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Ricos y famosos, por Óscar Collazos

Las columnas de María Jimena Duzán y Daniel Samper Ospina, publicadas en entregas consecutivas de la revista Semana, pusieron de moda la búsqueda de un delicioso video que circula en YouTube (pueden verlo abajo) y es la comidilla envenenada de la jet set doméstica. En el video aparece un empresario colombiano llamado Carlos Mattos entrevistado por una periodista española que, de espaldas a su entrevistado, se burla de aquello que le parece seguramente increíble o excéntrico.

“Mattos representa esa nueva estética que distingue a este tipo de millonarios recién venidos a más y que es acaso más ostentosa y fastuosa que la que distinguía a los millonarios de vieja data”, escribió María Jimena. Samper Ospina, por su parte, salió en irónica y más envenenada “defensa” del personaje. “No me dejaré llevar por el resentimiento que despierta ver a un empresario fino. Al revés: creo que, para la economía colombiana, Carlos Mattos es un sostén casi tan grande como el que aparece poniéndose la deslumbrada española que lo entrevista”.

Me divertí mucho con artículos y video, pero, sin ánimo de ofender, creo que la estética dominante del programa puso la exhibición del lujo y la riqueza por encima de toda identidad humana. Sabemos más de la riqueza que del personaje que la posee, convertido ante las cámaras en un maniquí que recita cosas de su vida que se parecen a las cosas y a la vida de mucha gente como él.

No es la primera vez que un millonario colombiano sale de las noticias económicas que informan sobre su fortuna y la diversidad de sus negocios para convertirse en fetiche de farándula. El personaje del video es algo más que un hombre riquísimo, algo más que un “hortera” que se jacta de su riqueza. Es una persona tragada y anulada por las cosas que posee y exhibe.

Desde el momento en que el personaje sale del ascensor hipermoderno de una casa del centro colonial de Cartagena, todo empieza a ser superior al ser humano: el traje de lino blanco, los mocasines, las gafas oscuras, el comedor donde se han sentado presidentes y ministros, el sofá donde están sus hijos y su esposa, el cuero del inodoro, la brillante grifería, el avión privado, su asiento giratorio y reclinable, el carro que lo lleva a su despacho.

Lo bueno del video, después de verlo más de una vez, es que aparece el personaje pero en ningún momento una persona. Y cuando aparece la persona, esta es, como en el teatro griego, una máscara. Si se cambiara al personaje y se le diera otro nombre, no se modificaría el sentido de esta lección moral dada desde la frivolidad de unas imágenes. Sus primeros quince mil dólares, las panelas que vendía a la peonada en los latifundios de su padre, todo esto es más significativo que el personaje que recomienda tener cabeza fría en los negocios.

Confieso que me gusta el video, no tanto porque el personaje sea un empresario colombiano que he visto de lejos, sino porque algo abstracto, a veces atrozmente abstracto como la riqueza, se vuelve el verdadero personaje de la historia. El tema no es un millonario colombiano. El tema son los símbolos exteriores de la riqueza y la manera como se simplifican los métodos para obtenerla.

Al final de la entrevista, la periodista tiene un instante de lucidez. El personaje acaba de ser condecorado en el Congreso y ella habla del encuentro de la política con los negocios. ¿Quién condecora al personaje?, me preguntaba entonces. No creo que lo condecoren sus amigos, los políticos. Lo condecora la Política como institución, que está hecha por peones tan intrascendentes como el condecorado. Lo que prevalece es el encuentro ceremonioso de política y riqueza como símbolos de una época.

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http://www.youtube.com/watch?v=Ll7Qfx11tlM