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La Sirena de Cumaná: María Rodríguez, por Aquiles Báez

La música del oriente venezolano es una de esas joyas bien guardadas que tiene nuestro folklore. De raíz andaluza con reminiscencias de la cultura árabe, así como la de los indios Caribes y de algún negrito que de seguro se cruzó por esas costas, la música oriental venezolana tiene una personalidad tan profunda y tan inmensa como sus playas, y tanto sabor como el más delicioso de los sancochos de pescado. En ese mar de sueños, en Cumaná, tenemos a esta gloria desconocida por muchos, la sirena o la voz de Cumaná. Ella es expresión viva de una cultura que no se deja morir y, a pesar de la penetración cultural, sigue plantada y firme, porque las expresiones populares son muestras de autenticidad. Es esa autenticidad lo que demuestra que la identidad no es un elemento superfluo y que tiene una vida inmensa.

Una cayena en el pelo, los labios rojos llenos de pasión como la sangre, falda de flores, sonrisa destellante y una voz que acaricia. Cuando ella canta, vibra todo el oriente venezolano y se prende de alegría. Pocas veces me he emocionado tanto como cuando escucho el canto de esta doña, señora del estribillo, la reina del folklore de Cumaná: María Rodríguez.

La Música Oriental

Me involucré con la música oriental a través de mis amigos Estelio Padilla, Héctor Araguainamo y mi hermano Alfonso Moreno. Gracias a ellos me convertí en un conocedor de música oriental sin vivir en Cumaná. Soy un enamorado de esta música. Cada vez que venían a Caracas cantantes orientales, como esa otra gloria de Cumaná llamada Hernán Marín o la misma María, yo los acompañaba. María decía que los músicos que tocaran con ella tenían que ser orientales a menos que sea er gordito (es decir: yo). Como buena oriental, nunca me ha llamado de otra forma que no sea: “er gordito”.

Me fascina la música oriental. Pienso en lo bonito que es su fraseo desbordado del compás, en esa dinámica que su música tiene para pasar desde lo profundo y emocional de un polo hasta el sabor y viaje creativo de un estribillo o una guacharaca.

María Rodríguez de Cumaná

Sin duda, muchos de nuestros lectores no conocen a María. Pero para la cultura del oriente venezolano ella es una diosa, para los músicos criollos es un ícono y para la gente del pueblo es la voz de Cumaná. Se las tuvo que arreglar haciendo brujería y otras cosas pecaminosas para criar a sus siete hijos, hasta que empezó a trabajar como parte del personal de limpieza de la Universidad de Oriente a la vez que cantaba en el conjunto de su tío “El Chiguao”, uno de los músicos orientales que más han influenciado este estilo musical. El poeta Armas Alfonzo, quien fue director de cultura de la Universidad de Oriente durante los años sesenta, le preguntó a María sobre quién podía coordinar la comparsa de la universidad, dar clases de danzas tradicionales del oriente y enseñar a los niños de las comunidades cumanesas todas las diversiones y formas musicales orientales. María respondió: “Yo misma soy”, y así empezó María a realizar una hermosa labor de preservación y rescate de las tradiciones, surgiendo como una figura emblemática de la música y el baile de los géneros orientales venezolanos. En el año 1994 fue declarada patrimonio viviente del estado Sucre.

Encuentros

Mi primer encuentro con María ocurrió hace unos cuantos años. Me encontraba en Puerto La Cruz con el conjunto de aguinaldos de Esperanza Márquez, en uno de esos festivales donde uno tocaba en una suerte de tráiler al aire libre. Me emocioné cuando supe que María también iba a cantar ahí. En esa época había estado fascinado por las canciones donde se defiende de cualquier brujería con “La oración del tabaco”; por “La fulía de Oriente”, que en su voz es como si viviera en carne viva el sufrimiento de Jesús en la cruz; por la jota cumanesa que aún hoy me impresiona con su ritmo tan sofisticado; o “La fiesta de los santos” donde en medio de un estribillo se desata una tremenda rumba celestial. Tenía una gran expectativa por este encuentro con la reina del folklore de Cumaná. Pero María no sólo es una reina de la música sino también, dicho en criollo, de la “jodedera”. Realmente tiene unas ocurrencias que son únicas, de manera que mi primer encuentro con ella fue totalmente desconcertante. Lo cierto es que me le presenté y María lo primero que me dijo delante de todos fue: “Este gordito sí que está bello” y, acto seguido, me pellizcó los cachetes. Luego seguimos conversando y cuando llegó mi turno de tocar, mientras subía la escalera para dirigirme al escenario, María, sin ningún rubor, tocó mis partes íntimas diciéndome: “Gordito, ¿qué es lo que tú tienes ahí?”. Me puse rojo como un tomate y salí a mi concierto entre el desconcierto, la pena y la vergüenza porque todo el mundo estaba muerto de risa por lo que hizo la doña. Reconozco que mi primera reacción fue pensar algo como: “¿Qué le pasa a esta vieja loca?”, pero después de esa molestia inicial quedé enamorado de su encanto y simpatía. Ese día entendí ese sentido del humor tan oriental.

