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Una lectura playera, por Andrés Boersner

Un lector de mi artículo Leer venezolano, se molestó porque mencionaba libros de Suniaga, Marcano o Barrera Tyszka como posibles lecturas playeras. Decía que eso le restaba una imagen de seriedad y contundencia a las obras mencionadas y las hacía ver como ligeras. Le respondí que no carecían de un elegante tono liviano pero que eso no las eliminaba como obras a considerarse dentro del canon de nuestra literatura. Si revisamos las lecturas canónicas propuestas por los críticos más reconocidos nos hallaríamos con que muchas de ellas resisten sol, salitre, ruido playero y que desafiarían con provecho lo que George Steiner denomina “una lectura bien hecha”.

Nadie en su sano juicio se llevaría Rayuela, Paradiso, Ulises, Tera Nostra, El hombre sin atributos o el Tristam Shandy, obras maestras todas, como lecturas playeras, a no ser que se trate de algo muy exclusivo, que sólo aparece en algunas novelas policiales de Agatha Christie. Don Quijote tampoco sería aconsejable; La montaña mágica tal vez. El ruido de charanga de fondo y las continuas ofertas de empanada de cazón y cervecita no me impidieron una inspección profunda en el sanatorio suizo donde transcurre la novela y  en las agallas de sus personajes singulares y un tanto antipáticos. Al igual que, como dijo Alberto Manguel en su Diario de lecturas “leemos lo que queremos leer, no lo que escribió el autor” los libros buenos y malos se leen como se pueden y a veces  el lugar elegido no es del agrado del autor. Leer en cualquier parte se ha vuelto complicado (aún en los monasterios) y las prácticas actuales nos llevan a leer más pero no mejor, ya que consumimos mucha más información que desarrollo profundo de cualquier tema o contenido.  Nuestra mente parece cada vez más constreñida a concentraciones fraccionadas, no a lecturas de distancia larga. Creo que eso degrada más que una lectura playera y no desdice para nada de la calidad del texto. En cambio una frase como “lectura de aeropuerto” si lo hace porque desde el comienzo se le ha identificado como acto apresurado, para matar el tiempo y para olvidar tan pronto nos encaminemos a destinos más permanentes.

Leer es un condicionamiento social que ha variado en los últimos años. El Sol y el ambiente relajado pero festivo de la playa no es el enemigo que nos aplaque el placer o adormezca nuestros sentidos.   La otra Isla, Puntos de Sutura o Crímenes son buenos libros por su construcción, por el manejo de la trama, el lenguaje, el humor, la intriga. Es lo que ocurre cuando la forma y el fondo tienen sustancia, desarrollo y trascienden la lectura. No son para consumir en aeropuertos ni se escribieron ex profeso para disfrutar del fín de semana, como si lo pretenden los clásicos best-sellers de Katzembach, Grisham, Danielle Steel o el último chorizo sobre sectas y libros malditos del mercado español.

Lo placentero no quita lo profundo. Y lo que nació de una maquinaria para distraer o matar el ocio puede terminar siendo también un libro canónico. Algunos de los grandes éxitos folletinescos del siglo XIX pertenecen hoy a la lista de inmortales. Los  puros Montecristo  le deben su nombre a las lecturas orales que les hacían a los trabajadores de la fábrica cubana de la novela de Dumas mientras enrollaban el tabaco.  Y tanto él como Dickens, Chejov, Maupassant, Quiroga, García Márquez o Vargas Llosa pueden digerirse con provecho en la playa, la montaña o en el club. Para las lecturas “bien hechas” Steiner nos habla de condiciones de tiempo, silencio y estado de ánimo especiales; sobre todo  las densas que implican la transmisión de conocimientos o desarrollo de ideas, más que las que apelan al goce estético.

Una obra trascendente de ficción, para ser idealmente apreciada, más que un ambiente requiere de una educación y una sensibilidad que las brinda la práctica. Desarrollar estas cualidades es importante y la experiencia me señala que igual que existen personas que necesitan de las condiciones señaladas por Steiner hay otras que son capaces de leer con provecho en la cola de un banco. La capacidad de abstracción varía.

Nunca insinué que La otra Isla, Puntos de Sutura o Crímenes fuesen libros playeros pero creo que ya es hora de que ciertos lectores dejen la susceptibilidad con respecto al poder placentero y la facilidad que posee alguna de la mejor literatura. Eco está en el derecho de exigir un impuesto a su público, ofreciendo unos grados de dificultad que después se traducirán en placer. Es una manera de descartar lectores, sin faltarle el respeto al placer ulterior que merece la ficción. Pero no todos tienen por qué señalar caminos culebreros para conducirnos a grandes historias y páginas inolvidables. Por eso no dudo en recomendar esos tres libros de escritores venezolanos para un largo fin de semana cada vez que me preguntan. Lo prefiero a los que si nacen y mueren el mismo día de lectura y no tienen mayores consecuencias en el tiempo.

Yo leí Puntos de Sutura en la playa hace unos años. No recuerdo si tomé cerveza ese día, qué música tocaban o qué comí. Sólo recuerdo que resultó una experiencia muy agradable y que algunos de los personajes de la novela me seguirán acompañando por mucho tiempo. El secreto de algunas novelas está en ahorrarnos la aclaratoria de lo difícil  aunque placentero que resultó armarlas y que las percibamos como una fiesta de la inteligencia a través de la seducción del lenguaje. El hábito, la comunión y la disciplina con la que abordamos la lectura hacen el resto.