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Leer venezolano, por Andrés Boersner

El mercado editorial de nuestro país ha tenido un crecimiento interesante y sostenido en lo que va de siglo. El control de cambio, las dificultades burocráticas para traer novedades o cualquier libro editado en el extranjero y su costo excesivo han contribuido a este fenómeno. El interés y dependencia cada vez mayor con la realidad que nos rodea hace que la escritura que emana desde ella tenga  interés para el lector, aún en los casos en que algunos la consideren escapista. Títulos como La otra isla, Puntos de sutura o Crímenes pueden funcionar como lecturas playeras pero es seguro que llevan una carga generosa de unión con el entorno del que aborda sus páginas. No resulta demás recordar que ninguna literatura es inocente, que su influjo siempre nos mantiene sobre aviso.

El espectro es muy amplio: desde libros de superación personal, filosofía pragmática o auto-ayuda (Zambrano, Landaeta, Maytte), los de crónicas y reportajes (como la colección Debate o el  best-seller de moda Sangre en el diván), actualidad política (a través de editoriales como Libros marcados), ensayos de historia, hasta los libros de ficción.  En este último rubro continúa siendo la narrativa histórica, que tiene larga tradición en Venezuela, la que mayor interés provoca, con títulos como Falke, Sumario o El pasajero de Truman.  Pero ya nombres asentados de nuestra literatura,  aunque no pasen de la media docena, tienen un público seguro y expectante. Las editoriales que los comercializan hacen a veces un notable esfuerzo local pero no se preocupan por internacionalizarlos. Balza, Ednodio Quintero, Alberto Barrera, Méndez Guédez o Victoria De Stefano poco o nada les deben a las editoriales nativas por su reconocimiento en el exterior.

El tipo de literatura que se trabaja en este momento es menos experimental, menos reñida con la trama. Su carácter abierto, su amplia legibilidad ha propiciado este aumento de interés en el público. Hoy el escritor se preocupa más por sus lectores y tiene un contacto más directo, gracias a mejores mecanismos de comunicación y a promociones más efectivas. Los blogs, twitters, facebook, hacen que las recomendaciones boca a boca se expandan. Los clubes de lectura han surgido con fuerza, sustituyendo las tertulias de antaño y distan de la imagen estereotipada de reunión de señoras fastidiadas que alguna vez tuvo. El lector es cada vez más exigente y busca el contacto con los creadores.

Hace 25 años la literatura venezolana era vista como demasiado exquisita, víctima del ombliguismo y los laboratorios del lenguaje. Cuando los libreros nos atrevíamos a sugerir algún título nacional la mayoría de los lectores pronunciaba la palabra “ladrillo” o la frase “ese libro es una ladilla”. Sólo los que estaban bendecidos por editoriales foráneas, como Uslar Pietri, Herrera Luque o Salvador Garmendia eran vistos con respeto. La escritura de Balza se volvió “interesante”  en ese mismo público a partir de las buenas críticas en España o México o de su edición en Francia. En cambio hoy podemos darnos el lujo de pasar por alto que la novela La enfermedad (La maladie, en la edición de Gallimard) estuvo entre las finalistas del Premio Fémina, el más prestigioso que otorgan los franceses a la novela extranjera del año.

Creo que el mercado editorial está muy por debajo de las expectativas del público y de la calidad de nuestros autores. La figura del editor independiente sigue siendo escasa y no existe el agente literario. Ficción Breve y Lugar Común son los dos ensayos más recientes en el mundo editorial y ambos están ligados a escritores, en su fundación y manejo. En Venezuela, por la baja efectividad en la comercialización del libro hay una larga tradición de escritores-editores y ediciones por cuenta propia. Esto se mantendrá en la medida en que las editoriales sigan pensando que la literatura está a cargo de locutores de radio, animadores de televisión, diseñadoras o galanes de telenovela. Mientras apunten sólo a la distancia corta, al producto “ya cocinado” no se abrirá el campo natural. Esta situación la han entendido transnacionales como Santillana o Random House Mondadori aunque falta que este esfuerzo local se traslade al mercado internacional. Convencer de que existe calidad de exportación todavía parece difícil.

A los autores sigue tocándoles la carga más pesada en la promoción de su producto e imagen, haciendo lo que las otras instancias no asumen. No es raro observar a escritores consagrados ofertando su libro bajo el brazo, asumiendo gastos de promoción o mendigando lo que por ley les corresponde. Sus sustitutos, los faranduleros, la tienen más fácil, al poseer medios o amistades que difundan sus libros. La editorial estará contenta con el ahorro de costos.

Formar una tradición, convertir los proyectos en instituciones,  necesita de un tiempo que pocos parecen dispuestos a transitar y menos en la Venezuela de hoy donde el gobierno ha demostrado una alergia a todo lo que demuestre eficiencia fuera de su entorno. Por eso celebro que cada vez apreciemos más, en todos sus ámbitos, a  nuestra literatura y se persista en su difusión.