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Viaje al corazón de la crisis, por Edmundo Paz Soldán

El lenguaje de la economía, de las altas finanzas, se ha vuelto complejo, hermético; un saber para iniciados. El gran público necesita traductores de este idiolecto; gente capaz de clarificar este panorama tan confuso, tan asfixiante. Michael Lewis es uno de esos traductores imprescindibles. En libros como The Big Short (2010), en el que abundan conceptos como “permuta de incumplimiento crediticio” (credit default swap) u “obligación de deuda colateralizada”, ha sido capaz de explicar de manera clara y convincente el porqué del colapso del mercado inmobiliario en los Estados Unidos; es tan didáctico que hasta Hollywood adapta sus obras (ver, por ejemplo, la reciente Moneyball). Su nuevo libro, Boomerang: Travels in The New Third World, es más ligero que los anteriores, pero igual ayuda a entender la crisis económica actual.

Boomerang nace cuando, a fines del 2008, Lewis conoce a Kyle Bass, a cargo de un fondo de inversión. Según Bass, la crisis financiera de ese año se había solucionado momentáneamente gracias a que los gobiernos podían prestar todo lo que se necesitaba para rescatar a los bancos, pero, ¿qué pasaría si los mismos gobiernos dejaban de ser creíbles? Bass comenzó a comprar “permutas de incumplimiento crediticio” de los países que él y su equipo consideraban que en dos a cinco años no podrían pagar sus deudas: Grecia, Irlanda, Italia, Suiza, Portugal y España. Lewis sonríe, incómodo; Bass suena convincente, pero, ¿se puede creer en lo que dice un texano del futuro de países en los que jamás ha estado y cuyas economías no sabe cómo funcionan? Dos años y medio después, el mundo ha cambiado, y Lewis decide viajar a algunos de esos países en los que Bass había visto venir la crisis antes que sus gobernantes o ciudadanos.

El capítulo sobre Bass muestra el talento de Lewis para darle carne y textura a los números, traducir conceptos abtrusos a imágenes. Boomerang está lleno de personajes pintorescos como Bass, desde los monjes griegos de un monasterio en el monte Athos, dispuestos a conseguir bienes inmobiliarios, hasta el ministro de finanzas alemán que solo quiere ser un noble servidor del Estado. Todos ellos le sirven a Lewis para entender la idiosincracia de los países que visita. El crédito barato que fluyó entre el 2002 y el 2007 sirvió para que “sociedades enteras revelen aspectos de su carácter que en una situación normal no estarían dispuestas a mostrar”. Así, los norteamericanos decidieron comprarse McMansiones y dar rienda suelta al espíritu más salvaje del capitalismo, los irlandeses quisieron dejar de ser irlandeses, los islandeses revelaron un talento escondido para la megalomanía, y los griegos… ah, los griegos.

La respuesta de los griegos fue “peculiar”, dice Lewis, tratando de ser elegante. ¿Cuán peculiar? Convirtieron al Estado en una piñata. Como había límites de sueldo para trabajos en el gobierno, decidieron evitar esos límites añadiendo al calendario meses que no existían (los empleados recibían sueldo catorce meses al año); como la edad de la jubilación era 55 si el trabajo era “arduo”, más de 600 profesiones fueron reclasificadas como arduas (peluqueros, camareros, músicos, etc); como no se pagaba impuestos si se ganaba menos de 12.000 euros al año, dos tercios de los doctores griegos declaraban ganar menos de esa suma. Curiosamente, los banqueros se portaron bien; su único error fue prestarle 30 billones de euros al gobierno: “en Grecia los bancos no hudieron al país; el país hundió a los bancos”. Lewis deja claro que para salir del atolladero Grecia necesita, más que recetas de austeridad de Merkel o Sarkozy, un cambio en costumbres muy enraizadas.

No es fácil hablar de esencias nacionales. Lewis visita un país por pocos días y en ocasiones incurre en estereotipos (los islandeses son machos alfa, los alemanes están fascinados con la escatología); las más de las veces, sin embargo, su libro sirve para iluminar aspectos desconocidos de esta crisis.