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En torno a la muerte, por Norberto José Olivar

Este año que corre ha resultado tremendamente sangriento. De Libia a Japón la muerte se enseñorea con violencia y sin tregua, obligando a pensarla y a temerle más que nunca. Olivar nos ofrece nuevos fragmentos de sus anotaciones diarias, sin pretender opinar al respecto, sólo como una relatoría de sensaciones e incertidumbres que emergen, espontáneas, ante el horror y caos presente.

Por Norberto José Olivar | 27 de marzo, 2011

La muerte como seducción

Ando con cierta desazón estomacal por pinchar un link (n.r. imágenes fuertes) que me envió el amigo Valmore Muñoz Arteaga: donde unos sicarios cortan la cabeza de un hombre a cuchilladas, arrancándoles antes el pene. No es el único video de ese género, el sitio es espléndido en tales exhibiciones de carnicería humana, pero digo que no pude llegar al final, aunque cierta morbosidad me empujaba, lo admito y lo acepto, sin embargo me detuve porque me ganó el miedo. No fue pudor, ni sanidad mental, sino miedo, repito, puro y simple miedo. Sé que algunos piensan que este tipo escenas cruentas, bárbaras, donde se decapitan o torturan gentes, hay mucho de erotismo y acaban siendo —explican— un retorcido y extraño espectáculo de seducción y placer. La verdad, no sé qué pensar, y no me procuro ninguna idea al respecto, prefiero dejar el asunto enmarcado en la más absoluta incertidumbre, ni siquiera pretendo indagar en mi fascinación inicial, ni tampoco en el espanto que me paralizó al enfrentar este caso real, no sea que me horrorice más conocerme mejor. Recordé un blog, El inmortal, que en su momento me dio mucha curiosidad y que enseguida corto y pego in extenso para su deleite:

«Estas imágenes fueron publicadas por Carpeaux, testigo del suplicio el 10 de abril de 1905. El 25 de marzo el Cheng-Pao, bajo el reinado de Koang- Su, emitió el siguiente decreto imperial: ‘Los Príncipes Mongoles exigen que el llamado Fu-Tchu-Li, culpable de homicidio en la persona del Príncipe Ao-Han-Wan, sea quemado vivo, pero el Emperador, considerando demasiado cruel este suplicio, condena al señalado Fu-Tchu-Li a la muerte lenta por el Leng-Tché (cercenamiento en pedazos). ¡Así sea!’ Este suplicio data de la dinastía Manchú (1644-1911). El supliciado es un hombre bellísimo. En su rostro se refleja un delirio misterioso y exquisito. Su mirada justifica una hipótesis inquietante: la de que ese torturado sea una mujer. Si la fotografía no estuviera retocada a la altura del sexo, si las heridas que aparecen en el pecho de ese individuo fueran debidas a la ablación cruenta de los senos, no cabría duda de su sexo. Hombre o mujer, parece estar absorto por un goce supremo, como el de la contemplación de un dios pánico. Las sensaciones forman un círculo, donde termina el dolor, empieza el placer y se confunden. No cabe duda de que la civilización china es exclusivamente técnica. De esta imagen se puede deducir toda la historia. Se trata de un símbolo. Un símbolo más apasionante que cualquiera otro. Cada vez que lo miro siento el estremecimiento de todos los instintos mesiánicos. Sólo puede torturar quien ha resistido la tortura. Hipótesis inquietante».

Unas líneas japonesas

Si va siendo raro estar vivo, la muerte no es menos enigmática y extraña. Y estos días que corren se empeñan en subrayar estos contrastes, llevando los padecimientos a límites que solo habíamos abordado ficcionalmente. Como todos, hablo de Japón, a menos de arranque, que ya se había imaginado a sí misma como víctima, pensemos, por ejemplo, en el film El hundimiento del Japón (1973) o en el montón de héroes o monstruos gigantes que en valerosos combates, trastabillaban y caían sobre rascacielos y autopistas haciéndolos añicos y dejando un reguero de ruinas por dondequiera. Por eso, cuando miré los videos del tsunami, me parecía una maqueta de aquellas que usaban en los viejos seriados de ciencia ficción, apenas faltaría la figura del legendario Godzilla para completar la locación de horror y destrucción, pero la madre natura ha resultado más prodigiosa en espantos y en su fuerza aniquiladora.

