Artes

La mirada de otro, por Mirtha Rivero

Por Mirtha Rivero | 18 de diciembre, 2011

Rasgó la envoltura de papel y al descubrir el regalo, la decepción –no lo pudo disimular- se le pintó en la cara. Esperaba un tutú de bailarina. Una falda con vuelos de gasa digna de la prima ballerina que ilusionaba llegar a ser, pese a que en ese entonces (año 1969) era una niña gordita que no exhibía las menores habilidades para destacar en el baile clásico. Pero ella tenía nueve años, se tomaba muy a pecho sus lecciones de ballet y el día en que hizo su primera comunión soñaba con que su abuelo paterno le regalaría una falda de bailarina clásica. Si no era una falda, se podía haber conformado con una estilográfica, que era lo que comenzaba a acostumbrarse en comuniones. Pero tampoco le llegó la pluma fuente, y ni siquiera una muñeca, que hubiera sido algo como normal o, cuando menos, esperado. Porque su abuelo Grandes, su abuelo preferido, su abuelo poeta, no pudo traicionarse a sí mismo y el día en que ella se inauguró como comulgante, no hizo otra cosa que regalarle un libro: la edición infantil del poema épico de Homero, La Odisea.

Y ese presente, que al principio la desconsoló, la llevaría irremediablemente a la escritura, o a la lectura, que es el primer paso que se da antes de empezar a escribir. El obsequio del abuelo la acercó por primera –y definitiva- vez a la literatura:

-Yo soy novelista –ha dicho Almudena Grandes- por aquel regalo que me hizo mi abuelo Grandes. Él me dio La Odisea y, no sé ni por qué, me leí ese poema –íntegro- en primera persona del plural. Desde entonces me enganché.

Cuarenta y un años y ocho novelas más tarde sigue enganchada, y enganchando a otros con su trabajo.

-Escribir es mirar al mundo –señaló hace pocos días cuando recibió en México el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Inés y la alegría– . Cada escritor cuenta lo que ha visto con sus propios ojos. La mirada de cada escritor, y de cada persona, está determinada por los atributos que convierten a esa persona en única.

En Inés y la alegría (Tusquets, 2010) –el primer título de una saga de seis volúmenes dedicada a recoger veinticinco años de la resistencia a la dictadura de Francisco Franco-, la escritora española posa su mirada en un hecho olvidado o silenciado: la invasión al Valle de Arán, en 1944, y las historias de amores, ambiciones, luchas por el poder y sueños rotos que hubo o pudo haber detrás de esa fallida operación que pretendía “reconquistar” España luego de perdida la guerra civil. Cuando Franco aún no parecía eterno.

Y es precisamente repasando las páginas de esa novela, que hoy me detengo en unas cuantas líneas subrayadas. No puedo reprimir la tentación de transcribir: “Si el padre del dictador hubiera sido un poco más antipático, si se las hubiera arreglado para gozar algo menos de la vida, quizás sus compatriotas podríamos habernos ahorrado la efigie y obra de su hijo”.

La mirada de Almudena Grandes –pienso- podría servir para retratar mucho más que una historia profundamente española:

“…mi pobre país aterrorizado, humillado, cada día un poco más pequeño, más encogido… su pequeña gente harta de sufrir, y nuestra propia desgracia, aquel círculo vicioso de energía y desesperanza, de fe y desconsuelo, en el que nos íbamos intercambiando los papeles, las mentiras, a medida que nos fallaban las fuerzas o las recobrábamos, aferrados todos al mismo poste, el mástil tambaleante de un barco que hacía agua…”

***

Publicado en Prodavinci por cortesía de díaD, el suplemento dominical del Diario 2001

 

Mirtha Rivero 

Comentarios (1)

Libia Kancev
18 de diciembre, 2011

No he leído a Almudena Grandes. La historia de cómo se orientó su ser escritora no es inusual, cuando repasamos cómo empezó la de muchos otros. Aún así, quiero rescatar de este artículo de Mirtha Rivero lo que menciona sobre el escritor(ora): “Cada escritor(cada escritora) cuenta lo que ha visto (lo que ha soñado, lo que ha imaginado) con sus propios ojos (o con los ojos o recuerdos de otros). La mirada de cada escritor, y de cada persona, está determinada por los atributos que convierten a esa persona en única”.

Sí, los escritores tienen mucho de únicos, en especial, cuando nos trasladan a “otras partes” con sus relatos.

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