del agravio a menudo infundado y principalmente anónimo: el biógrafo de la cineasta y directora general de Radiotelevisión Española durante el gobierno de Felipe González Pilar Miró, el ingeniero Jacinto Pellón, responsable de la Exposición Universal de Sevilla de 1992, el médico Luis Montes, el escritor Eduardo Haro Tecglen, Teddy Bautista (posiblemente la única inclusión discutible en este volumen) y otros, pero también a personas que contribuyen a intentar comprender el insulto en nuestros tiempos: el escritor Manuel Rivas, el filósofo Emilio Lledó y el periodista Iñaki Gabilondo.

En el diálogo entre estos dos últimos se encuentra lo más interesante del libro debido a la suma de reflexión filosófica y experiencia práctica con el insulto; allí, Gabilondo recuerda que, para que el diálogo (es decir, la antítesis del insulto) sea posible, se requiere

“[…] primero, respetar al otro, segundo, tener alguna duda y algún interés en tratar de entender lo que el otro quiere decir. […] tengo para mí que una de las claves de lo que ahora mismo está ocurriendo con la degradación del diálogo sucede porque el diálogo como tal nace truncado desde el momento en que hay mucha gente que tiene cosas que decir (o cree que las tiene) pero que tiene muy poquito interés en escuchar lo que otros tienen que decir. Y en todo caso, se acerca a eso con un gran número de prejuicios, un obstáculo muy superior al de la ignorancia, y con ideas predeterminadas, de tal manera que no hay la más mínima posibilidad de que otras voces u opiniones introduzcan algún factor que matice sus propios puntos de vista” (39-40).

Cruz sostiene a su vez que el “chantaje” y el “asesinato moral” que son los principales objetivos del insulto tienen un ámbito privilegiado en el digital; para el autor del reciente Egos revueltos,

“[…] en lugar de haber convertido la red en una plaza de gran trascendencia reflexiva, sometida a las discusiones más abiertas y más variadas, hemos dejado que esos ámbitos de discusión y de participación pública se nutran con los insultos más desconsiderados y con la más terrible de las lacras que vive la cultura escrita: el anonimato maldiciente en manos del que quiere hacer daño porque le place, el que no entiende de barreras ni de dicción ni de pensamiento” (15).

“¿Qué ocurre para que ese anonimato que parecía como una expresión de la libertad individual se haya convertido en un certificado de evaluación para el insulto en la red?” (47) se pregunta Cruz. “¿Qué porvenir tiene una sociedad que ha asumido que el insulto, el chantaje, es una forma normal de convivencia?” (54) insiste. Para responderse, Cruz recurre al reciente El holocausto español, en el que el historiador inglés Paul Preston demuestra cómo la Guerra Civil fue auspiciada y fomentada por una campaña de desprestigio y acoso a la República. Desafortunadamente, no parece haber demasiados argumentos para refutar esa sugerencia de que aquellos tiempos se parecen a estos; quienes deseen comprobarlo pueden recurrir al libro de José María Izquierdo Las mil frases más feroces de la derecha de la caverna (Pról. Iñaki Gabilondo. Madrid: Aguilar, 2011), una selección de insultos dirigidos a políticos españoles de centroizquierda y a colectivos como los sindicatos, los nacionalistas (catalanes y vascos principalmente), el movimiento 15-M y los homosexuales realizados por un puñado de personajes de la derecha periodística del que sólo destaca (por su excelente prosa y por su habilidad para el retruécano) Juan Manuel de Prada, el único autor de calidad de la obra.

En un artículo de 1994 Antonio Muñoz Molina parecía anticipar y compartir el argumento que está detrás de ese libro y de Contra el insulto: “Queda del franquismo una mala leche profesional, conspiradora y bronquítica, una propensión enrarecida al chisme y a la malevolencia que algunos despistados toman aún por agudeza” (168). Parece pertinente comenzar a pensar en el auge del insulto en la cultura española a la luz de ese triste legado, como su consecuencia o su continuación por otros medios.

***

Publicado en Prodavinci bajo licencia Creative Commons