Estas líneas no van de opinión, cada vez tengo menos opiniones que ofrecer, sino como un mero intento de abordar, de pensar en un caos que no requiere ninguna hermenéutica, ni sentencia, porque no es más que el tortuoso misterio, incomprensible y agobiante de estar vivos. Un precio muy alto, si se medita bien.

Un «opinador» profesional del ABC decía que los japoneses no lloran su desgracia, que solo esperan la señal para desatar su furia trabajando —que es lo que saben hacer, en realidad lo único que hacen— y así reconstruir su mundo, porque la muerte no es ninguna extrañeza para ellos, a veces, más insólito aun, es una cuestión de honor y elegancia.

«Estas imágenes fueron publicadas por Carpeaux, testigo del suplicio el 10 de abril de 1905. El 25 de marzo el Cheng-Pao, bajo el reinado de Koang- Su, emitió el siguiente decreto imperial: ‘Los Príncipes Mongoles exigen que el llamado Fu-Tchu-Li, culpable de homicidio en la persona del Príncipe Ao-Han-Wan, sea quemado vivo, pero el Emperador, considerando demasiado cruel este suplicio, condena al señalado Fu-Tchu-Li a la muerte lenta por el Leng-Tché (cercenamiento en pedazos). ¡Así sea!’ Este suplicio data de la dinastía Manchú (1644-1911). El supliciado es un hombre bellísimo. En su rostro se refleja un delirio misterioso y exquisito. Su mirada justifica una hipótesis inquietante: la de que ese torturado sea una mujer. Si la fotografía no estuviera retocada a la altura del sexo, si las heridas que aparecen en el pecho de ese individuo fueran debidas a la ablación cruenta de los senos, no cabría duda de su sexo. Hombre o mujer, parece estar absorto por un goce supremo, como el de la contemplación de un dios pánico. Las sensaciones forman un círculo, donde termina el dolor, empieza el placer y se confunden. No cabe duda de que la civilización china es exclusivamente técnica. De esta imagen se puede deducir toda la historia. Se trata de un símbolo. Un símbolo más apasionante que cualquiera otro. Cada vez que lo miro siento el estremecimiento de todos los instintos mesiánicos. Sólo puede torturar quien ha resistido la tortura. Hipótesis inquietante».

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Unas líneas japonesas

Si va siendo raro estar vivo, la muerte no es manos enigmática y extraña. Y estos días que corren se empeñan en subrayar estos contrastes, llevando los padecimientos a límites que solo habíamos abordado ficcionalmente. Como todos, hablo de Japón, a menos de arranque, que ya se había imaginado a sí misma como víctima, pensemos, por ejemplo, en el film El hundimiento del Japón (1973) o en el montón de héroes o monstruos gigantes que en valerosos combates, trastabillaban y caían sobre rascacielos y autopistas haciéndolos añicos y dejando un reguero de ruinas por dondequiera. Por eso, cuando miré los videos del tsunami, me parecía una maqueta de aquellas que usaban en los viejos seriados de ciencia ficción, apenas faltaría la figura del legendario Godzilla para completar la locación de horror y destrucción, pero la madre natura ha resultado más prodigiosa en espantos y en su fuerza aniquiladora.

Norberto José Olivar 

Comentarios (1)

ATAMAICA MAGO
3 de abril, 2011

¡Genial, vampiro! Y yo que creía que el culto a la tragedia era de estos tiempos que corren. Por lo visto, me sigue sorprendiendo la vida pero “sobreviendo” como siempre.

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