Artes

Albert Camus, el primer filósofo del siglo XX, por Alejandro Oliveros

Por Alejandro Oliveros | 21 de enero, 2012

“Lumiére! Lumiére! c’est en elle
que l’homme s’achéve”.
A.C.

 

“Estábamos hambrientos de libros y sexo, éramos meritocráticos y anarquistas. Todos los sistemas políticos y económicos nos parecían corruptos, pero nos negábamos a aceptar otra alternativa que no fuera un caótico hedonismo. Sin embargo, Adrián nos convenció de la necesidad de adaptar el pensamiento a la vida… era un lector de Camus y Nietzsche”. El que así habla es Tony Webster, uno de los protagonistas de la más reciente, y laureada, novela THE SENSE OF AN ENDING, de Julian Barnes. Mientras sus compañeros de liceo leían a Wittgenstein, Russell, Orwell, Huxley, Baudelaire o Dostoievsky, Adrián es el único que se detenía en los libros del autor de LA PESTE. Un día cualquiera, la institución es conmovida por una noticia inesperada: uno de los jóvenes se había suicidado. Ante los comentarios que  estimula la  lamentable decisión, Adrián acude a la frase más repetida de EL MITO DE SISIFO: “Sólo existe una cuestión filosófica verdaderamente seria: el suicidio”. En ese momento no reconocemos la connotación premonitoria de la frase. Cuatro años más tarde le tocaría a Adrián acabar con su vida.

Desde que Camus publicara la famosa línea, “Il n’y a qu’un problème philosophique vraiment sérieux: c’est le suicide”, en octubre de 1942, ha sido lo más reiterado entenderla como la expresión de un nihilista desengañado, un indeciso en términos ideológicos, un reaccionario sin esperanzas, un intelectual que, ante la incapacidad de una propuesta original, consideraba el suicidio como una salida filosófica. “Si es así, porque no se suicida él mismo”, era una ironía reiterada en los cafés de Saint-Germain, donde Jean-Paul Sartre, ex-colaborador del colaboracionista periódico “Comoedia”, comenzaba a afianzar su ominoso papado, con la incómoda sensación  de que en el joven escritor  recién llegado de Argelia, y ya conocido por el éxito de EL EXTRANJERO, publicado en mayo del mismo año,  iba a encontrar un crítico permanente de sus incontables falacias. El suicidio ficcional del personaje de Barnes se corresponde a los eventuales suicidios provocados por la lectura descaminada del pensador francés. La consecuencia de un trágico malentendido, como uno de esos a los cuales el mismo Camus dedicó uno de sus dramas más dolorosos.

De la misma manera que el XVII fue el Siglo de Hierro, el XVIII el de las Luces y el XIX el de la Máquina, el XX fue el Siglo de la Muerte. Genocidios, “guerra permanente”, campos de extermino, armas nucleares, delincuencia universal, hambrunas infinitas, suicidios endémicos, la droga como panacea, estimularon un detestable culto por la muerte. Uno de sus vates más esclarecidos insistía en la necesidad, no de una existencia propia, sino de una muerte propia. Mientras que uno de sus compositores más escuchados escribía canciones para la muerte de los niños. Los fallecidos compitieron con los vivos en el protagonismo de las más diversas expresiones. El invierno los mantenía cálidos y así, desde una piscina en Sunset Boulevard o en la polvorientas calles de una improbable aldea mexicana, nos contaban, desde el más allá, sus historias, sus amores y miserias. La enfermedad se entendió como una forma de heroísmo y se admiró más al enloquecido Ayax que al decoroso Héctor. La necrofilia convertida en categoría estética. Un contexto semejante no podía sino propiciar una lectura especular, al revés y no al derecho, de la obra de Camus. Se entendió la famosa afirmación de EL MITO DE SISIFO como una declaración de principios, una superación de la “resignación” schopenhauerina, una llamada imperiosa al biothanatos, como diría John Donne. Camus se convirtió en un pensador oscuro, el “filósofo de las clases terminales”, en la infeliz expresión de un infeliz “normalista” parisino.

