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Barça-Real Madrid, 3er round: Historia de una (del) Farsa, por Rodrigo Blanco Calderón

El Barça del siglo XXI es uno de los equipos más brillantes que ha conocido el fútbol moderno y a la vez el responsable de una idea supuestamente filantrópica, políticamente correcta y secretamente perversa del deporte rey. La mentada cantera quizás sea el punto de honor de toda esta ideología confusa que implica ser culé.

El partido de ida entre los titanes del fútbol español (y contemporáneo) por un cupo para la final de la Champions 2011, permitió ver que la cantera, ese delirio de terruño o empolladero antiglobalización y antiliberal, tiene tentáculos insospechados. La cantera del Barça se prolonga hasta los narradores de Directv, que, como diría Borges, hacen honor a su deplorable condición de argentinos (es decir, a todos los prejuicios que los latinoamericanos tienen sobre los argentinos), hasta el propio arbitraje, la UNICEF e, incluso, cualquier albergue administrado por las hermanas carmelitas que exista en el mundo.

La tiranía del Barça ha dejado de ser futbolística para pasar a ser moral: es el imperio de la bondad. Javier Mascherano puede hacerle una plancha a Pepe y recibir sólo una tarjeta amarilla, pero Pepe no puede hacerle una plancha a Alves sin recibir una tarjeta roja. La expulsión totalmente desmesurada de Pepe (quien, como lo mostró el video, ni siquiera toca al brasileño) sólo se justifica teniendo en cuenta la pobre actuación de Messi en las dos primeras contiendas en las que fue anulado por…¡Pepe!

Ante todo esto, un fanático del Real Madrid no puede sino preguntarse lo que Mourinho se preguntó en rueda de prensa: ¿Qué necesidad tiene un equipo de la calidad del Barça de esto? Y con esto no me refiero a que la directiva del Barça haya comprado directamente al árbitro, pues todos sabemos que el Barça, como el hermano Cocó, no puede tocar el sucio dinero, así como sabemos que pagan su nomina con Cestatickets o con productos ecológicos y bioenergéticos. No se trata de eso. Se trata de Pedro, de Busquet, de Alves degradando el fútbol a una condición de pantomima llorona. Porque hasta para fingir (o para injuriar: de nuevo Borges) se requiere de arte. Si no que lo diga Di María, el ángel de la actuación madridista que es el líder en penaltis sacados a los otros equipos. Aunque la simulación me parece el peor de los males del fútbol masculino contemporáneo (pues esto no se ve en ningún partido de fútbol femenino), el deseo, a veces desesperado, de buscar un gol puede explicar, mas no justificar, el asunto. Al final, un gol siempre podrá ser rebatido con otro gol. Pero buscar la expulsión del contrario, como único mecanismo para descifrar o desmantelar el juego del otro, es simple cobardía. Una cobardía que rinde sus frutos: una vez expulsado el Pepe en el zapato, ese cálculo renal que es todo gran defensa, Messi, el consentido, pudo volver a jugar y anotar.

Los goles de Messi son otro asunto. Fueron dos orquídeas de pantano. La realidad más real de la famosa “cuentera” del Barça está en sus piernas: toda esa historia grotesca de hormonas para el crecimiento que los culés cuentan con ternura. Visto sin tantos rodeos, Messi no es otra cosa que un pollo beneficiado. El filósofo Alfredito Madrid, en conversaciones distendidas, asomaba una hipótesis interesante sobre lo que realmente le inyectaban a Messi para que “creciera” (get high, podría decirse en inglés, pero se pierde mucho en la traducción). Sin embargo, no creo que Messi sea el sucesor de Maradona en todos los sentidos.

Estas palabras no pueden revertir el marcador: seguir acumulándolas sólo sirve para apuntalar el rencor. Felicitemos al equipo contrario y gritemos bravo por Messi, por la generosidad calculada del Barça y roguemos por que la UNICEF haga de todos los niños hambrientos del mundo pollos beneficiados, campeones del fútbol europeo.

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