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Espacios de encuentro, música e identidad, por Aquiles Báez

Los Venezolanos tenemos la cualidad de ser el resultado de varios intercambios a nivel de nuestras raíces, por eso la identidad del venezolano es la sumatoria de todas las identidades que se mezclaron, creando una nueva cultura desde el punto de vista antropológico. Sacar un documento de identidad único del venezolano, seria un proceso muy complicado, podría decirse que imposible. Somos una consecuencia de muchas cosas, y nuestra música no escapa a ese paradigma. Carl Jung plantea que para hablar de identidad hay que preguntarse primero que nada, quiénes somos.

Globalización e identidad, ¿De dónde venimos?

La globalización  no es una cosa nueva. Por ejemplo, la Cultura Española es el resultado del intercambio entre el mundo árabe, judío y cristiano, aderezado por la de los gitanos, quienes atravesaron con su peregrinar desde India hasta el norte de África para asentarse posteriormente en el reino de Andalucía, además de la influencia de los Romanos, los Fenicios, los Celtas, y otros grupos más. Por otro lado, nuestros ancestros indígenas provienen de etnias diversas. La raíz indígena es parte fundamental de nuestra cultura y ha sido, siempre, totalmente desestimada. Luego está la cultura de Ébano que vino de diferentes partes de África, y que se asentó en el Caribe generando a su vez otro intercambio cultural. Hay una visión errada del continente Africano, y es que dentro de ese continente, hay muchas culturas por lo que es un error meter toda África en un mismo paquete. Imagínense que ustedes digan que los españoles y los suecos son lo mismo; eso pasa con África, un continente inmenso. Además están los inmigrantes de la Europa que trajeron sus tradiciones y tampoco pueden ser desestimados.

Cuando hacemos un batido de este mestizaje, el resultado es culturalmente lo que somos. Muestra de esto es la religión y las creencias populares. A pesar de haber estado dominado por la cultura católica, hay cosas que se mantienen de otras culturas más shamánicas, sagradas y ritualistas en nuestro mundo contemporáneo. Estas son muestra de una cultura que subyace en nuestra vida cotidiana. Poseemos un sincretismo cultural donde tenemos deidades Africanas e Indígenas con nombres católicos como son: San Juan, San Benito o San Antonio. Hay elementos de ese mundo subyacente que se mantienen firmes en nuestros días. Un ejemplo de ello es el elemento indígena como es la maraca que se encuentra presente en casi toda la música producida en Venezuela. Espacios que pertenecen al inconsciente colectivo como lo plantea Jung y que son parte de lo que somos. Por eso tenemos que descubrir los arquetipos que componen nuestra esencia. Venimos de una interacción fascinante antropológicamente, en donde siempre ha existido el error de catalogarnos como parte del mundo occidental, porque realmente somos otra cosa. La música es también resultado de este efecto, por eso nuestra música es tan particular.

Una Nueva Cultura

No se puede negar a la familia y ciertamente hemos sido educados con cierta vergüenza de estas raíces no occidentales. La idea tampoco es negar los aportes en nuestra sangre que ha dejado occidente. La cultura occidental, también es una parte vital no sólo de nuestra historia sino de lo que somos. Sin embargo, no conocemos la historia o la cultura africana o indígena sino superficialmente. Al desconocer parte de lo que somos es más fácil negar o desestimar esa parte importante de nuestra identidad. Nuestra historia es muy joven, y hemos sido producto de un intercambio cultural muy interactivo en los últimos quinientos años, intercambio que ha generado hasta una nueva raza y por ende una cultura nueva.

En este momento es muy confuso hablar culturalmente de lo que somos, porque sin duda hemos sido criados con elementos externos que nos confunden a la hora de hablar de identidad. En los últimos 60 años, nuestra identidad, y me atrevería a decir que las identidades en todo el mundo, han sido golpeadas por la penetración cultural anglo, la cual ha sido demasiado contundente. Sin duda alguna, los medios de comunicación han sido los responsables de esta transculturización. Al tener el control de la media, las grandes corporaciones que manejan el mercado de la música han planteado la globalización desde un punto de vista unilateral, al punto que la cultura de todo el mundo se ha unificado pareciendo ser la misma cosa, pero en el fondo no lo es. Es casi como ser un elefante adoptado por un colibrí y pensar que somos colibríes. La transculturización hace que el conocimiento que tenemos de nuestra propia cultura sea cada vez más escaso y difícil de encontrar. Por supuesto, el poder mediático es muy influyente, y no podemos escapar a éste. Hay que entender que en cada lugar del planeta generamos una respuesta cultural diferente. Ese andar con un sentido de pertenencia sobre nuestro entorno se llama identidad.

