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Camilo Jiménez: “Hay que discutir sobre la calidad de la educación”, por Sinar Alvarado

¿En qué consiste la lealtad de un maestro hacia sus alumnos? ¿Hasta dónde llega ese compromiso? ¿Debe persistir en su tarea un educador, aún por encima de la incomunicación y la apatía de sus discípulos? ¿Cuándo es ética una renuncia? Habla un profesor de periodismo que se convirtió en noticia.

Por Sinar Alvarado | 12 de diciembre, 2011

Camilo Jiménez no pudo más. Después de nueve años dando clases en la Universidad Javeriana, en Bogotá, la semana pasada el profesor publicó su carta de renuncia. La colgó en El ojo en la paja, un blog sobre libros y edición que mantiene desde 2007. Allí sus entradas suelen ser muy leídas, nunca populares. Pero el texto de despedida empezó a circular velozmente en las redes sociales, y pronto fue publicado por varios medios de comunicación masivos (la publicación de Prodavinci aquí). Resultado: un ruidoso debate de opinión pública que creció en Colombia y pasó luego a los foros virtuales de otros países.

¿Quién es el autor de la carta polémica? Camilo Jiménez (Medellín, 1969) lleva dieciséis años trabajando en el mundo editorial colombiano: pasó la mayor parte de su carrera entre las revistas El Malpensante y SoHo, y ha sido editor externo del Grupo Santillana. Sin embargo, para el grueso de la audiencia su nombre era completamente desconocido. Muchas personas en Twitter, las mismas que lo convirtieron en trending topic, especulaban sobre las motivaciones de su renuncia: “quiere ser famoso”, dijeron; “busca desprestigiar a la universidad que le dio de comer”, acusaron; “y su pataleta es un gesto de egoísmo y arrogancia”, concluyeron. Otros, con mucha imaginación, lo dibujaron como un catedrático huraño, quizá un anciano: un rabioso enemigo de las nuevas tecnologías. Lejos de eso, para seguir animando la discusión, Jiménez ha estado “tuiteando” otros puntos de vista sobre el tema desde su cuenta @bocasdeceniza.

Un debate de estas proporciones no crece de la nada. El escándalo generado por la renuncia del profesor, aunque carece del análisis y del espíritu crítico que él mismo reclama en su carta, demuestra que el tema de la educación  —desde la primaria hasta el posgrado— es una de las grandes preocupaciones sociales, y uno de nuestros mayores retos. Todos parecen tener una opinión, y todos decididamente quieren que sea escuchada. La carta de Camilo Jiménez fue sólo la mecha que puso a andar el mecanismo.

A una decisión como ésta, profesor, no se llega de golpe. ¿Hace cuánto venía incubando su carta de renuncia? ¿Cuál era el objetivo cuando la escribió y la publicó?

Los sentimientos encontrados frente a mi clase venían de dos o tres semestres atrás. Desde entonces venía encontrándome ante una profunda desconexión entre lo que los estudiantes y yo queríamos y considerábamos esencial. Busqué maneras de llevar la clase, ensayé con otros títulos y formas distintas de presentarlos y acercarse a ellos, cambié los ejercicios que hacíamos, la manera de exponer puntos que yo estimaba importantes en esas lecturas. Este último semestre vi que durante el último año y medio o dos años, y a pesar de los intentos, no encontré la manera de comunicarme mejor con los estudiantes, y por eso la renuncia.

Ahora bien, no quería aducir “motivos personales” en una carta formal y protocolaria. Tenía sentimientos encontrados: tristeza, desconsuelo, esperanza y rabia, entre otros. Pero no sabía qué estaba primando en mí. No tenía nada claro, salvo que debía retirarme y pensar. Y la manera más efectiva de pensar, al menos para mí, es escribiendo. Con las propias ideas en el papel uno dialoga con ellas, las puede mirar desde distintos ángulos, las califica y discute con ellas, un poco como si fueran ajenas. La carta la escribí para mí y para mi jefa de la universidad, a quien se la pasé junto a la carta de protocolo, esa donde uno usa por única vez palabras como “irrevocable”.

Unos días atrás había reabierto mi blog, y la colgué allí para comentar todo lo que estaba sintiendo con los amigos que visitan la página. Ese era el objetivo: compartir mi desazón con mi jefa, y comentar esos sentimientos con los amigos que pasan por el blog y comentan, que son unos 30 o 40.

