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La novela “política” según Alberto Santamaría, por Patricio Pron

En ocasiones pienso que lo más adecuado sería que en esta bitácora no se repitieran autores y temas, ya que sencillamente hay tanto para leer y tanto para conversar que volver sobre un tema o un autor ya discutidos aquí empobrecería la perspectiva; todas las veces que pienso en ello me digo, sin embargo, que la repetición es inevitable si se tiene la suerte de haber dado con un tema y con un autor cuya producción no puede ser agotada en un artículo, y ése es el caso de Alberto Santamaría, de quien hablé brevemente aquí y que en una entrada reciente en su blog personal discute (una vez más, pero mejor y llegando más lejos) las relaciones entre literatura y política a raíz de algunas novelas españolas recientes.

Es difícil no simpatizar con el análisis que Santamaría hace de un cierto tipo de textos cuyo énfasis en las desigualdades del mundo laboral y el carácter esencialmente cínico de la Realpolitik española permite conjeturar que, o bien sus autores pretenden beneficiarse del descontento de la sociedad española con sus políticos y con su cada vez más reducido mercado laboral, o (y esto es tal vez lo peor) la precarización del trabajo y el carácter escasamente socialista y obrero del partido dominante son nuevos para esos autores; en el primero de los casos, se trata de una cuestión de índole moral, pero en el segundo puede encontrarse un sólido argumento a favor de que las clases sociales y sus ilusiones proyectan su sombra al ámbito de la literatura.

Santamaría observa acertadamente que el carácter “consensual” de las obras que analiza desactivan su potencial crítico y que, por esa razón, no son políticas. Quisiera introducir otro argumento en la misma línea: si estas y otras novelas españolas recientes anunciadas como políticas no lo son es debido a que confunden un arte político con uno que se sustenta en la noticia política tal como ésta es presentada en la prensa. Mi impresión es que la única razón por la que se deberían escribir novelas “políticas” estando ya los periódicos y la prensa es debido a que, a raíz de su naturaleza sedimentaria, la novela está en mejores condiciones de aprehender los procesos sociales y políticos que transcurren por debajo de la superficie de las cosas y que son mucho más importantes para nuestra sociedad que el nombre de un político o de un banquero. Un ejemplo cercano a mi formación y a la de algunos lectores: las novelas de Fogwill Urbana y Vivir afuera, que son los textos políticos esenciales de la Argentina del final del siglo debido precisamente, a que su aparente omisión explícita de todo lo político viene a dar cuenta de dos períodos de la historia de ese país caracterizados por el hecho de que la política fue realizada en ellos en nombre de lo económico; al narrar procesos sociales complejos, ambas novelas de Fogwill llegan más lejos que todas las novelas políticas producidas en esos años en Argentina (y no fueron pocas) que acumulan nombres y referencias difíciles de recordar hoy día y por esa razón siguen vivas.

Decía que no es difícil simpatizar con la posición de Santamaría, pero quizás sea necesario objetar su afirmación de que la publicación de un libro en un sello de proyección internacional disminuye su potencial crítico. Algunos autores que publicamos en ellos lo hacemos, por el contrario, con la convicción de que la posibilidad de que nuestros libros provoquen ciertos efectos (“políticos” me arriesgaría a llamarlos) más allá del círculo reducido de personas que simpatizan con nuestra posición y la comparten está supeditado a la obtención de la mayor caja de resonancia disponible; sólo produciendo esos efectos, la novela puede ser realmente política: lo otro es la “política de la novela” que, acertadamente, Santamaría denuncia pero uno de cuyos argumentos se cuela desafortunadamente en su intervención. Una vez más, sin embargo, lo mejor es leer el artículo original, pero también sus comentarios: es raro encontrar una conversación literaria de tanto nivel en la Red y unos lectores tan involucrados y talentosos.

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La novela que pretende ser crítica y política (como esta de Isaac Rosa o la última de Belén Gopegui) influye únicamente en el universo consensual donde se acepta, no crea ningún tipo de disenso más allá del necesariamente autoimpuesto para ser etiquetada como “política” (dentro de un marco político-literario que necesita esos gestos de cara al mercado). En este sentido puede ser una narrativa política pero no crítica, es decir, básicamente consensual. Este tipo de novelas (como unas cuantas de nuestra narrativa patria) son generadoras de tensiones en el interior de la política de la novela pero no son artísticamente políticas. Es decir, generan reflexiones que se encierran en el interior de la política literaria (formada por instituciones, críticos, suplementos, blogs, etc.) pero no generan un arte político, en tanto que son básicamente consensuales, o responden a una lógica consensual donde, por ejemplo, el excluido -figura hoy que sustituye a la difuminada figura de “el pueblo”- que está fuera debe ser metido dentro a través de la contribución de la novela (o del arte), es decir, a través de una pedagogía narrativa.

La novela “llamada política” ahora por la misma política literaria de los suplementos politiza en un sentido meramente literario (o como mucho pedagógico). La novela “llamada política” puede entenderse como “el añadido” crítico que necesita todo consenso -toda sociedad consensual- siendo, así misma, una necesidad de la política literaria del momento, pero difícilmente puede entenderse como literatura política con intención de criticar o transformar nada.

 

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Alberto Santamaría
“Sobre la política de la novela (¿o era sobre la novela política?)”
Septiembre 18 de 2011

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