Somos parte de una “generación sándwich” en donde hemos sido cultivados por patrones que no nos pertenecen, y en donde se descalifica el legado de nuestros ancestros a través de la ignorancia de éstos, quedando su presencia de forma subterránea. El mundo del “main stream” ataca a la identidad porque en el fondo le teme. Estos ingenieros mediáticos como los plantea el ideólogo de la comunicación Marshall Mcluhan, han trabajado las fuentes del pensamiento, desde el estado conciente e inconsciente. Es como caer en una suerte de secta fanática de la cual hay que despertar. Por eso hay que luchar por los valores de la identidad y reflexionar ese “de dónde venimos” y lo que somos, básicamente porque quienes manejan estos estandartes nos manipulan a no pensar e hipnotizarnos a través de la media.

Caminos subterráneos

Recuerdo estar en los ensayos de la cantata criolla en Los Ángeles, con Dudamel a la batuta, y que los músicos de la “L. A. Philarmonic”, estaban en conflicto con ese lenguaje que contiene raices más indígenas o africanas. También he tenido problemas en cuanto al lenguaje de los ritmos venezolanos con músicos de los mejores de Nueva York, quienes no han estado expuesto a nuestras culturas tradicionales. Es duro ver como los mejores jazzistas “ruedan” con cosas que para nosotros son hasta sencillas. Cuando los músicos no están expuestos a los ritmos con raíz más afro o indígenas, estos se desesperan al punto de no entender qué es lo que pasa. Por eso a veces se tiende a negar nuestra música como algo profundo.

En los conservatorios se nos ha enseñado a ser músicos con una visión occidental. ¿Que pasaría si el elemento rítmico o más folklórico fuera parte del diseño curricular? Si en los conservatorios viéramos clases de flautas guajiras, tambor largo, maracas o tan sencillo como cuatro complementario así como se estudia el piano? Tendríamos un desarrollo en los aspectos tanto rítmico como étnico sorprendentes. Una muestra de ello sería preguntarnos: ¿cuál creen que es el milagro internacional de las orquestas venezolanas cuando hacen un repertorio donde el ritmo es importante?, la respuesta es sencilla, hemos crecido escuchando cosas que rítmicamente son complejas. Para el músico que tiene una raíz con elementos de las tradiciones, los ritmos complejos son parte del día a día. Por eso hasta inconscientemente abordamos el ritmo de forma diferente a los músicos que sólo han estado expuestos al mundo occidental.

Nuevas realidades

Hay una nueva generación de músicos venezolanos que está creando a partir de nuestros géneros tradicionales, con identidad y contemporaneidad. Muestra de ello son muchos nombres que no tienen el suficiente espacio en los medios masivos, pero son muestras de una nueva música. Les recomiendo que busquen estos nombres que para algunos son nuevos: Fabby Olano, Léster Paredes, José Alejandro Delgado, Huracán de Fuego, Carlos Tález, Pomarrosa, Cuarteto Rítmico de Caracas, Betsayda Machado, Manuel Petit, Alejandro Zavala, Ricardo Sandoval, Santoral, Kapicúa, Caracas Sincrónica, C4 trío, los colectivos Piso 1, La  MAU, y tantos otros que merecen la atención. La identidad es una marca que se lleva en la sangre, por eso tenemos que llenarnos de transfusiones de identidad para crecer como cultura y trascender, dejando un legado de nuestras propias ideas y de nuestros propios valores. Tenemos que conducir la nave de nuestros arquetipos, amar nuestros valores y crear artísticamente a partir de lo que somos. No podemos seguir siendo clones de otras realidades. Es tiempo de revisarnos culturalmente y seguir los caminos que un día marcaron nuestros ancestros. Es un camino que en estos tiempos es muy duro, pero no imposible. Trabajando la identidad podemos rescatar nuestra autoestima, y de esta forma crecer como sociedad. Sé que el futuro siempre es incierto, sólo espero que este sea guiado por nuestros pasos y no que sean los pasos de otros o pasos impuestos. La reflexión crea conciencia. Tenemos que vernos identificados con nuestro entorno cultural, tanto como individuos como colectivo, preguntarnos ese “de dónde venimos”, pero también “hacia dónde vamos”. Sin duda alguna, tenemos que manejar el barco de nuestro destino.