Mi jefa en la universidad me llamó unos minutos después de recibirla y me dijo que los colegas del departamento debían conocer la carta, que la había reenviado a unos cuantos. Al parecer uno de los profesores se la envió a la directiva de la universidad, y al día siguiente recibí una llamada del vicerrector académico pidiéndome autorización para enviarla a El Tiempo. Supuse que harían alguna nota o la usarían como insumo para una noticia sobre educación superior, qué sé yo. La publicaron a página completa el viernes y de ahí toda la resonancia que tuvo.

El diario El Tiempo, de Bogotá, publicó una versión de la carta bajo el título “Profesor renuncia a su cátedra porque sus alumnos no escriben bien”. ¿Puede reducirse a esa frase su decisión?

En lo más mínimo. Sí considero que un estudiante de periodismo de tercer semestre o superiores debería ya saber escribir y comunicarse mínimamente. No de manera creativa y original, eso se aprende con años de lectura y escritura, sino de manera efectiva. Mi decisión obedeció principalmente a que no me podía comunicar con ellos, a que no encontraba la manera de despertar su curiosidad y su interés en los asuntos del curso.

En un punto de la carta dice: “Buscaba que (los alumnos) practicaran hacerse entender en un grupo, una herramienta que estimo fundamental no sólo para la vida profesional, sino para la vida civil”. La universidad, además de enseñar un oficio, debería además colaborar en la formación de ciudadanos. Y creo que este es uno de los puntos claves de su reflexión. La apatía hacia el aprendizaje puede estar relacionada con la apatía por la civilización, que no puede sostenerse basada sólo en el desarrollo tecnológico. ¿La verdadera emergencia aquí, más allá de la incompetencia narrativa, no está más bien en el riesgo de graduar muchachos atrofiados para la vida en comunidad?

Para la vida en comunidad, sí, pero también para la vida en intimidad. Es claro que los modelos de aprendizaje que conocemos están cambiando. Ahora que todos estamos siempre conectados, expuestos; que tenemos seguidores sin ser estrellas del espectáculo ni gurús, y “amigos” de quienes apenas conocemos las fotos de un paseo, quizá lo que esté haciendo falta sea fomentar en los estudiantes el silencio, la intimidad, la introspección. Con tantos estímulos lo que se está perdiendo es la mirada hacia el propio interior, que es tan alimenticia. No se ría, pero dentro de las estrategias que he pensado en estos días está la de comenzar —o terminar— cada clase con una sesión de meditación de cinco minutos. No estoy diciendo que lo voy a implementar si regreso a las aulas, o que debería implementarse: estoy diciendo que he pensado en ello.

Por otro lado, la manera de conversar y de discutir —que es el medio privilegiado para el desarrollo de la vida civil— también está cambiando. Siempre consideré fundamental escuchar al otro, intentar entender bien lo que dice, y contestar en consecuencia. Si las razones del otro son válidas, el propio enfoque se cambia, así de simple. Pero las discusiones y conversaciones son en muchas ocasiones un —perdón por el cliché— diálogo de sordos. Cada quien expone sus ideas y razones y oye de mala manera las del otro, y al final cada uno está más empeñado en sus razones aunque las del otro sean vigorosas, válidas. Lo que importa en una conversación moderna es tener la razón. Y a mí lo que me importa es justo lo contrario: encontrar otras razones que amplíen mi experiencia. ¿Sabe? Yo me meto poco en discusiones. Muy poco. Porque cuando intervengo en ellas estoy dispuesto a cambiar mi manera de pensar si las razones que me expone el contrario son válidas, y espero de mi interlocutor la misma actitud. Y muy pocas personas están dispuestas a eso.

Que la carta haya hecho tanto ruido parece una buena noticia. ¿Cree que de algún modo eso le da la razón? ¿A qué viene tanto escándalo?

No se trata de tener o no tener razón. ¿Razón en qué? Lo que he pensado con toda esta resonancia es que en la carta se tocan puntos en los que mucha gente estaba pensando, que había inquietudes al respecto, tanto de parte de los profesores como de los estudiantes, de los padres de familia y las instituciones. La carta relata una experiencia personal de clase, pero al parecer muchos compartían esa misma experiencia, de parte y parte. El ruido en este caso puede ser conveniente, porque lleva a mucha gente a pensar cómo está asumiendo el proceso educativo en el punto en que le tocó: como estudiante, como docente, como institución o como padre de un universitario. Ahora que se habla tanto de cubrimiento y alcances de la educación, vale la pena agregar la calidad a la ecuación. Y la carta va en ese camino.

La cátedra que abandona se llama Evaluación de Textos de No Ficción y pertenece a la línea de Producción Editorial y Multimedial de la carrera de Comunicación Social en la Universidad Javeriana. ¿No es bastante claro esto? ¿No deberían saber los estudiantes qué tipo de cosas se les van a exigir?

