- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Editorial Norma, adiós, por Santiago Gamboa

No es mucho lo que se sabe sobre el cierre de la editorial Norma, pero la noticia no deja de ser, cuando menos, inquietante. Hace tan sólo tres años, con el impulso dado por María Fernanda Carvajal, Norma partió en la dirección contraria: la de treparse a la cumbre de los grandes grupos editoriales en español, es decir Planeta, Santillana y Random House-Mondadori. Esta empresa colosal, iniciada con entusiasmo, no podía realizarse en apenas tres años, y por eso es tan raro que ahora se interrumpa de forma abrupta. ¿Qué pasó? El escueto comunicado dice: “hemos decidido concentrar los esfuerzos y recursos del Grupo Norma para convertirnos en la compañía latinoamericana que ofrece el paquete más completo del sector Educación. Coherentes con esta decisión optamos por desinvertir paulatinamente en las líneas de negocio que no atienden de manera directa este mercado”.

Supongo, pero es una suposición, que Norma no era rentable. Y esto es normal, porque las editoriales no se crean para ganar plata sino porque a alguien le gusta la literatura y entonces decide fundar una empresa cultural, con los riesgos que conlleva. El que quiere ganar plata no publica libros; juega en la bolsa o pone una cadena de parqueaderos, que sí son cosas rentables. La literatura no lo es, pero fíjense: a los ricos les gusta que en sus fiestas haya siempre un par de escritores de moda, pues es algo que da glamour, una pincelada elegante. Como los chimpancés que, según Karen Blixen, llevaban las mujeres de la nobleza danesa a sus fiestas: las hacían sentirse buenas y más bellas. Tal vez Norma era una “línea de negocio” sin abultadas ganancias o incluso en números rojos, pero le daba al grupo una muy valiosa plusvalía: prestigio. Algo difícil de conseguir y que, una vez perdido, retoña con dificultad. Pero puede que Norma fuera el chimpancé de la fiesta y a alguien le pareció que ya estaba bien. No lo sé.

Lo seguro es que, al cerrar (¿por qué no la vendieron a un grupo italiano, francés, británico?), se llevan por delante a la última gran editorial latinoamericana de origen nacional, y dejan en la calle a una cantidad de escritores de toda América Latina que creyeron en su proyecto. Queda en el aire uno de los mejores editores del país, Gabriel Iriarte, artífice de la internacionalización de la literatura colombiana cuando estuvo al mando de Planeta y gestor de al menos tres generaciones literarias. Ni hablar de los buenos editores Pere Sureda en España, Sergio Gómez en Chile o Ulises Roldán en Puerto Rico, que se la jugaron y ahora quedan desempleados. Es cierto que una empresa privada hace con su patrimonio lo que le place, pero al tratarse de un “producto cultural” asume ciertos compromisos éticos y morales. El premio literario La otra orilla, que tuve el honor de obtener en 2009, fue conferido este año a sabiendas de que iban a cerrar, y según informa la revista Arcadia el libro se venderá sólo hasta diciembre (la revista, por cierto, equivoca el nombre del ganador y llama Antonio Padilla a Ignacio Padilla, pero en fin). ¿Qué pensará Padilla de todo esto?, ¿qué pensarán todos los demás escritores, editores, libreros latinoamericanos y españoles? Flaco favor, en suma, a la imagen de nuestras empresas culturales, una imagen que Norma tanto había reforzado.