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La más fiera de las bestias (extracto), por Lucas García

Cuatro días sin comer.

Ha meditado sobre las formas de procurarse sustento. Sobre sus capacidades. Sobre el estado en que se encuentra.

Sin ropa, sin dinero, sin documentación, sin cobijo.

Anochece.

Deambula por las calles. La gente le dedica miradas recelosas de sospecha y precaución.

Un barrio, un bar.

Estudia la entrada. Una cortina de hilos con cuentas de color rubí. Sonrientes prostitutas morenas de mirada vacía.

Se queda parado allí durante un momento. Habla solo. Las prostitutas le sonríen con burla.

Entra en el local. Humo de cigarrillos, ron blanco, perfume barato, sudor.

En la penumbra mesas abarrotadas de hombres que gritan y beben.

Una rocola antigua con una selección de discos de la Fania: …cuidado en la calle / cuidado en la acera / cuidado en el barrio / cuidado donde sea…

Se apoya en la barra. Madera desgastada, llena de rayones. Rostros hoscos, dientes de oro.

El cantinero es un hombre fornido de cuarenta años. Cabello negro, canas en las sienes. Viste una barata camisa blanca y pantalones negros. Lleva una medalla de plata en el cuello, usa un Rolex falso. Suda copiosamente. Exclama:

No hay limosna.

¿Con quién hay que hablar para conseguir una pistola?

El cantinero gruñe, se rasca la barbilla con la uña sin cortar del meñique.

¿Qué te pasa?, grita. ¿Estás en drogas?

¿Quién puede conseguirme una pistola?

Un hombre enorme se para a su lado. Los parroquianos le hacen espacio. Mono Adidas. Dedos como salchichas cubiertos de anillos dorados.

¡Fuera!, le ordena el gigante.

Asiente.

Toma una botella de la barra y se la estrella en la cara. Lo golpea tres veces en el cuello con el canto de mano. La música impide escuchar el chasquido del cartílago. El gigante colapsa sobre el piso. Los parroquianos lo observan sin dejar de beber.

Ay, mierda, dice el cantinero.

¿Quién puede conseguirme una pistola?

Gotas de sudor corren sobre el rostro del cantinero como frenéticas hormigas transparentes.

Estás loco, papá.

¿Quién puede conseguirme una pistola?, repite.

Le suenan las tripas.

Un muchacho se le acerca. Lleva una camisa de los Marlins por fuera. Le señala una mesa al fondo.

El Sr. Cruz quiere invitarte un trago, dice el muchacho.

Mira a la mesa. Un hombre en la penumbra acompañado por otros muchachos y unas prostitutas. Levanta su vaso.

Acompáñanos un rato, Chuck Norris, dice el hombre.

Uno de los esbirros se levanta y le cede el puesto. El bulto de un arma se aprecia bajo la camisa de los Houston Rockets.

Ocupa el asiento. Le sirven una cerveza.

Ahora puede ver mejor al Sr. Cruz. Tiene la piel negra y brillante. Viste una guayabera roja con un bordado de dragones chinos en el pecho. Sostiene con la punta de los dedos un vaso de whisky. En la muñeca variadas cintas de colores para la protección contra el mal de ojo y los espíritus adversos. Unos anteojos de cristales ambarinos dan un incierto color artificial a su mirada.

¿Qué hay, Chuck Norris?, pregunta el Sr. Cruz.

Necesito una pistola.

¿Una pistola?

El Sr. Cruz bebe un sorbo minúsculo de whisky.

¿Y tú tienes plata, Chuck Norris? No quiero ponerme pedante, pero no se te ve lo que llaman económicamente solvente, ¿sabes?

La gente en la mesa se ríe.

No tengo ni un céntimo.

¿Y cómo piensas conseguir esa pistola, Chuck Norris? ¿Vas a romperle el cuello a medio bar?

Puedo pagar con trabajo.

¿Trabajo? ¿Qué tipo de trabajo? ¿Vas a lavarme el carro? ¿Regarme las matas?

Un trabajo que valga por una pistola.

El Sr. Cruz agita el vaso. Flamas ambarinas recorren el cristal.

¿Ves a Julián?, pregunta.

Señala con el índice. El gigante se retuerce en el piso. Alguien intenta, en vano, levantarlo.

Julián es un activo, prosigue el Sr. Cruz. Cuesta plata. Y ahora no sirve para una mierda. Lo rompiste.

El Sr. Cruz mastica un hielo. Deja el vaso sobre la mesa y una de las chicas repone la bebida.

Debería quebrarte el culo ahora mismo, Chuck Norris. Pero soy un hombre de negocios. Quebrarte el culo no me reportaría ninguna ganancia, ¿entiendes?

Ajá.

Necesito una compensación por Julián. Tú dices que puedes ganarte una pistola. Eso está bien. Pareces un hippie pasado por mierda, pero te ves capaz. Así que tengo un trabajo con el que te puedes ganar una pistola y cancelar lo de Julián. ¿Me sigues, Chuck Norris?

Ajá.

Bien, bien. Marcelo, pásale tu revólver a Chuck Norris.

El muchacho que le ha cedido el puesto deposita un Smith & Wesson niquelado al lado de la cerveza.

¿Has usado una de esas? pregunta el Sr. Cruz.

No lo sabe pero toma el arma. Abre el tambor. 6 balas. Hace girar el cilindro, lo cierra con un preciso movimiento de muñeca. Retira el seguro con el pulgar.

El Sr. Cruz toma otro pequeño sorbo. Dice:

Tres cuadras más arriba hay un edificio de ladrillos, con una panadería en la planta. En el segundo piso hay un cuarto. En el cuarto hay tres tipos.

El Sr. Cruz mastica un hielo. Un crujido se produce entre sus mandíbulas. Dice:

Quiero que los mates.

Contempla el revólver. Las manos le tiemblan.

Voy a necesitar más balas, dice al fin.

Las balas cuestan, Chuck Norris, y tú no tienes ni un céntimo, ¿no?

¿Los tipos están armados?

Claro.

Con esto no voy a poder matarlos a todos.

Si fuera fácil no fuera trabajo, ¿verdad?

Asiente.

Bebe un poco de cerveza. Guarda el revólver. Se levanta con lentitud.

Sin hacer movimientos bruscos, sale del bar.