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El viaje turbulento de Argentina, por Andres Velasco

“Abrochen sus cinturones porque habrá turbulencias”, advirtió el capitán desde la cabina. Estábamos a punto de entrar al espacio aéreo argentino.

Los inversionistas que quieren hacer negocios en Argentina han recibido desde siempre advertencias similares. Este es el país que los académicos estudian cuando quieren entender las crisis financieras. En 2001, la mayor de esas crisis quebró el sistema bancario local y provocó que el gobierno argentino suspendiera el pago de su deuda. La economía sufrió una enorme contracción del 18% y la tasa de desempleo alcanzó un máximo superior al 22%.

Después de un período de calma que ha durado una década, por estos días regresan a Argentina las advertencias sombrías. Las proyecciones para la economía mundial se han vuelto pesimistas y en Argentina, cuya economía depende de las exportaciones, los economistas tienen más de un motivo de preocupación. Itaú, el banco más grande de América Latina, estima un crecimiento del PIB argentino de apenas 3.2% para el próximo año, lo que representa una disminución abrupta respecto al 6% de 2011.

La inflación es otro motivo de preocupación. Como los indicadores oficiales están ampliamente desacreditados, el mercado se guía por estimaciones privadas que sugieren que los precios al consumidor están aumentando a una tasa anual de 25% o más.

Esas son estimaciones cuidadosas de economistas serios. Sin embargo, hoy como siempre, las proyecciones económicas relativas a Argentina se deben tomar con una dosis sana de escepticismo. En los diez años desde la última crisis, los gobiernos argentinos han violado casi todas las reglas de sana política económica. Una y otra vez, economistas locales e internacionales han lanzado serias advertencias sobre lo que sucedería si el país se obstinaba en esa vía. Pero pesar de todo Argentina ha crecido rápidamente, duplicando su ingreso per cápita desde 2002.

La política energética es un perfecto ejemplo de una estrategia desacertada. A pesar de la inflación, el gobierno argentino fijó en pesos el precio del gas. Este combustible se volvió artificialmente barato; los consumidores rara vez se molestaron en bajar el termostato y los productores dejaron de invertir. Como resultado, Argentina, que alguna vez fue un próspero exportador de gas, tuvo que buscar fuentes de importación para superar la escasez interna.

Lo que salvó a Argentina en la última década fueron condiciones externas tan favorables que se dieron: precios globales muy elevados de los productos básicos, así como innovaciones tecnológicas que incrementaron en gran medida los rendimientos agrícolas. El auge de Brasil, su vecino, ayudó al estimular la demanda de una amplia gama de productos argentinos.

Como los ingresos fiscales iban en aumento y la carga de la deuda había desaparecido después de la suspensión de pagos de una década atrás, el gobierno se dedicó a gastar: el gasto público real creció a tasas de dos dígitos casi todos los años a partir de 2002. Al mismo tiempo, el banco central mantuvo bajas las tasas de interés, de modo que el costo del crédito ajustado por la inflación en ciertos periodos fue cero o negativo.

En este contexto, los consumidores argentinos naturalmente también de dedicaron a gastar. Las utilidades de las empresas aumentaron en consecuencia. Hace poco tuve una reunión con un grupo de inversionistas extranjeros en Argentina. Tenían todo tipo de negocios, desde plantas de papel hasta multi-tiendas y cadenas de supermercado. Cuando terminaron de intercambiar anécdotas sobre los procedimientos burocráticos interminable y las decisiones gubernamentales arbitrarias, les pregunté por qué seguían invirtiendo en Argentina. “Porque ganamos mucho dinero,” fue la respuesta unánime.

La pregunta que circula en Argentina hoy es si este período de abundancia está llegando a su fin. En los centros comerciales de Buenos Aires, tan concurridos como siempre, no se percibe esa ansiedad. Tampoco podría inferirse de la conducta de los electores, que parecen estar dispuestos a reelegir a la Presidenta Cristina Kirchner en octubre. Sin embargo, no hay duda de que las señales de deterioro económico están presentes.

Como las importaciones siguen aumentando y los precios de las materias primas han empezado a caer debido a la desaceleración mundial, el amplio superávit comercial de Argentina está desapareciendo rápidamente. Por temor a un peso más débil los inversionistas exigen dólares. El capital ha empezado a salir del país y las reservas van disminuyendo.

Para detener la salida de dólares, el banco central bien probablemente se verá obligado a aumentar las tasas de interés. Esa medida, sumada al sombrío panorama internacional y una política fiscal que tendrá que ser menos expansiva después de las elecciones, causará la desaceleración de la economía.

Un viaje turbulento es aceptable siempre y cuando el aterrizaje sea suave. Garantizar ese resultado será la principal tarea de la Presidenta Cristina Kirchner una vez que sea reelecta. Será un período difícil para quien esté en la cabina a cargo de los controles.

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Andrés Velasco, ex Ministro de Hacienda de Chile, es profesor visitante en la Universidad de Columbia durante 2011-2012.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
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Traducción de Kena Nequiz