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¿Qué tan poderoso es disculparse?, por Jeremy Dean

No ha terminado la semana cuando una u otra figura pública se disculpa por un desastre de proporciones monumentales. Hay una lista interminable de políticos, líderes de negocios, celebridades y otros apareciendo en la televisión y en los periódicos, para disculparse por lo que han hecho mal.

Nosotros lo esperamos: como sabemos que después del día viene la noche, sabemos que las disculpas públicas vienen después de los errores. A veces éstas disculpas parecen genuinas y de corazón, y otras veces superficiales y deshonestas.

El penitente espera que mostrar su cara sonrojada de culpa traiga la absolución, ¿puede de verdad ser suficiente para restaurar su credibilidad?

Altas expectativas

En la vida privada también tenemos altas expectativas del poder de la disculpa. La mayoría fuimos criados en la cultura del perdón: los niños deben pedir perdón cuando hacen algo malo y los adultos deben disculparse si chocan con otro en la calle. Lo altas que son estas expectativas fueron demostradas por el psicólogo holandés David De Cremer y sus colegas en un estudio publicado en el Psychological Science (De Cremer, 2010), donde encontraron que la disculpa no es tan sanadora como nos gusta imaginar.

En su estudio, los participantes hicieron un juego de confianza. A cada uno se le daban 10 euros y se le asignaba un compañero (la pareja era uno de los investigadores). Se les dijo que si les daban todo el efectivo a su pareja, el monto se triplicaría, luego su pareja debía decidir cuánto de los 30 euros compartiría con él. Luego, el investigador encubierto sólo devolvía 5 euros, por lo que los participantes se sintieron engañados. Con esto los investigadores pudieron probar los efectos de una disculpa. La mitad de los participantes recibieron una disculpa real, mientras que el resto se le pidió que imaginara recibir una. Luego los participantes numeraron la disculpa del 1 al 7 de acuerdo cuán “valiosa” y “reconciliadora” les pareció. La disculpa imaginada tuvo un valor de 5.3, y la verdadera recibió tan sólo 3.5 puntos.

Esto confirmó las sospechas de los investigadores de que la gente constantemente sobrestima el valor de la disculpa. Cuando su pareja pidió disculpas no fue tan bueno como si lo hubiese imaginado.

La disculpa es sólo el principio

El estudio refleja nuestra experiencia con disculpas públicas. Creemos que el mal debe enmendarse y tenemos altas expectativas en la disculpa, pero ella tiende a decepcionarnos.

Tampoco es cierto que pedir disculpas es inútil. Las disculpas son muestra de la existencia de las reglas sociales y el rompimiento de esas reglas. Si es sincero, disculparse puede ayudar a restaurar la dignidad de la víctima y el estatus del transgresor.

La gente es mucho mejor disculpándose y tomando responsabilidad por sus malas acciones que creando excusas y negando sus errores. Investigaciones psicológicas sostienen la creencia de que las excusas y negaciones sólo logran irritar aún más a los otros, mientras que las disculpas cumplen una función útil como primer paso. Pero fácilmente sobrestimamos el trabajo que pueden hacer para reparar una relación, por eso es tan irritante cuando las figuras públicas se lamentan y luego actúan como si nada hubiese sucedido. Es peor cuando podemos ver claramente que alguien ha sido forzado a disculparse y por lo tanto la disculpa en sí es superficial. Por lo general detectamos esta clase de comportamiento y lo invalidamos.

Disculpas deshonestas

En un giro extraño, las personas son menos capaces de detectar la deshonestidad cuando la disculpa está dirigida directamente a ellas. De acuerdo a una serie de estudios conducidos por Risen y Gilovich (2007), los extraños son mejores detectando una disculpa falsa que las personas a la que está dirigida la disculpa; esto explica por qué desechemos por completo la actuación de una figura pública a la primera muestra de hipocresía en su disculpa. Además, ayuda a explicar por qué las personas casi siempre aceptan una disculpa dirigida directamente a ellas, sea sincera o no. Nosotros queremos creer que es sincera, no importa que después sintamos que no funcionó.

Es similar a lo que ocurre cuando alguien nos halaga. El que mira puede saber que es un halago, pero nosotros tendemos a pensar que es genuino porque nos hace sentir bien con nosotros mismos.

No sólo las disculpas deshonestas fallan para arreglar las cosas, también pueden causar más daño al hacer que nos enojemos y desconfiemos de esa persona que trata de conseguir nuestro perdón. Incluso las disculpas sinceras son sólo el inicio del proceso reparador.

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Jeremy Dean es autor del blog Psyblog