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La nueva y modélica dirección política del Japón, por Karel van Wolferen

Entre las horrorosas noticias que llegan del Japón, resulta fácil que pase inadvertido el establecimiento de nuevas normas de dirección política… en parte porque los medios de comunicación japoneses siguen los hábitos antiguos de criticar automáticamente la forma como están afrontando el desastre los funcionarios y muchos periodistas extranjeros, que carecen de perspectiva, se limitan a copiar ese tono crítico, pero, en comparación con el período posterior al catastrófico terremoto de Kobe de 1995, cuando las autoridades parecieron lavarse las manos respecto de los sufrimientos de las víctimas, la diferencia no podría ser mayor.

Esta vez, el gobierno del Partido Democrático del Japón (PDJ) del Primer Ministro, Naoto Kan, está esforzándose al máximo, con una intensa participación sin precedentes de su gabinete y grupos de misiones especiales recién constituidos. El propio Primer Ministro aparece periódicamente en la televisión con funcionarios competentes y vestido con el traje de faena común entre los ingenieros japoneses.

En 1995, los ciudadanos de Kobe liberados de entre los escombros recibían atención, si pertenecían a grandes empresas o grupos religiosos. Los que no eran de esa condición debían valerse más que nada por sí mismos. Era un reflejo de un criterio corporativista y feudal, en el que la relación directa entre el ciudadano y el Estado no desempeñaba papel alguno. Esa desatención gubernamental de las víctimas del terremoto de Kobe, condenada de forma generalizada, fue una de las causas mayores de indignación pública que contribuyó a popularizar el movimiento de reforma del que surgió Kan.

Lamentablemente, hoy los medios de comunicación japoneses están pasando por alto ese marco histórico. Por ejemplo, el periódico Nihon Keizai Shimbun lamentó recientemente las deficiencias de la reacción del gobienro de Kan, al subrayar las inadecuadas líneas de mando desde el gabinete hasta los funcionarios encargados de operaciones de rescate y suministro, pero no señaló que esa defectuosa coordinación, relacionada con la falta de formulación de políticas centradas en el gabinete, fue precisamente la deficiencia principal del sistema político del Japón que los fundadores del PDJ se propusieron superar.

Cuando el PDJ llegó al poder en septiembre de 2009, acabó con medio siglo de gobierno de facto de un solo partido; el Partido Liberal Democrático (PLD), pero aún más importante era que se propusiese abordar una cuestión capital para el Japón: ¿quiénes debían gobernar? ¿Unos mandarines burocráticos o funcionarios democráticamente elegidos?

El PDL, constituido en 1955, no había gobernado apenas después de haber contribuido a coordinar la reconstrucción de la posguerra, que se prolongó sin debate con una política nacional oficiosa, pero muy real, de expansión, en principio ilimitada, de la capacidad industrial. Otras posibles prioridades apenas figuraron en los debates políticos.

En 1993, se puso de relieve la necesidad de que el timón estuviera en manos de políticos democráticamente elegidos, cuando dos importantes figuras políticas abandonaron el PLD junto con sus seguidores. Con ello, catalizaron el movimiento político reformista que dio origen al PDJ, el primer partido de oposición creíble que –a diferencia de los socialistas, que ejercían una oposición meramente ritualista– estaba preparado para ganar elecciones y gobernar de verdad, en lugar de limitarse a mantener la fachada de gobierno, como había llegado a ser norma con el PLD.

Lo que merma el prestigio del Gobierno ahora mismo es que Kan no haya demostrado talento alguno para convertirse en una personalidad televisiva que pueda dar una imponente impresión de capacidad de dirección, pero su gobierno sí que está abordando lo mejor que puede cuatro crisis simultáneas, pese a que su actuación resulta entorpecida por unos enormes problemas logísticos que ningún gobierno japonés posterior a la segunda guerra mundial había afrontado hasta ahora.

Las medidas adoptadas por el gobienro de Kan resultan obstaculizadas, evidentemente, por una infraestructura burocrática rígida y muy fragmentada. El PDJ ha tenido poco tiempo para contrarrestar la larga negligencia del PLD. Sus diecisiete meses en el poder, antes de la catástrofe actual, han sido una historia interminable de lucha con los funcionarios de carrera en muchos sectores de la burocracia, incluido el judicial, que luchan por la supervivencia del mundo que siempre han conocido. Otros países podrían aprender mucho del intento del PDJ de modificar el status quo de disposiciones políticas que se ha ido formando y consolidando durante medio siglo.

Pero fueron los Estados Unidos los primeros que socavaron el gobierno del PDJ, al poner a prueba la lealtad del nuevo gobierno con un plan inviable –ideado originalmente por el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, de la época de George W. Bush– de construir una nueva base para los infantes de marina de los EE.UU. en Okinawa. El primer Primer Ministro del PDJ, Yukio Hatoyama, se equivocó al creer que una reunión cara a cara con el nuevo presidente americano para examinar los asuntos a largo plazo que afectaban al Asia oriental podía zanjar la cuestión. Se vio desairado constantemente por el gobierno americano. Como Hatoyama no pudo mantener su promesa de salvaguardar los intereses del pueblo de Okinawa, su reacción fue la –habitual– de dimitir.

También los principales periódicos del Japón han respaldado en gran medida el status quo. De hecho, ahora parecen haber olvidado su papel en la obstaculización de las gestiones del PDJ para crear un órgano de coordinación política eficaz en el país. Medio siglo de informar sobre las rivalidades internas del PLD, sin relación con políticas concretas, ha convertido a los cronistas del Japón en los mejores expertos del mundo en faccionalismo político. También los ha dejado incapacitados para reconocer las verdaderas iniciativas normativas, cuando las ven.

Sin embargo, el resto del mundo se ha quedado maravillado ante la admirable y digna forma como están afrontando los japoneses de a pie la terrible adversidad. Constantemente se me pregunta por qué no hay saqueos ni señales de ira explosiva. El término “estoicismo” aparece una y otra vez en la información de los medios de comunicación sobre el desastre del Japón.

Pero, en mi medio siglo de estrecho contacto con la vida japonesa, nunca he considerado estoicos a los japoneses. Más bien, se comportan como lo hacen porque son un pueblo decente. Como son considerados, no se cargan mutuamente con el peso de presentarse como héroes en sus tragedias personales. Desde luego, se merecen el gobierno mejor que el PDJ está intentando ofrecerles.

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Karel van Walferen, autor de The Enigma of Japanese Power (“El enigma del poder japonés”), es profesor emérito de Instituciones Políticas y Económicas Comparadas en la Universidad de Amsterdam.

Copyright: Project Syndicate, 2011.