Tal vez uno de los aportes más permanentes de L’ORDRE LIBERTAIRE. LA VIE PHILOSOPHIQUE D’ALBERT CAMUS, la apenas publicada biografía del Premio Nóbel de Literatura, escrita por Michel Onfray, es el de corregir, desmontar, enmendar, redireccionar, una lectura de Camus, que, no por generalizada, deja de ser la más engañosa. Onfray es el primer biógrafo del XXI que se ha dedicado a releer las 5000 páginas del canon camusiano en la nueva edición Pléiade. El resultado es un dilatado y apasionante comentario que lo signa la voluntad de presentarnos otro Camus, uno más fiel a las raíces de un pensamiento, cuya claridad esencial nunca quiso, o casi nunca, ser entendido. Para Onfray, lo que ha podido ser tomado como desviación existencial por los seguidores de Sartre, es lo mejor de Camus, un “pensamiento hedonista, cuya mejor expresión hay que buscarla en los escritos argelinos”. En especial, en esa la más iluminada interpretación moderna de “lo mediterráneo” que es BODAS, escrito a los veintitrés años:

En primavera, Tipasa está habitada por los dioses y los dioses hablan bajo el sol y el aroma de los ajenjos. El mar con reflejos de plata, el cielo de un azul crudo, las ruinas cubiertas de flores y la luz borboteando sobre los montones de piedra…

Aquí he llegado a entender lo que llaman la gloria: el derecho a amar sin medida. Sólo existe un amor en este mundo. Estrechar un cuerpo de mujer significa apoderarse de esta extraña dicha que desciende del cielo hacia el mar. (“Bodas en Tipasa”)

Michel Onfray, claro está, no ha sido el único en reconocer el carácter “solar” de la escritura camusiana. Pierre de Boisdeffre, entre otros, ya lo había hecho. En su reseña de L’ ETE, publicada en 1954 :”Este libro forma parte de la vocación esencial de Camus, refleja un rostro dirigido de manera natural hacia la luz”. El aporte invalorable, por lo necesario, del estudio de Onfray es haber legitimado, en términos filosóficos, estas intuiciones previas. A lo largo de  600 páginas de  clara y estimulante prosa, Onfray considera a Camus como lo que siempre fue, a pesar de la “tentativa de asesinato” (Onfray) de Sartre y los sartrianos, como un filósofo y uno de los más vigentes en estas primeras décadas el XXI. Al referirse a Nietzsche, una de los modelos más reconocidos por Camus (“Albert Camus fue uno de los grandes filósofos nietzscheanos del siglo XX, tal vez el más grande” ), lo hace en términos de aletheia, de develación: “Camus quiere un Nietzsche solar para oponerlo a un Hegel nocturno. Sabe que Argelia es la patria de este Nietzsche. ‘Bodas en Tipasa’ constituye el manifiesto de este pensamiento hedonista, solar, nietzscheano”. Y, en algunos de los mejores capítulos de su libro, se detiene en la consideración de este Camus hijo de Dioniso, mediterráneo y, en  no pocas ocasiones, insospechado. Y lo hace ajustando cuentas con el pensamiento miope y necrófilo del novecientos: “La filosofía alemana alimentó los campos de concentración nazis y soviéticos. Esta filosofía nocturna, sombría, negra, necesita ser criticada y superada en beneficio de un pensamiento solar, diurno y luminoso. Este es el sentido de un pensamiento del ‘mediodía’ opuesto al pensamiento de la medianoche” (p.360). Camus, gracias a la dedicación de Onfray, reaparece con su verdadero rostro. El del mejor exponente de un Nietzsche dionisíaco, opuesto al Nietzsche apolíneo de la ideología académica europea. Un Camus que nunca se entusiasmó con  la orgía fúnebre del siglo XX, que se manifestó en contra de todas las formas de terrorismo y penas capitales, no importa la organización o sociedad que las propusiera. Que bebía del sol mediterráneo para mantener su fe en la dignidad del hombre y en sus infinitas posibilidades, como lo consignaron los griegos. Un hombre que, a pesar del absurdo de su existencia, es capaz de amar y cantar, de crear y vivir, de disfrutar los dones de la luz y el mediodía. Que refuta la tendencia malsana de considerar al hombre como un ser que, un día cualquiera, aparece metamorfoseado en cucaracha,  y que su verdadera residencia son los pipotes de basura de una obra de teatro. La invitación es a releer al autor de LOS JUSTOS a la luz, ya no de la noche de miserias, sino “à plein soleil”, en medio de la luz curadora, a orillas de la mar insobornable y siempre renovada del meridiano. De haber leído el libro de Onfray, es muy probable que Adrián, el malhadado protagonista de Barnes, no se hubiese quitado la vida.

