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‘Copy’, ‘paste’ y plagio; por Óscar Collazos

La más sencilla definición de plagio dice que es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. Y eso es lo que Internet -dios y demonio de nuestra civilización- está facilitando: una más grande inclinación a la impostura y a la simulación. La biblioteca del mundo que se concentra y expone en la web es también una biblioteca expuesta al saqueo de simuladores grandes y pequeños.

Antes -no creo que todo tiempo pasado haya sido mejor- había que tomarse la molestia de ir a la biblioteca, buscar el tema, leer en las fuentes y reproducir con buena letra lo copiado. Aparecieron después las fotocopias y la posibilidad de burlar los derechos de autor, operación en la cual participaron educadores y educandos. Pero todavía se seguía leyendo y no era frecuente ni tan fácil presentar como propios textos de otros para beneficiarse en las pruebas académicas.

Hoy, ni siquiera es necesario leer con cuidado lo que se copia y pega. Tan extendida es la costumbre, que las alarmas suenan desde hace una década: el plagio en Internet se ha vuelto un recurso desesperado entre los estudiantes y entre no pocos profesionales urgidos de resultados académicos. ¿Cuál es la diferencia entre unos y otros?

Suelo empezar mis cursos diciendo que toda perfección me parece sospechosa; que desconfiaré de las coincidencias y que, casi por amor propio, seré implacable en la sanción del plagio. Les digo a mis alumnos que preferiría el método, digamos ecléctico, de copiar y pegar fragmentos de manera inteligente. Con este procedimiento se puede conseguir una pequeña obra propia, hecha con fragmentos ajenos.

Digo lo anterior en broma, pero también en serio. Como docente, aprecio el esfuerzo del estudiante que se toma la molestia de saber qué quiere escribir y decir, que “presta” pedazos de información y argumentación a otros y que, finalmente, mezcla en la batidora los ingredientes de su coctel. Si lo hacen numerosos artistas y les va bien en el mercado, ¿por qué no hacerlo en el aprendizaje de la escuela?

El plagio es otra cosa. Primero, es un autoengaño; segundo, es un intento de engatusar al docente; tercero, es un fraude, y, por último, quien comete fraude supone que quien recibe esa moneda falsa -el docente- es un tonto que nunca se dará cuenta de la estafa.

Es posible que existan docentes tontos (o perezosos y negligentes) y estudiantes más listos que ellos, pero lo que no se puede olvidar es que Internet ofrece herramientas para cometer “crímenes” y también para investigarlos. Y no existe ningún “crimen” de lesa honestidad más fácil de investigar que un plagio en la red. Para detectarlos, basta copiar una frase del texto y llevarla a un buen motor de búsqueda.

La explicación más fácil de esta mala costumbre lleva a decir que los jóvenes no han sido educados en el respeto a valores como la honradez, por ejemplo. Que en nuestra sociedad, entre personas llamadas a ser ejemplo de transparencia, se cometen grandes estafas a la comunidad; que hay fraudes en la justicia y en los negocios, acciones repugnantes en los gobernantes y… en fin, que el mundo en que vivimos no es el más limpio de los mundos y, menos, un mundo que pueda servir de espejo a los jóvenes.

No pretendo ser predicador ni vaticinar que, por el camino de la impostura y el fraude, un joven de ahora será dentro de poco un profesional inescrupuloso que “copiará y pegará” conductas ajenas. Quiero señalar, simplemente, que las costumbres reprobables tienden a empeorar y a convertirse en faltas leves cuando no tienen la sanción oportuna.