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Gina Saraceni: Escritora Trans; por Javier Guerrero

Por Prodavinci | 30 de noviembre, 2011

Recientemente saltó la noticia. La escritora venezolana Gina Saraceni obtuvo el XI Concurso Transgenérico concedido por la Fundación para la Cultura Urbana. El jurado compuesto por Henry Vicente, Alexis Romero y Roberto Martínez Bachrich destacó que su poemario Casa de pisar duro era merecedor del premio por desplegar, entre otros méritos, una mirada “que acerca al lector, desde la palabra precisa y el rigor verbal, al corazón –y la tragedia– de las emociones y pasiones”.

Sin lugar a dudas, Gina Saraceni parece darle cuerpo a este premio. No sólo por resultar ganadora de la presente edición, decisión unánime por cierto, sino principalmente –y en un sentido alejado de los requisitos del propio galardón– debido a que su obra parece estar traspasada por una realidad o mejor, quizá, por el sentimiento de lo transgenérico. Crítica literaria y poeta, Saraceni es autora de dos poemarios Entre objetos, respirando (1998) y Salobre (2004) y de numerosos artículos  y libros de crítica literaria entre los que destaco Escribir hacia atrás (2008) y La soberanía del defecto, este último a ser publicado en febrero de 2012 por la editorial venezolana Equinoccio. Así como en otras dimensiones de su vida, Saraceni se pasea cómodamente entre la creación y la crítica literaria así como entre la docencia y la traducción. Es profesora titular del departamento de lengua y literatura de la Universidad Simón Bolívar, ha sido profesora invitada de la Universidad de Rice (Houston) y en el 2012 de la Universidad de Buenos Aires, y ha traducido al italiano a los poetas venezolanos Rafael Cadenas y Yolanda Pantin y al castellano a la poeta italiana Alda Merini. También ha editado antologías y dossiers críticos entre los que se encuentra En obra (2008), antología que reúne voces en continua gestación, relevo responsable de un género que no ha dudado en eclipsar a nuestra todavía frágil narrativa nacional.

Y es que, además de poeta, Gina Saraceni es la crítica contemporánea que más conoce sobre poesía venezolana. La soberanía del defecto es un libro contundente que abrirá nuevos horizontes a la reflexión y crítica de la poesía venezolana contemporánea por su innovadora manera de abordar el género, su erudito conocimiento y por su capacidad de esbozar genealogías ‘defectuosas’ que destacan la unicidad de la palabra poética venezolana. Su lectura de Miyó Vestrini, Hanni Ossott, Márgara Russotto y Yolanda Pantin corrige, si se quiere, las muy lúcidas reflexiones vertidas en Escribir hacia atrás ya que configura un nuevo concepto, el defecto, que inscribe en la zona de la herencia donde “el heredero responde a un don que se le resiste (…)” pero leyendo cómo sus implicaciones tienen “una apropiación que expropia y traiciona aquello que posee, un bien que se obtiene a partir de su deconstrucción”. Así mismo, el libro ‘corrige’ la manera de aproximarse a la poesía venezolana, reorganiza y repiensa las ideas que han dominado la crítica y construye, inventa si se quiere, nuevas problemáticas y líneas temáticas que han permanecido ocultas, veladas, para la crítica literaria. Saraceni busca esa “dimensión esquiva” de la herencia y en ella despliega una clave prometedora para pensar la poesía venezolana. ¿Pueden incluso heredarse estos defectos, defectos de herencia? No obstante, las genealogías que atisba serán quizá abordadas en un libro futuro, posiblemente el libro sobre poesía venezolana que todos esperamos de Saraceni, ya que La soberanía del defecto no solo indaga en las poetas venezolanas antes mencionadas sino también en otros escritores contemporáneos de notable influencia en la región como los argentinos Sylvia Molloy, Matilde Sánchez y Sergio Chejfec y los mexicanos Heriberto Yépez y Carlos Fuentes, entre otros.

Luego de casi diez años de ‘silencio’ poético, como la propia autora confiesa en la entrevista que transcribo a continuación, Saraceni sorprende con Casa de pisar duro, un poemario que se detiene en el asecho de la pérdida, de lo que es paradójicamente más ‘propio’, poemario que mide el peso de la palabra y sus articulaciones, que habita y a la vez hace detonar la tradición poética venezolana. A pocos días de haberse hecho público el veredicto del jurado, Gina Saraceni accedió a conversar conmigo. Una pantalla de computadora me acercó, en la distancia, la cara y los gestos de Saraceni. Con su muy particular fraseo, el cual delata su indudable procedencia –es de familia italiana y habita con comodidad ambas lenguas– comienza a pasearse por todas las letras de las palabras para contestar, sin atropellarse, a cada una de las preguntas. Mientras tanto cae la noche en Caracas, ciudad que apenas logro ver destellando en la ventana de la casa de Gina. En ocasiones, junto a las luces citadinas, el abundante cabello de la autora de Casa de pisar duro domina el plano que media esta entrevista.

