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La venganza y el conflicto, por Óscar Collazos

Saluda al diablo de mi parte, la extraordinaria película dirigida por Juan Felipe Orozco, con guion de su hermano, Carlos Esteban Orozco, es una de las producciones de mayor impacto emocional que se hayan visto en el cine colombiano de los últimos años.

No se trata de una película más sobre el conflicto y sus violencias. El espectador es conmovido incesantemente por un espectáculo de violencia que cobra sentido desde el momento en que sabemos que se trata de la historia de un hombre poderoso (Léder) que, postrado en una silla de ruedas, planea vengarse de sus antiguos secuestradores.

Uno de esos secuestradores (Ángel) es un hombre que trata de rehacer su vida, suponemos que después de haberse acogido a alguna fórmula de paz del Gobierno. Ha renunciado a su pasado violento y busca un lugar en la sociedad. Se acaba de separar de su mujer y malvive con su vida de diez o doce años, pero padece hasta la desesperación el estigma del reinsertado y la incomprensión de la sociedad.

El clima de terror de la película se inicia cuando el antiguo secuestrador es raptado con su hija por la organización sicarial o paramilitar del ex secuestrado Léder y su hermana Helena. Para que se sepa que no habrá contemplaciones en el trato que se le dará en adelante, asesinan a su ex esposa y madre de la niña delante de él. Si Ángel quiere salvar la vida de su hija, debe matar, uno a uno, a los antiguos secuestradores del inválido Léder.

Vigilado por sicarios y controlado por un dispositivo electrónico que Léder monitorea desde el templo de odio y venganza que es su casa, Ángel sale a cumplir la orden, contra su voluntad. Debe enfrentarse con sus antiguos compañeros de organización y hacer uso despiadado de las armas que creía haber abandonado.

La película de los hermanos Orozco contiene una reflexión central que sólo es posible entender después de conocer la rencorosa crueldad que domina a Léder. Su alma no encontrará sosiego hasta que acabe con el último de sus secuestradores, “perdonados” por “la sociedad” o el Gobierno pero jamás perdonados por él.

Las fórmulas “pacificadoras” del Estado, nos enseña el filme de Orozco, no cierran los infernales ciclos de la violencia política. El Estado puede y debe procurar esas fórmulas institucionales de paz, pero la fase siguiente y definitiva de perdón y olvido tiene que venir de los individuos.

La venganza es la expresión primaria de una “justicia” que se aplica, paradójicamente, con los instrumentos de la injusticia. Esta falsa justicia no hace más que reproducir nuevos ciclos de destrucción y violencia. El poderoso Léder, consumido por la amargura, no sólo pretende asesinar a sus antiguos verdugos; se destruye a sí mismo. Como en el proverbio chino, al cavar la tumba para su enemigo, el vengativo cava también su propia tumba.

‘Saluda al diablo de mi parte’ no desarrolla un tema trillado, como leí en alguna crítica especializada. Responde de manera creativa a temas efectivamente trillados por el cine colombiano sobre el conflicto armado, que ha tenido, sin embargo, obras admirables en el último año. Un solo título, por ejemplo: ‘Colores de la montaña’, el filme de Carlos César Arbeláez.

De manera excepcional, la violencia exterior que caracteriza las acciones de la película guarda una estrecha relación con la violencia interior de historia y personajes.

Por eso, nada es gratuito en esta realización de los hermanos Orozco, en la que se destacan las actuaciones de Édgar Ramírez, Carolina Gómez, Salvador del Solar y Ricardo Vélez. Y, sin duda, la envolvente música de Jermaine Stegall.