Sin duda. ¡Se están formando como periodistas, como editores! No me cabe en la cabeza que un joven de quinto semestre de Comunicación Social no solamente no haya leído a Truman Capote, sino que no sepa quién es. O, para ponerlo en el plano local, que no sepa quién es ni haya leído a Daniel Samper Pizano. No me cabe en la cabeza que no identifiquen lo esencial en un texto y sepan ponerlo de manera clara en un escrito breve. No me cabe en la cabeza que entreguen pruebas escritas plagadas de errores básicos de escritura. Le cuento un caso específico: uno de los ejercicios que propuse fue hacer un resumen de Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez. La entrega de uno de los estudiantes empezaba así: “Retrato de una naufrago es un libro de…”. No me cabe en la cabeza que un estudiante de Comunicación Social, de tercer semestre o superior, entregue un trabajo con tres errores, tres, en el título del libro que está reseñando.

No creo que la tarea de un profesor de la materia Evaluación de Textos de No Ficción, que se da en niveles superiores, sea enseñarles a hacer un resumen. Creo, sí, que es pulir y mejorar esa herramienta, pero no enseñarla.

Muchas universidades han adoptado la opción de convertir la Comunicación Social en un curso de posgrado. Así, los estudiantes de carreras como Historia, Literatura o Ciencias Políticas, con una formación intelectual más sólida, pueden luego adquirir destrezas de orden técnico que podrán aplicar en los medios. ¿Te parece conveniente esta alternativa en Colombia? ¿Puede ser una solución?

Lo he pensado y lo he discutido con amigos. Mire usted que muchísimos periodistas sólidos (de radio, televisión, o internet; no importa el medio) vienen de otras áreas del saber. Y en la práctica, cuando están trabajando en los medios, van aprendiendo la manera de hacer público ese conocimiento. Puede que la Comunicación Social como programa académico apenas dé para armar una tecnología, o una especialización. Sucede con las licenciaturas: en Artes Plásticas, en algunas universidades, se cursa la carrera, y quienes quieran especializarse en la labor docente deben hacer uno o dos años más para aprender estrategias didácticas. No sería mala idea: que alguien estudie la carrera de Economía, de Historia, de Antropología, de Literatura, y si quiere ser periodista, comunicador, completa esos estudios con uno o dos años donde se le den los rudimentos de la comunicación social. Técnicas de radio, de televisión, de escritura. No digo que sea lo ideal, pero es un punto para pensar sin apasionamientos.

¿Cuánto de ética hay en su renuncia?

No sé. Lo que sé es que siempre he intentado evitar hacer cosas por obligación, y la asistencia a mi clase se me estaba convirtiendo en una carga. Si algo no me reta, si no aprendo, me aburro, haga lo que haga. Y en mi clase no estaba aprendiendo al lado de los estudiantes; no me estaba sintiendo suficientemente estimulado por la interacción con ellos. Y los estudiantes no se merecen tener al frente a un profesor cansado, desmotivado.

En los foros donde se discute su carta —Twitter, Facebook, páginas de periódicos y revistas— se repite la palabra “derrota”. Alegan que usted “tiró la toalla” antes de tiempo, que debió insistir.  ¿Se siente derrotado? ¿Qué es lo que más lamenta?

Derrotado para nada; no estoy peleando ni compitiendo. En la carta expuse lo que estaba viendo y lo que estaba sintiendo. Lamento las lecturas sesgadas, cargadas de prejuicios, de rabia. Los argumentos ad hominem (y espero que no me crucifiquen por soltar un latinajo). El marcado interés en desacreditar al autor de un texto que incomoda. Lamento que muchos lectores se hayan entretenido en lo accesorio de la carta, en lo insignificante. Pero ese es el mismo problema que estoy señalando allí: la falta de lecturas, de reflexión, de análisis sereno de los hechos lleva a que la atención se concentre en aspectos intrascendentes. De una carta o de cualquier otro texto, sea escrito, audiovisual, político, etcétera.

“Culpa” es la palabra que más se repite en esos foros. Todos buscan un culpable. ¿Quién es? ¿Dónde está ese personaje indolente?

Con todo este asunto me he dado cuenta de que hay una tendencia a convertir todo escrito en un relato policial: ¿Dónde está el culpable?  ¿Quién es el asesino? ¿Contra quién está escribiendo? Leemos llenos de prejuicios, intentando encontrar ideas que afirmen las nuestras, nunca que las discutan. Leemos intentando encontrar respuestas, no más preguntas. Por eso los desenfoques, las lecturas parcializadas, los engaños y malos entendidos. Si a alguien culpo en mi carta es a mí mismo, a mi incapacidad para comunicarme de manera efectiva con mis estudiantes.