Pregunta. El veredicto del premio hace énfasis en la precisión de la palabra. Me parece sin embargo, que tanto tu trabajo crítico como poético desestabiliza, aniquila, la precisión de las palabras. Las reescribe, las revierte, las desecha y recupera  ¿Cuán precisa, entonces, es para ti la palabra poética?

Respuesta. Para mí la precisión de la palabra poética no radica tanto en reproducir de manera exacta aquello que se nombra sino más bien en hacer de la palabra poética un asunto de intensidad semántica y sonora. Precisa es aquella palabra que justo descoloca el significado lo reinventa, lo potencia, lo convierte en una experiencia verbal.

P. Hay en tu trabajo crítico y también poético una dependencia, quizá un fetiche o por lo menos una compulsión, por el epígrafe, por la cita de otros. Casa de pisar duro proviene de un poema de Miyó Vestrini. ¿Cómo te relaciones con esta voces que inscribes con recurrencia? ¿Son marcas ineludibles? ¿Son ‘defectos’ de herencia?

R. Sin duda alguna son defectos de herencia y sabemos que lo que caracteriza a la herencia es lo que de ella no podemos poseer. El epígrafe representa dos cosas: una deuda de lectura y el deseo de aproximarme a una voz no para imitarla sino para reescribirla y hacerla sonar de otro modo. No puedo escribir fuera de esa estirpe de voces que me acompaña y que me señala caminos y formas de pensar los problemas que me interesan.

P. ¿No crees que esta marca hereditaria radica también en las lecturas, incluso, en cierto desorden, capricho, eventualidad, que privan al leer?

R. La literatura permite hacer de la herencia una experiencia de interrupción de las continuidades y así construir familias bastardas y filiaciones imprevistas con los autores que más leemos. En Casa de pisar duro resuenan Marguerite Duras, Antonio Gamoneda, Marina Tsvietáieva, Celine, Luz Machado, Yolanda Pantin, Fabio Morábito, Coetzee, Vicente Gerbasi, Sergio Chejfec, Eugenio Montale, Miyó Vestrini, escritores que con voces diferentes, plantean una reflexión sobre el habitar, la pertenencia, la lengua, los legados que ha sido fundamental para mi escritura. Además de este corpus literario, en el libro también ha encontrado un lugar de aparición quizás impredecible, imprevisto una referencia de la industria cultural como King Kong para volverse “ocasión poética” a partir de la cual explorar la intimidad y la pasión como experiencias verbales y poéticas.

P. Desde el comienzo del poemario, partiendo del propio título, la casa es una referencia ineludible. Sin embargo, es una casa inestable, en estado de pérdida, traspasada por sus propias raíces, en cierto sentido dolorosa, espinosa, casas muertas… Esto abre una posibilidad nómada, tránsfuga. Aparecen entonces ciudades, metrópolis que quizá jamás pudieran ser llamadas casas, como Berlín, Nueva York o incluso Nápoles, que paradójicamente convierten al extravío en morada, que citan sus orillas, sus raíces, sus ríos y selvas, y parecen reparar o por lo menos hacer más habitables los defectos de las fundaciones, de los propios afectos, de los amores. ¿Llevamos la casa encima? ¿Es posible deshacerse de la casa? ¿Cuán cercano está aún el concepto de hogar al del cuerpo?

R. La pregunta que me haces propone una lectura del poemario con la que coincido plenamente. Pensar la casa es pensar hasta dónde es posible habitarla y pertenecer a ella. El intento por recuperar un origen, la infancia, el pasado de los padres como lugar fundacional, nos coloca ante la evidencia de la imposibilidad de una adecuación a un espacio que podemos suponer “nuestro”. No hay posesión alguna de la casa sino experiencia de lo que de ella queda, de sus huesos, de su memoria en falta, de lo que de ella perdimos para siempre. Eso es lo que queda de la casa y se lleva en el cuerpo, se inscribe en la lengua, se hace cuerpo de la lengua.

P. ¿Esas casas, entonces, permiten que uno pise tan duro?

R. Si bien pareciera ser una paradoja, creo que sí. Cuando el piso no garantiza el equilibrio, cuando se vuelve un accidente del terreno hay que aprender a pisar con mayor firmeza, a estar de pie sólo con los pies, sin nada más. La poesía es un modo de andar distinto como caminar “en el desierto con las manos” decía Juan Sánchez Peláez, y eso significa para mí pisar duro, caminar con las palabras: eso es la poesía.

