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Real Madrid – Barcelona. Round 2: ¿Quién dijo miedo? Por Rodrigo Blanco Calderón

I

Ganar es pésimo para escribir. De modo que, desde ya, asumo mi fracaso en comparación con lo que pueda pergeñar mi compañero de columna, Willy Mckey, a quien, como diría nuestro admirado Joaquín Sabina, le sobran los motivos.

A pesar de su incorrección y su patanería, siempre he sentido afinidad por los cracks polémicos que mandan a callar al público contrario luego de un gol milagroso. Es un recordatorio de que lo esencial en el fútbol ocurre en el campo, and the rest is silence. O, como también lo dice el mismo Hamlet, para cubrir todas las aristas del asunto, lo demás son sólo words, words, words.

El gol de Cristiano Ronaldo para obtener la Copa del Rey ante el Barcelona calló todas las historias (histerias) sobre gramas crecidas, alineaciones demasiado defensivas, dizque timoratas. Y la habilitación para este gol por parte de Ángel Di María calló a los propios seguidores del Madrid que sufrieron por lo errático de su desempeño durante la casi totalidad del juego. Di María es uno de esos jugadores talentosos que, no obstante, no califican para la categoría de crack. Un crack es un jugador que, por pura fuerza de voluntad y por arrebato de genio, decide el destino de un partido. El problema con el crack es que, aunque parezca absurdo, no siempre quiere resolver un juego. Su participación o es definitiva o no es.

Los semi-cracks, tipo Di María, en cambio, siempre quieren y no siempre pueden. En el segundo de los clásicos Barca-Real Madrid de este mes prodigioso, el querer de Di María triunfó sobre el caprichoso poder. En las fisuras que quedan entre los deseos y la realidad del campo, hacen su imperio las palabras: las de los comentaristas, las de los fanáticos, las de los propios jugadores y técnicos después del encuentro. Una hojarasca que trata de estabilizar el recuerdo de lo que sucedió, como agua (de risa o de llanto, es igual) que asienta el polvo de un terreno.

“Si el Madrid pierde, el juego lo pierde Mourinho”, dijo alguien a mi lado, apenas comenzado el dominio férreo del Barca durante el segundo tiempo. Pensé que tenía razón. Se refería, entre otras cosas, al cambio de Ozil por Adebayor, en lugar de sacar del campo a un Di María demasiado fogoso, sin la sangre fría de un Benzemá para matar el partido.

Adebayor le dio movilidad al ataque merengue y le permitió a Di María desplazarse con más soltura por las bandas, armar las jugadas y concretar el pase perfecto de gol a Cristiano Ronaldo. El Gran Mou, con sus muy elegantes maneras, también silenció a todos los cracks frustrados, esos técnicos de tribuna, que somos los fanáticos.

II

Cuando era niño, durante los partidos de fútbol de mi colegio, solía repetir un mantra que me transmitió mi padre: “Sí puedo, sí puedo, sí puedo”. Él lo tomó a su vez de esa gran escuela de la vida que son las películas de Sylvester Stallone. Se trataba de un film en el que Stallone participaba en un torneo de pulso y lograba superar todos los obstáculos enfrentando sus miedos. El lema del personaje de Stallone yo lo repetía sin convicción. Mi anhelo infantil de ser un crack desechaba aquel amuleto que a fin de cuentas sólo estaba hecho de palabras, palabras, palabras. Y a pesar de ello, en ocasiones anotaba mis goles. En ocasiones contribuía decisivamente en el juego. Ahora entiendo que cuando yo no recitaba con convencimiento ese rezo, mi padre sí lo hacía, del otro lado de la raya de cal, como lo hicieron con Di María miles de madridistas a lo largo y ancho del mundo.

La lección de Di María nos recuerda que el fútbol pertenece a una dimensión distinta de las palabras, pero necesita de ellas para incorporar la magia de lo imposible en un orden que se niega a ser simplemente derroche físico y estrategia.

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