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La tentación de Twitter, por Héctor Abad Faciolince

La tesis de los apocalípticos siempre es la misma: hay una novedad técnica que va a volver idiotas a los jóvenes, a las mujeres y a los niños. A los hombres ponderados y maduros que denuncian esta terrible amenaza que se cierne sobre la civilización, en cambio, no les pasará nada, pues ellos son invulnerables. En cambio para los indefensos, ingenuos y débiles (niños, mujeres y jóvenes) el nuevo fenómeno será devastador. Virginia Heffernan recordaba hace poco el tipo de afirmaciones que se hacían en el siglo XVIII, cuando las mujeres empezaron a leer masivamente novelas: “La lectura de novelas es la causa de la depravación femenina. Sin este veneno instilado en su sangre, las mujeres comunes y corrientes no hubieran llegado a ser, como ahora, esclavas del vicio”.

La prosa de los apocalípticos de hoy suena más sofisticada, pero el mensaje es parecido. Enrique Vila Matas escribió esta semana en El País: “Los tuits son un atentado contra la complejidad del mundo que pretenden leer […] Cuando las palabras pierden su integridad, también lo hacen las ideas que expresan […] Se está demoliendo el antaño asombroso poder de las palabras para analizar el mundo”.

Según este notable escritor español, lo que estamos perdiendo es nada menos que el lenguaje: “Todo indica que éste ha empezado a perder parte de su energía y, en consecuencia, el género humano está volviéndose menos humano”, Como quien dice que Twitter, las redes sociales, los mensajes de texto, nos deshumanizan, pues el empobrecimiento (sostiene Vila Matas apoyándose en Steiner) acaba con lo mejor del hombre: “Con el milagro del lenguaje”. Allí mismo parafrasea o cita a Tony Judt: “En la generación de mis hijos, la taquigrafía comunicativa propiciada por su hardware ha comenzado a calar en la comunicación misma: la gente habla como en los mensajes”.

¿Será verdad tanto horror? ¿Se nos vino encima el infierno de los afásicos, de los idiotizados inexpresivos y sin lenguaje, que gruñen como animales? ¿Estaremos cayendo en el pozo oscuro de la incomunicación? Hablo con mi hija (una pobre chica envenenada por Facebook), con mi hijo (un desvalido joven que tiene Twitter y manda mensajes de texto), ambos a la merced de estos nuevos oprobios tecnológicos. Presto atención. ¿Están hablando como en los mensajes de celular? ¿En la mesa me dicen “psme la sl”? Qué curioso, no: siguen diciendo “pásame la sal”. ¿Estarán usando, máximo, frases de 140 caracteres? ¿Acabarán diciéndome: “Papá, no seas pesado, ya llevas 135 letras, se te acabó el espacio”? ¿Dejarán de dar besos y darán bss?

Lo del temor por la integridad del mensaje en los nuevos lenguajes me parece una tontería. Hace siglos que la palabra “etcétera” perdió su integridad al escribirse “etc.”, pero no por eso la gente dice e-te-ce-punto, ni se perdió la idea que transmite la palabra etcétera (y lo que sigue), sino que simplemente se ahorró algo de espacio y tiempo al escribir. Eso es lo que se pretende en los SMS, y a veces en los tuits, nada más: eso no crea una neo-lengua. Es una taquigrafía para transcribir la lengua de siempre, y nada más. Eso no está “demoliendo el asombroso poder de las palabras”.

Asistimos a un pánico irracional por parte de los viejos gurús que, como suele suceder, desprecian lo que no conocen. Como dice el psicólogo Steven Pinker, creer que la lectura de pequeños mensajes de Twitter convierte la mente y los pensamientos en pequeños mensajes histéricos, es una creencia análoga a la superstición primitiva de que si uno come testículo de toro se vuelve más potente.

Las novedades aterrorizan, pero ni la escritura acabó con la memoria, ni la imprenta rebajó el nivel de los libros, ni las novelas corrompieron a las mujeres, ni la televisión volvió violentos a los niños. Tampoco Twitter, las redes sociales o el correo electrónico van a acabar con el lenguaje. Al contrario, es quizás en esas novedades donde hallamos hoy las manifestaciones de su mayor creatividad y riqueza.