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Dakota Blues, por Sergio Dahbar

Algunos edificios padecen karmas. Qué decir de las torres gemelas, que se vinieron abajo después de sufrir los atentados terroristas del 11 de septiembre. El edificio Dakota no se queda atrás. Construido cerca de Central Park en 1884 (esquina noroeste de la calle 72), su oscura leyenda ya supera cien años.

Uno nunca sabe qué es peor: si la verdad o el mito. Detengámonos primero en las mentiras que se acumulan desde hace un siglo en esta construcción newyorkina y que por momentos adquieren ribetes de realidad. Uno de los inquilinos que ayudó a construir la leyenda negra fue nada menos que Edward Alexander Crowley, conocido mejor como Aleister Crowley: brujo y profeta.

El saber popular asegura que los ritos profesados por Crowley en la Abadía de Thelema, Cefalú, abrieron las puertas del ocultismo en el siglo XX y marcaron a generaciones de creadores. Su rostro ilustra una de las portadas de los discos de los Beatles: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.

En el edificio Dakota también vivió uno de los maestros del cine de horror, Boris Karloff. Marcado por tan oscuras presencias, el inmueble adquirió fama de maldito. Por esa razón se lo recomendaron a Roman Polanski para filmar la película El bebé de Rosemary en el año 1968.

Uno sabe cuándo comienzan a ocurrir cosas malas en un edificio. Lo que resulta más complicado es advertir cuándo dejarán de suceder. Un año más tarde de esa filmación, en la que una trama imaginada por Ira Levin establecía que un marido ambicioso pactaba con el diablo para obtener un trabajo deseado, a costa de ofrecer su hijo como intercambio, Polanski sufrió una tragedia que le cambió la vida para siempre.

En 1969 el clan Manson asesinó en un ritual espantoso a la esposa del director polaco, Sharon Tate, quien se encontraba embarazada. No faltaron observadores que rápidamente relacionaron la perversa trama de Levin y el satánico edificio donde ocurría la historia, como parábola final de una meteórica carrera cinematográfica.

La realidad es menos interesante, aunque pródiga en detalles: Dakota fue diseñado por la firma de arquitectos Henry Janeway Hardenberg. Eran famosos porque habían desarrollado el Hotel Plaza.

No construyeron un edificio, sino una utopía. Casi ningún apartamento era igual a otro. De las 65 propiedades originales, los más pequeños tenían cuatro habitaciones. Y los más grandes 20. Los ascensores para los propietarios estaban en las esquinas del edificio y el servicio entraba y salía por accesos en el corazón de la infraestructura. Fue uno de los primeros edificios en Nueva York en tener ventanas en todas las habitaciones.

Las comidas podían ser trasladadas a las habitaciones principales por ascensores complejos. Tenía planta de electricidad propia, calefacción central y en las buhardillas, zonas de juego y gimnasios. Hay salas de estar que tienen 15 metros de largo y todos los techos 4.3 metros de altura. Todos los techos fueron entarimados en roble, cerezo y caoba.

Crowley y Karloff dieron el empuje original, pero luego llegaron otras celebridades: las actrices y actores Lauren Bacall, Judy Garland, José Ferrer, Robert Ryan, Jason Robbards y Steve Gutenberg; la cantante Roberta Flack; el compositor Leonard Bernstein; el bailarín Rudolf Nureyev y la escritora Carson McCullers.

No menos célebre fue el matrimonio John Lennon y Yoko Ono. Allí vivieron, allí fueron felices, allí se hundieron en una crisis que los separó por dos años y allí, en la puerta de este edificio que remedaba el esplendor de la construcción francesa, fue asesinado uno de los músicos más famosos del planeta por un muchacho que perseguía unos segundos infernales de gloria.

Esa es parte de la historia del edificio Dakota, una singular amalgama de verdad y mentira que hace fascinante cada detalle inclusive de sus jardines traseros con canchas de tenis y croquet.

¿Por qué recordarlo en estos días? Porque un inquilino, el millonario Alphonse Fletcher, descontento, demandó al edificio por 15 millones de dólares en daños y perjurios. Acusa al consejo de propietarios de racistas. “Vetan a los futuros propietarios por el color de la piel, la nacionalidad y la profesión’’. Fletcher quería comprar el apartamento de al lado, pero se lo impidieron.

Antonio Banderas quiso adquirir, junto a Melanie Griffith, uno de los apartamentos. Pero no logró sobrevivir a la exhaustiva investigación que promueven los propietarios para aceptar a un nuevo vecino. Gracias a la demanda de Fletcher, se conoció el comentario ofensivo que hicieron los propietarios sobre Banderas: “Quería estar en el primer piso para poder tener acceso a su camello desde la ventana’’.

Este curioso consejo de propietarios nunca nombra a Banderas por su nombre, sino como “el marido hispano de una mujer conocida y financieramente prominente’’. Fletcher, un afroamericano que amasó una fortuna importante en Walt Street, recordó que ya la cantante Roberta Black sufrió las adversidades de vivir en Dakota.

Nunca le permitieron arreglar la bañera de su baño y la obligaban a bajar por el ascensor de servicio cuando paseaba al perro. “Los inquilinos blancos pueden bajar con sus animales por el ascensor principal’’, recordó Fletcher.

Lo que queda claro es que en el edificio Dakota no ingresarán seres diferentes. Brujos, actores terroríficos, negros, judíos, o hispanos, serán humillados, aunque tengan 80 millones de dólares en el banco y formen parte del jet set más exclusivo del espectáculo.

Propietarios como estos no hay muchos. Sólo Manhattan puede concebir semejantes criaturas. Groucho Marx los caricaturizó con una frase inmortal: “Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como yo’’. Sabía de qué hablaba.

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Publicado en Prodavinci por cortesía de la Revista El Librero.