P. ¿Es la poesía una línea de combate? ¿Es el combate transgenérico? Desde la poesía y la crítica pareces combatir cuerpo a cuerpo.

R. Aunque mis primeros intentos de escritura fueron poéticos, en mi carrera la crítica ha sido el cuerpo más trabajado, el más entrenado, al que por razones de formación y profesión, le presté más atención. El cuerpo de la poesía el más solitario, el más difícil de comprender y a la vez, el más anhelado. Además, en el ámbito poético, mi bilingüismo se convirtió en un problema de inseguridad que me paralizó durante mucho tiempo haciéndome sentir en falta, impotente ante todo lo que se suponía el trabajo con el lenguaje.

Casa de pisar duro es el resultado de casi diez años de silencio, a la espera de que una voz en mí aprendiera a hablar una lengua.

P. Dejas claro que es posible escribir hacia atrás, ¿Puede borrarse hacia atrás? ¿Puede borrarse la experiencia?

R. Puede borrarse hacia atrás así como puede escribirse hacia atrás que es una modo de borrar y de rehacer el pasado. La memoria es eso también: una escritura estrábica en tensión que en ese ir y venir el pasado otras posibilidades de lectura del pasado donde también cabe la de rehacerlo, corregirlo, olvidarlo.

En relación a la experiencia, creo que el tiempo permite que uno borre las zonas más dolorosas de la experiencia o las vuelva borrosas, indescifrables, una mancha con la que es posible convivir aunque en algún momento la sentimos insoporable.

P. Has trabajado críticamente sobre escritores argentinos –como Tununa Mercano o Roberto Raschella– o mexicanos –como Fabio Morábito o Margo Glantz– cuyas voces son traspasadas por la diáspora, por la trasplantación. Quizá a razón de tu propia historia personal has estado cerca de estas narrativas y poéticas. Aunque también has trabajado sobre estas sujetos migrantes, –como Vicente Gerbasi, Márgara Russotto–, me parece que en Venezuela este ‘defecto’ del que hablas en tu próximo libro, transita por otro lugar que va más allá de la lengua. ¿Cómo defines estas zonas hereditarias, ‘defectuosas’, en la poesía venezolana contemporánea?

R. Los nombres de los escritores que mencionas constituyen el corpus que he leído durante muchos años porque como bien dices, la crítica ha sido para mí un espacio autobiográfico. Los argentinos Roberto Raschella, Sergio Chejfec, Tununa Mercado, Sylvia Molloy, Matilde Sánchez, Arturo Carrera son escritores que, de modos muy distintos, exploran el tema de la lengua, la pertenencia, la extranjería, la memoria y lo hacen de una forma muy diferente a otra literatura argentina más referencial en lo que se refiere al tema de la inmigración.

En la literatura venezolana estas marcas se hacen visibles de modos impredecibles porque no hay una literatura del exilio o de la inmigración que pudiera constituir un género en sí mismo, ni tampoco, de parte de los escritores un trabajo con la lengua del origen. Quizás la poesía ha puesto en escena la experiencia de los hijos de inmigrantes, lo que significa heredar la extranjería.

P. Tanto en tu próximo libro como en el adelante que nos haces con tu artículo publicado en la revista Estudios – “Estados del cuerpo y de la lengua. Los malestares de Miyó Vestrini” –, haces énfasis en poetas mujeres sin circunscribirte, como proyecto previo, en un corpus de poesía femenina. Queda claro para mí, y esto lo he visto a partir de tu propio trabajo, de la preponderancia de las poetas mujeres en Venezuela. ¿Son estas poetas –Márgara Russotto, Yolanda Pantin, Jacqueline Goldberg, Miyó Vestrini, Hanni Ossott, Martha Kornblith, Mariela Casal, entre otras–, las que han contestado con mayor determinación a la tradición de la poesía venezolana, a la herencia poética? ¿No te parece que críticamente han sido dejadas a un lado ante la continuación de una tradición poética, quizá centrada en el paisaje o en la observación, liderada por voces masculinas como Juan Sánchez Peláez, Ramón Palomares, Eugenio Montejo, Luis Alberto Crespo, Rafael Cadenas o el propio Vicente Gerbasi?

R. Sobre el tema de género y de poesía escrita por mujeres no tengo mucho que decir. Casi siempre me ocurre que después de escribir un artículo me doy cuenta de que en el corpus predominan las mujeres y siento una incomodidad porque la academia le presta atención a estas marcas y muchas veces no perdona que no se justifiquen teóricamente. Si bien hay algunos asuntos relacionados con el tema de la mujer que me interesan nunca me he dedicado a estudiar el problema en términos críticos. Por ejemplo, Luz Machado, Miyó Vestrini, Hanni Ossott, Márgara Russotto, Yolanda Pantin, Martha Kornblith, Mariela Casal son poetas sobre las que estoy trabajando. Lo que me interesa de ellas es la voz, es cómo habla la voz de cada una, su poesía, su modo de sonar. Ahora no estoy segura de que tenga que preguntarme si ese modo de sonar está relacionado con que son mujeres o si el asunto es también y sobretodo un asunto verbal y estético.