Muchos erraron el enfoque y le critican su supuesto ataque a las nuevas tecnologías. ¿De qué modo aprovechar estas herramientas? ¿Se ha planteado buscar un sendero en esa dirección?

Ese enfoque equivocado viene de lo que dije en la respuesta anterior. La mala lectura, la “lectura bárbara” de la que habla Alejandro Rossi. Me sorprende que tantos hayan pensado que estoy en contra de la tecnología. Por favor: tengo un blog, tengo Facebook y Twitter; paso muchas horas al día en internet. No estoy en contra de la tecnología: estoy en contra de la mediocridad. Uno de mis poetas favoritos es Juan Ramón Jiménez. En un aforismo, dice: “Lo malo está más cerca de lo bueno que lo mediocre”. No puedo estar más de acuerdo. Y lo que veo en mis clases, en los medios de comunicación, en el acercamiento a los hechos, es mediocridad, ligereza, desconcentración, facilismo. No soy capaz de decirlo de manera más suave.

La frase de Wittgenstein dice que “el universo de cada hombre es exactamente del tamaño de su vocabulario”. Es decir, el mundo y la realidad que percibimos están enmarcados en nuestra propia capacidad para nombrar y narrar. Es decir, para pensar y reflexionar. ¿Qué pasa si el futuro no es más esto que hemos conocido, y desaparece para siempre la vocación por el saber ligada a la palabra? ¿Se imagina viviendo en un mundo donde la formación sólo sean cápsulas y búsquedas de Google resueltas en fracciones de segundo?

Cuando terminé de armar la carta y la envié entendí varias cosas, entre ellas, que el texto se parece al testimonio de alguien que se da cuenta de la tan manoseada “brecha generacional”, y le duele. No me molesta haber evidenciado eso.

Ahora bien, no creo en un futuro por fuera de la palabra. Toda actividad humana creativa empieza con la palabra. Un guión de cine o un libreto de televisión, una obra plástica, un portal de internet, un experimento científico (que considero que tiene una carga grande de creatividad) están atravesados por la palabra. Todo empieza con una idea que se va materializando en palabras, que va tomando forma allí, en la intimidad de nuestro cerebro, a través de las palabras. Lo que sí puedo imaginar es un futuro o un presente más frívolo. Interesado en cosas insignificantes, y allí lo digo. Están cambiando los intereses. Eso duele, y el dolor está expresado en mi carta, pero hay que buscar entonces alternativas. En mi texto no avanzo en propuestas, vendrán otros que sí lo hagan: textos míos o de las personas que están pensando en todo esto.

¿Volverá a clases?

Quizá sí. Me gusta compartir experiencias, y el aula de clases es un lugar privilegiado para ello. Por ahora voy a pensar en herramientas y estrategias, voy a estar atento a lo que está pasando en las instituciones de educación, con los estudiantes y profesores. Después, tal vez, regresaré.

Sinar Alvarado 

Comentarios (20)

MANUEL CANO
12 de diciembre, 2011

Pienso que se le debe dar más importancia a la función comunicativa de la lengua.

Antonio Prieto A.
12 de diciembre, 2011

Fuí docente. Durante 34 años me desempeñé en el área de física y precisamente me retiré desilusionado porque vi la esterilidad de mi trabajo con los estudiantes. Durante unos cinco años estuve hablando con ellos, tratando de descubrir cual era la causa de esa apatía con el estudio. Hice encuestas en varios cursos, tabulé los resultados y vi que existe una total carencia de sentido de pertenencia. Los estudiantes no ven en la educación algo que les pueda servir para la vida. Todo lo hacen por obligación, o no lo hacen. Pensé en una metodología basada en la creatividad y realicé un taller de toda una tarde con mis compañeros de trabajo. Desafortunadamente a los directivos no les interesó y muchos compañeros que estaban pensionados o a punto de pensionarse se negaron a participar en este proyecto. (Alguno me dijo: “Deje de molestar, espere su pensión y váyase a descansar). Solo algunos docentes jóvenes estuvieron interesados, pero nada se pudo hacer. La mayoría de los docentes se han acostumbrado a este tipo de cosas y no hacen nada por cambiar.

