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A algunos les da vueltas el Sol, por Umberto Eco

Edoardo Boncinelli ha dictado una serie de clases magistrales en la Universidad de Bolonia sobre la teoría de la evolución (orígenes y desarrollos) y me ha llamado la atención no tanto las pruebas ya indiscutibles del evolucionismo (aun en sus desarrollos neodarwinianos), sino el hecho de que circulan muchas ideas ingenuas y confusas al respecto, no sólo por parte de sus opositores, sino también por parte de quienes las comparten. Por ejemplo, la idea de que para el darwinismo el hombre desciende del simio (si acaso, viendo los episodios de racismo de nuestros tiempos, tenemos la tentación de comentar, como hizo Dumas con un joven tradicionalista que ironizaba sobre su mestizaje: “Señor, quizá yo descienda del mono, pero mi familia empieza donde acaba la suya”).

El hecho es que la ciencia se confronta siempre con la opinión común, que suele estar menos evolucionada de lo que se cree. Todos nosotros, personas educadas, sabemos que la Tierra gira alrededor del Sol y no al revés; y aun así, nuestra vida cotidiana gira sobre la base de la así llamada percepción ingenua y decimos tranquilamente que el sol sale, se pone, está alto en el cielo. Ahora bien, ¿cuántas son las personas “educadas”? En 1982 una encuesta realizada en Francia por la revista Science et vie revelaba que uno de tres franceses pensaba que el Sol giraba alrededor de la Tierra.

Tomo la noticia de Les cahiers de l’institut (4, 2009), donde el Institut es un instituto internacional para la investigación e indagación de los Fous littéraires, es decir, de todos los autores más o menos dementes que sostienen tesis improbables. Francia está a la vanguardia en este tema y en dos columnas mías de hace mucho tiempo (1990 y 2001) ya hablé de este género bibliográfico, en ocasión, entre otras cosas, de la muerte del máximo experto en el tema, André Blavier. Pero ahora, en este número de los Cahiers, Olivier Justafré se concentra en los que niegan el movimiento terrestre y la esfericidad de nuestro planeta.

Que todavía a finales del siglo XVII se negara la hipótesis copernicana, incluso por parte de estudiosos ilustres, no tiene relevancia, pero la montaña de estudios aparecidos entre los siglos XIX y XX es bastante impresionante. Justafré se limita a obras francesas, pero bastan y sobran, desde el abate Natalène, que demostraba en 1842 que el Sol tenía un diámetro de 32 cm (que era una idea que ya sostenía Epicuro unos 22 siglos antes), hasta Victor Marcucci, para quien la Tierra era plana con Córcega en el centro.

Y pase por el siglo XIX. Lo malo es que son de 1907 el Essai de rationalisation de la science experimentale de Léon Max (libro publicado por una seria librería científica) y de 1936 La Terre ne tourne pas de un tal Raioviotch, el cual añade que el Sol es más pequeño que la Tierra aunque mayor que la Luna (si bien un tal abate Bouheret sostenía lo contrario en 1815). De 1935 es la obra de Gustave Plaisant (que se define “ancien polytechnicien”) con su dramático título Tourne-t-elle? (es decir, ¿la Tierra da vueltas de verdad?) e incluso de 1965 un libro de Maurice Ollivier (también él “ancien élève de l’Ecole Polytechnique”) siempre sobre la inmovilidad de la Tierra.

El artículo de Justafré cita de fuera de Francia sólo la obra de Samuel Birley Rowbotham donde se demuestra que la Tierra es un disco con el Polo Norte en su centro y que dista 650 kilómetros del Sol. La obra de Rowbotham se publicó como opúsculo en 1849 con el título Zetetic astronomy: Earth is not a globe (Astronomía zetética: la Tierra no es un globo), pero en el curso de 30 años se convirtió en una versión de 430 páginas que originó una Universal Zetetic Society que sobrevivió hasta la Primera Guerra Mundial.

En 1956 un miembro de la Royal Astronomical Society, Samuel Shenton, fundó la Flat Earth Society, precisamente para retomar la herencia de la Universal Zetetic Society. La Nasa, en los sesenta, divulgó una foto de la Tierra vista desde el espacio y ya nadie podía negar que tuviera forma esférica, pero Shenton comentó que fotos de ese tipo podían engañar sólo a un ojo inexperto: todo el programa espacial era un montaje, y el desembarque en la Luna era una ficción cinematográfica que tendía a engañar a la opinión pública con la falsa idea de una Tierra esférica. El sucesor de Shenton, Charles Kenneth Johnson, siguió denunciando el complot contra la Tierra Plana, escribiendo en 1980 que la idea de un globo que daba vueltas era una conspiración contra la que se habían batido Moisés y Colón… Una de las argumentaciones de Johnson era que si la Tierra hubiera sido una esfera, entonces la superficie de una gran masa de agua habría debido ser curva, mientras que él había controlado las superficies de los lagos Tahoe y Salton sin encontrar curvatura alguna.

¿Y aún nos sorprende que siga habiendo antievolucionistas?