Anécdotas

Gracias a esa forma de ser tan especial, María posee mil anécdotas. En Cumaná hay un teatro llamado “María Rodríguez”. Es su teatro y ella se siente la dueña de la casa. Uno de esos cuentos fabulosos es que había un concierto de una cantante de jazz que venía de Caracas. Como ella conocía al percusionista, se subió a la tarima en pleno concierto, fue hacia a la percusión y le dijo a su amigo: “Esta vaina está muy fastidiosa, así es que me voy a salir y te espero afuera donde están los roncitos”.

Un día estaba ensayando con María y de repente me dijo: “Gordito, rebuchéamelo”. Yo dije: “¿Qué?”, y ella repitió “Que lo rebuchees”. Para mí era como si me hablaran en chino. De repente ella empezó a menearse de una forma que me dio un ataque incontenible de risa. Lo que ella quería era que tocara la guitarra de esa forma particular como se hace en el Estribillo. Luego me dijo: “¿Tú no sabes lo que es rebuchear?”, y volvió a moverse. Esta vez nos dio un ataque de risa a todos los presentes.

Otra señora de la canción venezolana, Lilia Vera, me contó que hace un par de años se corrió el rumor que María había fallecido. Lilia empezó a preguntar y nadie sabía nada, por lo que decidió lanzarse a hacer una llamada a Cumaná a la casa de María. Una señora atendió el teléfono y Lilia preguntó muy discretamente sobre la salud de María. De repente, esta señora pegó un grito diciendo: “María, acá esta una señora que dice que es Lilia Vera con una preguntadera, debe ser que te mataron otra vez”.

En otra ocasión, estaba conversando con ella y me contó preocupada que quizás iba a tener que mudarse. Le pregunté por qué y me contestó: “Es que le monté una brujería a un vecino que era muy fastidioso y el hombre se murió. Todo el mundo me está echando la culpa de esa vaina. Yo le quería echar una vainita, pero no matarlo…”, hizo una pausa y luego comentó: “¿Será que me salió demasiado bueno el trabajito?”.

A pesar de esa simpatía oriental, María ha tenido una vida de película al punto que el director John Dickinson hizo su largometraje Entre Golpes y Boleros, protagonizado por María Alejandra Martín e inspirado en su vida.

Estribillo

María es un personaje —más que auténtico— emblemático de nuestras raíces culturales. Para mí es comparable con una Violeta Parra, de Chile, con una Chabuca Granda, de Perú, o con una Chavela Vargas, de México. Todas íconos innegables de una identidad cultural inspirada en la tradición. Me es difícil comprender cómo no forma parte del día a día de los venezolanos. A veces siento que ese tipo de faltas ha hecho que las fuentes de nuestras verdaderas raíces sean consideradas como bichos raros, al punto que mucha gente de nuestro territorio las desconoce.

Personalmente, considero que María es una gloria nacional, una flor que tiñe de amor a la cultura del oriente venezolano. No soy un chauvinista, de hecho creo que soy muy abierto culturalmente. La cultura es producto de muchos intercambios, es dinámica y está en constante transformación. Pero también creo que hay que dar una mirada hacia dentro y valorar las hermosas cosas que tenemos. Existe un rechazo hacia nuestra música y muchas veces es ocasionado por el desconocimiento. Nos quedamos en la superficie, en vez de buscar en la profundidad de eso tan nuestro como la arepa y la empanada de cazón.

La última vez que vi a María fue en octubre del año pasado. Ella fue a cantar con un grupo de Cumaná al Centro de la Diversidad Cultural, en Los Rosales. Tenía muchos años que no la veía. Mis ojos brillaron de emoción y me conmoví al ver cómo sus ojos también se iluminaron. Ahí María me dedicó una vez más su sonrisa, su humor y su cariño. A sus 86 años ha llevado toda una vida llena de pasión oriental. A pesar de haber sufrido dos accidentes cerebrovasculares, aún mantiene su alegría y su magia. A María la llevo en el corazón, como a muchas cosas que amo de la cultura venezolana.

María Rodríguez, la sirena de Cumaná, tu voz, tu calidez y tu presencia siempre estarán entre mis recuerdos más bonitos.

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