Caroline de oteyza
13 de diciembre, 2011

Comparto la preocupacion de este professor. Agradezco la sinceridad de su carta y de sus respuestas al periodista Synar Alvarado para expresar tan claramente un malestar que, creo, es compartido por muchos colegas. Ademas de sincera (dice lo que piensa), su decision es valiente (Pedir a la juventud de hoy trabajo, disciplina, constancia y consistencia es cada dia mas politicamente incorrecto) y consecuente (presenta su renuncia porque no puede convivir con la mediocridad que percibe a su alredeor). La amplitud de la discusion que ha generado su carta demuestra que ha tocado un tema sensible, que ser sincero, consequente y valiente mobilize mucha gente! Enhorabuena. Caroline de Oteyza Prof. Escuela de Comunicacion Social de la Universidad Catolica Andres Bello. Caracas. Venezuela

Carlos Lagos
13 de diciembre, 2011

La palabra es la base misma de lo que conocemos como humanidad. La pobreza del lenguaje no es solo generacional. Por supuesto que la velocidad en la comunicación de una idea, como estas respuestas a un articulo, que ofrece la tecnología, se presta al error. Es esa dispersión del pensamiento, esa ausencia de foco, la que lleva a textos macabros por su redacción y, peor aun, por su ortografía. Y eso que tenemos correctores de texto del navegador en varios idiomas! Comparto con el profesor su desazón

Liliana Vásquez
13 de diciembre, 2011

Felicito a Camilo y me uno a su reflexión. Soy docente en las Facultades de Comunicación Social en Medellín y siento ese mismo vacio, esa no emoción ante la vida que veo en los estudiantes de pregrado.

Ese no querer nada, no leer, no analizar, no reflexionar y no argumentar es completamente doloroso, porque los hace incapaces de convivir y los deja ante una serie de dolores diarios, porque pasan de frustración en frutración y su espacio para la reflexión es poco, porque no han estimulado ese momento íntimo en su vida diaria.

De grupos de 35 estudiantes usualmente encuentro 3 ó 4 entusiasmados con la carrera, con la ciudad, con hallar su sentido de la comunicación y con crear su papel como editores. Los otros 31 estudiantes están ahí, sin saber por qué o para qué ocupan el cupo de una universidad pública o privada; no lo saben aún en 7° semestre y ni les inquieta, porque creen que de alguna parte les llegará la respuesta.

Algo pasa en la primaria, en el bachillerato y en en los hogares; ya no se conversa, ya no se argumenta, ya no se vive en común y la universidad se ha convertido en el espacio donde nosotros vemos reflejada esa soledad y ese desgano. Indudablemente hay que hacer cambios reales en el sistema educativo y definir muy bien qué ciudadano necesita Colombia para ayudarlo a crear desde el salón de clases y con el trabajo permanente de las familias.

Gracias por provocar la reflexión.

Liliana Vásquez P. Comunicadora Social-Periodista

deily
13 de diciembre, 2011

Cada vez que corrijo el primer examen de cualquiera de los cursos que doy “invierto” (digo invierto para convencerme de que pudiera tener frutos ese tiempo) por lo menos media hora en exponer a mis alumnos lo terrible que es tratar de entenderlos cuando escriben. La carga de errores ortográficos y la falta de redacción de ideas es fatal. Eso sin entrar en la materia propiamente dicha de los contenidos que se están evaluando. Es lamentable que los muchachos no saben ni acentuar sus propios nombres. Ha resultado un ejercicio divertido leer las palabras tal cual como las escriben, e incluso “rebautizarlos”, así tengo alumnos que dicen llamarse César, pero les llamo Cesar (tal como lo escriben: terminar, acabar, concluir). Los segundos parciales los voy comprendiendo mejor. Es una lucha que definitivamente debe comenzar en casa. Deily Becerra UNESR, UNEFA Vargas Venezuela

Alejandra Suárez
13 de diciembre, 2011

Soy docente de arte y literatura en un bachillerato y aunque debo decir que, en gran parte, estoy de acuerdo con los puntos planteados por el profesor Jiménez, me temo que lo que dice aquí el profesor Prieto es un tema igual de álgido. Muchos docentes son igual de apáticos y están igual de desmotivados que los alumnos. Plantear estrategias creativas y buscar soluciones implica más trabajo que señalar el problema y decir que tiene que ver principalmente con las nuevas tecnologías. Muchos docentes se quedan ahí. El trabajo de la educación es coyuntural y por tanto necesita que todos sus actores participen activamente para generar un cambio. Me parece valiente renunciar, me parece más valiente aceptar que es una falla del docente no poder comunicarse con sus estudiantes. Si no queremos alumnos apáticos, no podemos tener tantos docentes desinteresados en renovar y mejorar su labor.