En Venezuela es necesario que la crítica se ocupe de releer su tradición poética y plantee otros modos de leerla y pensarla. Si bien es cierto que son pocos los trabajos importantes en este sentido, sin duda alguna es mayor la atención que se la ha prestado a poetas como Rafael Cadenas, Juan Sánchez Peláez, Luis Alberto Crespo, Eugenio Montejo que a las poetas mujeres.

***

*Javier Guerrero es PhD en literatura y cine latinoamericanos de New York University. De 2000 a 2004, fue presidente de la Cinemateca Nacional de Venezuela. Coeditor de las antologías Excesos del cuerpo (Argentina, 2009 y 2010) y del dossier crítico doble Cuerpos enfermos/Contagios Culturales (Venezuela, 2010, 2011) y autor de la novela Balnearios de Etiopía (Argentina, 2010). Su próximo libro titulado El cuerpo bajo sospecha: Plasticidad y exhibicionismo en América Latina será publicado en 2012. Así mismo, prepara una novela que lleva por nombre Pretoria. Actualmente es investigador postdoctoral de Lawrence University.

 

Prodavinci 

Comentarios (11)

Libia Kancev
30 de noviembre, 2011

Entrevista densa que ameritará relecturas. En otro sentido, deja un sinsabor al estimular recuerdos y añoranzas que si bien están relacionadas con el hecho de ser hija de inmigrantes me remontan a una herencia distinta, la inscrita en el desarraigo, en memorias nebulosas, en recuerdos olvidados que pujan por salir de continuo, en seres cercanos, demasiado cercanos que, nunca supieron de nuestra existencia, en ese querer y no querer estar. Auguro una lectura interesante de Casa de pisar duro. Ojalá permita pisar duro donde siempre se pisó sin saber cómo.

Eleonora Casal
30 de noviembre, 2011

Extraordinaria entrevista, cuándo sale Casa de pisar duro?

BLANCA
30 de noviembre, 2011

Excelentes ambos.

Olga Fuchs
1 de diciembre, 2011

¡Cuánto orgullo me produce que Gina haya recibido la distinción! Es una hermosa poeta e intelectual de primera y la entrevista excelente. Mis felicitaciones efusivas, Olga

Auxilio Lacouture
1 de diciembre, 2011

¡Extraordinaria escritora, poetisa, crítica y, especialmente, Pedagoga! Con una enorme calidad humana. Felicidades para la autora.

iOla Mares
1 de diciembre, 2011

La entrevista va hilvanada a las hondas respuestas de una voz que por encima de todas las cosas es poética. Hermoso diálogo y significativas confesiones, de alguien cuyo principal objeto de estudio es la poesía, pero que como ejecutante es algo más que una huella que pisa duro.

Carlos Jimenez
1 de diciembre, 2011

Felicitaciones a Gina por ese merecido premio. No sólo es una excelente escritora y crítica, sino una destacada maratonista y bella persona. Saldremos a buscar la obra para disfrutarla. Saludos, Carlos Jimenez

Maria Elena DAlessandro
2 de diciembre, 2011

El premio transgenérico se engalana al encontrar a su autora trans, como muy bien apunta Javier Guerrero en esta excelente entrevista; asimismo demuestra como el premio se ha mantenido y reforzado en medio de las dificultades. Felicidades a Gina y a la Sociedad de amigos de la cultura urbana.

dora la exploradora
2 de diciembre, 2011

Gina es una grandísima poeta. Nunca había leído al entrevistador, me pareció muy pertinente y agudo. Por suerte el circuito crítico de las letras en Venezuela tiene excelentes pensadores; no así en otras artes (por ejemplo artes plásticas) donde la crítica pareciera no existir y se reduce a complicidades de grupos pequeños, obsesión tópica, ausencia de investigación y teoría blanda escrita con fluidez. Estoy muy contenta de ver que en literatura existe crítica y de la buena, y grandes artistas como Gina Sarraceni.

Renato Duva
2 de diciembre, 2011

Dopo le felicitazioni in spagnolo, almeno una in italiano! Con l’affetto e l’ammirazione di sempre. Renato

Nidya Jordan
4 de diciembre, 2011

Excelente entrevista! Felicitaciones a la autora de esa huella que pisa duro. Deseo leerla pronto.

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