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Nacidas para parir: embarazo adolescente en Venezuela

Una chica de quince o dieciséis, llamémosla Amanda, tiene menos chance de ganar peso durante el embarazo. Comparada con cualquier mujer adulta, ella tiene mayor probabilidad de sufrir hipertensión, anemia o infecciones de transmisión sexual.

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A estas alturas muchos gobiernos deben estar trabajando con prisa. En 2015 se cumplirá el plazo que 192 países fijaron en la llamada Declaración del Milenio. El acuerdo, firmado en Naciones Unidas en el año 2000, menciona entre sus objetivos de desarrollo “promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer”, y “mejorar la salud materna”. Hoy quedan sólo tres años de margen y muchos gobiernos siguen en deuda. Si alguno de ellos quiere honrar el compromiso, es momento de acelerar.

Las grandes organizaciones planetarias miden la calidad de vida contando indicadores. Esos números pueden medir la crisis, la pobreza y el hambre, pero también la abundancia y el tono del músculo económico. En América del Sur los indicadores casi nunca van bien, y menos aún para las mujeres. La Organización Mundial de la Salud dice que en nuestros países cuatro de cada diez embarazos terminan en abortos. Cuatro millones de abortos se realizan en nuestra región cada año, y muchos de ellos se practican con las peores técnicas: introducción de alambres, caídas intencionales y golpizas.

Algunas mujeres informadas recurren al misoprostol, un medicamento utilizado en el tratamiento de úlceras pépticas que también está indicado para la interrupción del embarazo. Entre los países latinoamericanos hay uno que se lleva el récord en ventas de misoprostol. Sí, Venezuela.

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Amanda, es casi seguro, vive en algún barrio de estrato bajo. Allí la comida no abunda, los servicios básicos son esporádicos, pero ella sobrevive en ese escenario hostil. Consecuencias: Amanda tiene una propensión natural a sufrir violencia y abuso sexual durante la preñez. Si la comparamos con una mujer adulta, es tres veces más probable que su hijo nazca con peso bajo, o que muera durante el primer mes de vida.

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Detrás de los indicadores palpitan siempre algunos fenómenos. Los números hablan. América Latina y el Caribe tienen cifras altas de abortos por las razones de siempre: miseria, ignorancia, desempleo, machismo. Pero a éstas se suma otra de orden burocrático: tenemos leyes severas que restringen la práctica del aborto. Sin embargo, los abortos no dejan de ocurrir. Sólo que ellos, realizados en condiciones adecuadas, llevan mucho tiempo convertidos en un privilegio. Pocas mujeres de clase media y alta tienen acceso a cirugías adecuadas en clínicas privadas. Las demás, la enorme mayoría, simplemente se las arreglan para salir de una situación desesperada. Lo dice en un artículo María Alejandra Ramírez, sicóloga especialista en Derechos Sexuales y Reproductivos: “el nivel socioeconómico de la mujer determina sus riesgos ante un aborto inducido”.

Otro indicador explícito que utiliza la OMS es la tasa de fecundidad adolescente (chicas entre los 15 y los 19 años). Según el informe de 2011, varios países desarrollados de Europa (Alemania, Noruega, Italia, Suiza) tienen menos de diez chicas embarazadas por cada mil: no llegan al uno por ciento de esa población. En toda América, en cambio, el promedio es de 63 embarazadas por cada mil. La tasa más baja la tiene Canadá: 14. Venezuela, ubicada justo antes de Honduras y Nicaragua, ocupa el antepenúltimo lugar, con una cifra de escándalo: 101 adolescentes embarazadas por cada mil. Es decir, poco más del diez por ciento de nuestras muchachas está esperando un hijo en este momento. Hace sólo dos años la cifra era de 91.

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Puede que el hijo de Amanda logre esquivar todos los peligros mencionados, pero aún corre el riesgo de morir antes de cumplir seis años. Los casos de muerte súbita son más comunes entre los hijos de madres adolescentes.

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¿Cómo se resuelve este problema? ¿Cómo se empiezan a corregir los indicadores que mantienen preocupados a los gobiernos, y que afectan a tanta gente? ¿Cómo nos acercamos a las famosas metas del milenio?

Lila Vega, pediatra, fue durante nueve años profesora en la Escuela Luis Razzetti de la Facultad de Medicina de la UCV. Ahora trabaja en un programa de medicina preventiva en la Gobernación de Miranda. Allí ha aplicado, desde hace varios años, un concepto que la OMS llama “promoción de la salud”.

— Esto implica que es cada individuo quién posee las herramientas y los elementos que le permitirán a él tomar buenas decisiones con respecto a su salud. Ese concepto es distinto al de la prevención.

La táctica se puede resumir en tres puntos claves. Uno: diferir el inicio de la actividad sexual. Los jóvenes deben contar con un espacio donde sea posible discutir el tema con sus semejantes y con algún facilitador. Según Vega, es posible diferir el inicio de la actividad sexual dejando la decisión en manos de jóvenes informados. Dos: parejas de la misma edad. Cuando se juntan jóvenes de la misma edad es posible para ambos establecer relaciones equitativas de poder. A mayor edad, mayor historia sexual y mayor riesgo de infecciones sexuales. “Una joven mucho menor que su pareja puede no tener la capacidad de negociar efectivamente el uso del condón ante una persona más experta que podría imponer su voluntad. Las relaciones inequitativas de poder facilitan el abuso”. Y tres: uso del condón siempre.Es el único método anticonceptivo que además protege contra infecciones”.

Estas medidas se aplican temprano para evitar que las chicas se embaracen por primera vez. ¿Qué hacer cuando ya lo están? Lila Vega habla de su experiencia en varias poblaciones de los Valles del Tuy:

— Nos aseguramos de que reciban atención prenatal y que se preparen para los cuidados del recién nacido. También aprenden destrezas para la crianza sin violencia. Se discute ampliamente el tema de la propia sexualidad y las opciones de anticoncepción que tienen.

El gran problema del embarazo adolescente está en el enorme riesgo de pobreza: o se embarazan cuando abandonan la escuela, o abandonan porque están embarazadas. Uno de los objetivos, dice Vega, es que las jovencitas piensen y construyan un proyecto de vida que vaya más allá de la maternidad. Urgen alternativas en escuelas y universidades. “Para que la etapa de reinserción educativa tenga mayores probabilidades de éxito, hay que facilitar opciones para la atención del bebé (guarderías) y algunas becas por cada semestre cursado exitosamente”.

Dicho de otro modo: se trata de desactivar la bomba a tiempo. El embarazo adolescente es una especie de tormenta perfecta: cuando se incuban las anomalías sociales, es difícil, costoso y demorado sofocar el incendio. Además el fenómeno se repite: la mitad de las chicas como Amanda vuelve a quedar embarazada antes de los veinte años.

El gobierno venezolano conoce esta emergencia. Recientemente creó la Misión Hijos de Venezuela, dirigida a madres adolescentes y adultas ubicadas por debajo del salario mínimo. En trece estados del país se está haciendo ahora un registro de todas las personas y familias que aspiran a recibir el subsidio. El Presidente ha descrito el programa como una medida de urgente y transitoria, que busca paliar la pobreza extrema otorgando ayudas en efectivo y asesorías casa por casa. La medida, implementada a un año de la elección presidencial, ha desatado el debate. ¿Es este el camino que conduce a la solución del problema? ¿O es solamente otro costoso aparato populista?