Luisana Colomine
13 de diciembre, 2011

No conocía al colega camilo Jiménez, pero sigo suscribiendo (porque la he sentido) la frustración que le hizo tomar tan radical decisión…Es lamentable encontrar tan pocos jovenes con el deseo de leer, de investigar, especialmente en Comunicación Social, carrera en la cual la lectura es imprescindible…Felicito a Camilo por la valentía de su carta pero, en mi caso, me seguiré dando golpes contra la pared…Siempre incluyo en mis actividades con los estudiantes la lectura de un libro (no de un capítulo)…Y al principio arrugaban la cara, pero ya se hann ido acostumbrando. Al principio sólo uno o dos leían, el resto buscaba en internet el resumen…Hoy lo hacen cinco o seis…Espero que camilo vuelva pronto a las aulas, porque seguramente que ya lo están extrañando. Luisana Colomine Periodista Universidad Bolivariana de Venezuela

Mónica Prieto
13 de diciembre, 2011

Pertenezco a una familia de docentes y el sinsabor que expone Camilo, es compartido por absolutamente todos, es una tema de conversación en más de una reunión familiar, así que al leer su carta, no pude estar más de acuerdo. Cabe aclarar que yo no soy docente, pero la experiencia con jóvenes cercanos que han ido ternando su bachillerato y los que están en la universidad, la salida fácil y el trabajo mediocre es lo que veo todo el tiempo. Yo soy diseñadora industrial y escribir más bien es algo que no necesito mucho, por no decir que nada, en mi oficio. Sin embargo personalmente me gusta escribir, porque en serio que conectar palabras y frases me parece un ejercicio muy simpático e interesante… releer y corregir lo escrito, eso es algo entretenido en mi opinión. No tengo la imaginación para escribir historias ficticias, ni la facilidad de documentar realidades que no me atañen, por lo tanto mis escritos se limitan a un diario, que no es diario, sino más bien mensual o según las circunstancias se estén dando en mi vida. Lo llevo hace 16 años, desde que el profesor Camilo García, el de Filosofía en mi último año escolar, nos puso el ejercicio de llevar un diario por una semana. El ejercicio trascendió para mi y desde ese momento siento la necesidad de dejar consignadas algunas vivencias y de terminar historias que alguna vez comencé a contar, además ha sido una excelente forma de combatir mi mala memoria. Menciono todo esto, porque me parece que vale la pena tomar este ejercicio como ejemplo; es una oportunidad de “obligar” a unos estudiantes reacios a escribir, para que lo hagan con lo que ellos mismos saben y conocen, así que ahí dejo este tip, depronto le sirva a más de uno. Un saludo y un abrazo a todos los docentes, a quienes les tengo todo mi respeto y admiración.

BETO MIRABAL ZAPATA
13 de diciembre, 2011

He leído con sumo interés esta interesante entrevista al profesor Camilo Jiménez. No soy docente ni nada que se parezca, ni siquiera profesional en alguna disciplina del amplio saber. Me parece valiente y muy ético el comportamiento del profesor renunciante. Si su ejemplo fuera seguido por muchos que se sienten en iguales o peores circunstancias, mucho tal vez se lograría despertando al menos curiosidad por esas actitudes. Soy crítico feroz delas malas maneras en que escriben profesionales, no tanto del periodismo, sino más bien de la docencia. En mi país ya no hay maestros, ahora todos son profesores, magisters scientyarum ( no sé si se escribe así, acepto la corrección); se ofenden cuando se les llama maestros y, como decían nuestros abuelos ” no conocen la o ni por lo redondo”. Hace años el gran poeta Rafael Cadenas publicó un pequeño libro donde abordaba este tema y su preocupación por el mal trato dado al idioma, hablado y escrito, “En torno al lenguaje” creo que se llama el mencionado libro. Ojalá y muchos lo busquen y lo lean y verán que no anda muy solitario el amigo profesor Jiménez en sus alegatos renunciantes. Un saludo a todos desde el mejor pueblo del Guárico /Venezuela)

Luz María E. Gómez A
13 de diciembre, 2011

Creo que la educación está entrando al fín en “las conversas” y el maestro Jiménez da una excelente puntada al tejido.

caroline de Oteyza
15 de diciembre, 2011

Pido disculpas por los errores en el texto anterior (el mal dominio de mi nueva tableta y el apuro dejaron errores feos en mi mensaje) Comparto la preocupación de este profesor. Agradezco la sinceridad de su carta y de sus respuestas al periodista Sinar Alvarado para expresar tan claramente un malestar que, creo, es compartido por muchos colegas. Además de sincera (dice lo que piensa), su decisión es valiente (Pedir a la juventud de hoy trabajo, disciplina, constancia y consistencia es cada día más políticamente incorrecto) y consecuente (presenta su renuncia porque no puede convivir con la mediocridad que percibe a su alrededor). La amplitud de la discusión que ha generado su carta demuestra que ha tocado un tema sensible, que ser sincero, consecuente y valiente movilice mucha gente! Enhorabuena. Caroline de Oteyza Prof. Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello. Caracas. Venezuela