 

Alejandro Oliveros Alejandro Oliveros, poeta y ensayista, nació en Valencia el 1 de marzo de 1948. Fundó y dirigió la revista Poesía, editada por la Universidad de Carabobo. Ha publicado diez poemarios entre los que figuran El sonido de la casa (1983) y Poemas del cuerpo y otros (2005). Entre sus libros de ensayos destacan La mirada del desengaño (1992) y Poetas de la Tierra Baldía (2000).

Comentarios (5)

Raúl Abzueta
21 de enero, 2012

Hermoso texto. Merci !

Arnovis Muñoz
22 de enero, 2012

Quizá, sin pretensión dogmática, Albert Camus nos enseñó que unas de las notas distintivas fundamentales de lo humano son la absurdidad y la ambiguedad; notas estas que nos ponen de cara no sólo a lo incierto y al “andar desnudos muchas veces a la intemperie” (A. R. Guardia) sino sobre todo a posibilidad misma de comprender que lo humano, lo genuinamente humano, no es y nunca ha ser considerado superfluo”.

Boris Muñoz
23 de enero, 2012

Gracias Alejandro por este texto tan hermoso. Dan ganas de volver a lo que llamas el canon de Camus. Es una forma de revivir la luz intensa (mediterránea y ucevista) de las primeras lecturas, como El extranjero y La peste.

Víctor Garay Oleas
27 de enero, 2012

Reivindicativamente hay que retomar las libertarias lecciones de este heráldico humanista irrenunciablemente indócil, afrancesadamente universal, que supo legarnos el trascendental tesoro de su prodivencial palabra de combate contra todo tipo de oprobiosa opresión totalitaria, de cualquier petulante prepotencia imperial, pestíferamente proterva, que pretenda someternos a sus ostentosas ominosidades omnímodas, no solamente como camuseanamente aconteciera, durante los tristemente tétricos e ignominiosos momentos que le cupo enfrentar con su virtuoso pensamiento y valeroso accionar, al condenar tanto excecrable exterminio, y experanzadoramente exhortarnos a que mantuviésemos enhiesta y fortalecida nuestra fe en la dignidad y magnanimidad de los disímiles semejantes, que hasta estos novomilenarios días que desquiciadamente decurren, nos vemos abocados a luchar denodadamente contra macabros molinos de belígera barbarie genocida, por quienes pretenden pereptuarse en sus nefastos albañales nauseabundos, fétidamente fanatizados y enquistados en su hegemonizante holocausto de nuclearizado y tiranosáurico poder. Enhorabuena por esta reconfortante remembranza de este herético hombre rebelde, gracias, Víctor Garay Oleas.

mery sananes
28 de enero, 2012

Alejandro: Qué bueno reencontrarte a través de este texto sobre Camus. Muchas veces nos tropezamos en los pasillos de una escuela de letras escindida en retazos, incapaz , más allá de esos aportes luminosos individuales, en los que tanta cátedra no tradicional se dictó, de ofrecer a un expaís vacío, una respuesta que viniera de la raíz misma de esos textos en los que florecen caminos aún no habitados.. No logramos traspasar los muros de las aulas, en las que cada uno cultivaba una geografía determinada, que no alcanzaba a comunicarse con el otro. Fichas aisladas que no lográbamos encajar en un tiempo desolado. Muda ha sido nuestra escuela ante la tragedia de un territorio provisional, en los que la muerte se va adueñando de los espacios. Muerte real y muerte del pensamiento. Muerte de los sueños y la utopia. Como si ya no fuésemos capaces de alcanzar la luz solar de la que habla Camus. Y éramos y seguimos siendo los indicados. ¿Cómo pasar por la historia de la literatura y no salirnos del marco de los libros y asaltar la realidad con un verbo en la mano, en la otra un gerundio y en el corazón la decisión de rescatar con actos y palabras, el sentido mayor de la vida? Hemos sido los grandes ausentes. A Camus lo conocí hace muchos y me ha acompañado en todas mis travesías, como ese faro del que hablas. Conciencia clara, sin perder el hilo de lo vivido y por vivir. Una razón más que suficiente para la conversa que nunca logramos sostener en aquellos pasillos, en los que no nos reconocíamos. Hoy te saludo con afecto en pleno sol de los mediodías que tenemos que construir.

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