Carlos Angarita
15 de diciembre, 2011

Las IES privadas siempre van a priorizar los intereses económicos a los de formación académica de calidad. Esto se manifiesta en criterios laxos de admisión de estudiantes, o de contratación de docentes sin la cualificación necesaria y a salarios risibles. Si el MEN no impone unos estándares de calidad mínimos REALMENTE SERIOS, para el otorgamiento y renovación de registros calificados de programas académicos, NADA VA A PASAR. El sistema para otorgar REGISTROS CALIFICADOS a programas académicos, es el ejemplo clásico de una buena idea pésimamente implementada. En gran cantidad de casos, los pares académicos no tiene la experiencia o formación necesaria, y los criterios de otorgamiento del dichoso REGISTRO CALIFICADO son una apología a la MEDIOCRIDAD EDUCATIVA. Fui docente universitario por 9 años y par académico, de manera que tristemente he tenido que ver esa realidad en carne propia.

FABIO WHERTHER
15 de diciembre, 2011

Tremendamente doloroso,un amplio número de estudiante universitarios, NO saben escribir porque no saben leer, y si leen lo hacen mal, porque sencillamente no entienden. El aprendizaje no solo es para “aprender”,es también para reflexionar sobre lo aprendido.Y de eso, ya no se advierte siquiera,a dónde llegaran aquellos estudiantes que persisten en su turbia adopción disgráfica?.No acierto en precisar tal calidad profesional,porque además de incautos civilmente,serán MEDIOCRES!!. Me quedaré con mis libros viejos, alguna página web útil,y ciertos apuntes académicos -aunque estoy consiente,de que la internet, está cambiando la manera no sólo de leer, sino de pensar- …he ahí la diana de la discusión!

BETO MIRABAL ZAPATA
15 de diciembre, 2011

Hola, amigo que valentía al decir lo que piensa es usted un hombre muy elocuente. Yo apenas tengo 7 años de servicio como docente de aula, siempre trabajando con la primera etapa 3 er. grado.Y siento las mismas inquietudes que usted, a veces pienso en renunciar; pero amo estar en el aula, sin embargo debo reconocer que cada dìa es un reto, cada día que paso descubro una nueva faceta en mì. Pero sabiendo colega que no es nada fácil esta labor. El eje principal de la educaciòn: niños, padres y representantes y docentes todos caminamos por caminos diferentes, ¿por que? esa es la gran interrogante. Carolina liendo. Venezuela

Sandra Roa
16 de diciembre, 2011

Yo pienso que muchas carreras en Colombia están buscando bases solidas donde no las hay, el diseño industrial, comunicación social, entre otras se desarrollan en un contexto en donde no importa lo que eres, sino hasta donde llegas con lo que tienes. La que tiene cirugía y es bonita, puede ser comunicadora. El que hace un producto inservible pero que se vende puede ser diseñador. A mi forma de ver los medios de comunicación armaron una cortina de humo de lo que el ser humano realmente necesita para ser feliz y para generar un aporte a la sociedad. Pienso que la educación no debería ser una carrera profesional, un técnico o un tecnólogo encasilladlo en un nombre, debería ser un estilo de vida que genera maneras de ser, pensar y actuar.

Julio Verne Benitez
16 de diciembre, 2011

En 1995 decidí abandonar del todo la cátedra. Llevaba casi 25 años de profesor. Al principio fui un profesor alegre. Disfrutaba cada clase y tenía la fortuna de ver mis salones rebozantes de alumnos de varias universidades, más de una vez. Me tomaba en serio, muy en serio. Iba hablando despacio, con mucho cuidado, como dictando siempre un libro. Ese era mi propósito. El modelo del Curso de Lingüística General de F. de Saussure, era una especia de guía. En el fondo le hablaba a un alumno ideal, a ese que tomaría atenta nota de mis palabras y algún día publicaría sus notas de clase como mi obra completa… Pero fui descubriendo que esa función era animada por la vedette que está detrás de la cara del profesor. Y yo no estaba para esas competencias. Los alumnos tomaban posiciones, eso era y será siempre inevitable-. Armaban sus escalafones e iban haciendo desfilar a sus profesores por la pasarela de sus preferencias. Hace años las universidades estaban divididas entre dos vedettes: Estanislao Zuleta y Ramón Garzón. Del primero se que murió y del segundo no supe más. En realidad apreciaba a Ramón pero nunca lo reconocí como unmaestro. Ni más falaba. Tampoco Zuleta lo fue para mí. Quizás mi narcicismo era más fuerte que mis instintos gragarios, no se. Alejandro Alberto Restrepo fue víctima de ese vedetismo académico. Alejandro, creo, era duro para escribir y solo hablaba en público cuando tenía alguna seguridad. Eso lo fue volviendo pequeñito al lado de pequeñas estrellas enanas pero muy brillantes, pues sabían usar las lentejuealas con desenfado. Tuve alumnos de un brillo sinigual. recuerdo por ejemplo, a una joven de extrraños y hermosos ojos azules… Cómo llegué a depender de su presencia para inspirarme! Ella me decía que mis clases eran parecidas a las de uno de sus maestros en la Sorbona… Nunca supe si era cierto, pero terminé por depender de sus miradas. Me hacía mucha falta su presencia porque en alguna medida, ella me hacía creer en mi supuesta importancia… Qué va! Los pobres profesores de matemáticas básicas o de química, nunca pueden sentir esas cosas: Ellos tienen que llenar tableros y los alumnos saben que nada de eso es de la autoría de ellos. Pueden ser más o menos claros, más o menos agradables, pero poco importa quiénes son. Ahí no hay lugar al vedetismo. Pero al mismo tiempo, eso es lo que les hace envejecer más tranquilos en las universidades. No son moneda que fluctúa según los gustos de los alumnos y la rutina les permite tomar distancia de la clase, de los estudiantes, del programa del curso… Ellos logran una clara independencia de toda esa cháchara que los profesores de otras áreas, incluida la física teórica, convertimos en nuestras arenas movedizas. Y mientras más tratamos de objetivar nuestras reflexiones, más nos hundimos en ellas. Desde 1995 hasta hoy he dictado muy pocas clases. Y nunca volví a ser un profesor alegre. Me esforzaba tan solo por enseñar, pero ya no tenía interlocutores. Eran horas y horas de soliloquio sin una sola pregunta, sin una seña de aprobación o de estupor o de interés. Eso no fue culpa de los alumnos ni de que ellos hubiesen cambiado. Era tan solo que no me interesaba un comino ser importante o decir cosas importantes. Y pues claro, los alumnos lo sabían… Nadie aplaude al cantante que solo canta en la ducha, por buen tenor que sea. Hablaba para mi como si fuera de cosas ajenas. Esos alumnos ya no hacían parte de mi vida. Estaban ahí convencidos de que con un poco de paciencia, algún día podrían ganarse la vida. Nada más. Y que ya no tendrían que soportarnos más a los profesores… Bueno. Perdonen, pero ya veré si hay algún interés y les seguiré contando.

Fabiola Marquez
17 de diciembre, 2011

Me robo palabras del gran Aquiles Nazoa y distorsionando una frase de su Credo, las uso para decir que creo en la educación como el invento mas bello del hombre (él dice que la amistad….)La educación es la hermosa forma que ha encontrado el hombre para sembrar el pensamiento de los demas seres, para hacerlos germinar y florecer. No serán flores perfectas algunas, pero al fin y al cabo serán flores.Y si dado el caso llueve o hay sequía y solo nace una, siempre habrá valido la pena sembrar.

Juana Escobar
7 de enero, 2012

Soy bióloga, profesora de secundaria y bachillerato en una escuela privada de Guadalajara, México. Tengo 27 años y llevo 8 dando clases… yo misma podría haber escrito esa carta, en todos los sentidos. Supongo que sólo nos queda intentar hacer hasta lo imposible por despertar en ellos interés y pasión por algo, algo más allá de fb y demás, el problema es, cómo aguantar nosotros hasta que lo logremos?!

reyna
7 de enero, 2012

Sere honesta: No he leido aun la entrevista. Pero coincide con lo que he estado haciendo esta tarde: revisando cajas y cajas que contienen recursos para el aprendizaje que he utilizado y acumulado ( una forma de continuar vinculada con una profesion de la que me jubile en 2007)durante los ultimos 20 años como profesora en Educacion Media y diversos Programas. Saben que? He conservado algunos,y mientras todo ese pasado se deslizaba entre mis manos, pensaba en que HOY esos recursos estan perimidos y que cada epoca tiene sus valores, sus estudiantes y su EDUCADORES. Con todo, me he felicitado porque no escatime en dinero, esfuerzo y tiempo para ofrecerles lo que estaba a mi alcance ..sin parar mientes en el provecho que podrian obtener mis alumnos, ni en el reconocimiento..Fueron años de fluir, inventar y de esta manera concluyo que no sabemos si aquello que damos por perdido es ciertamente asi. La educacion es una inversion a largo plazo.

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