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Despachos desde Libia: avance rebelde, por Jon Lee Anderson

Los rebeldes avanzan y recuperan el terreno perdido antes de que comenzaran los bombardeos de la coalicíón. Muchos creen que están cerca de la batalla decisiva. Jon Lee Anderson reporta desde el campo de batalla.

Por Jon Lee Anderson | 27 de marzo, 2011

Una vez más Ajdabiya cayó en manos de los rebeldes, diez días después de haber sido tomada en una operación relámpago por las tropas de Gadafi. Éstas habían sido expulsadas de la ciudad a finales de Febrero. Una columna de Gadafi se ha retirado del frente, hacia el oeste, bajo el intenso fuego del bombardeo de la coalición. Hace hoy una semana que el ataque aéreo y los misiles Tomahawk de la coalición salvaron Bengasi.

La semana pasada, el shabbab —como se hacen llamar los jóvenes rebeldes— ha mantenido una nueva forma de batalla en las afueras del norte de Ajdabiya, moviéndose hacia atrás y hacia adelante, esquivando cohetes y disparos de tanque a lo largo de un arenoso y estrecho camino aproximadamente a cinco millas de la ciudad. Durante una visita que hice hace algunos días, unas cargas explotaron cerca y el shabbab, como suele ocurrir, se retiró repentinamente sumido en el pánico. Los combatientes tenían una buena razón. Ocho rebeldes fueron volados por los hombres de Gadafi en una presumida embestida, una o dos horas antes. Durante el suceso casi fui aplastado contra una baranda por una imprudente camioneta de carga que se desvió en el último instante. Se estaba volviendo obvio que el número de combatientes en el frente se estaba reduciendo, y su línea se movía hacia atrás. Los reporteros comenzaron a cuestionar al consejo de líderes revolucionarios en Bengasi por su incapacidad de reunir sus tan cacareadas “fuerzas especiales” (aparentemente, verdaderas tropas militares retiradas, bajo el comando de auténticos oficiales profesionales, en lugar del predominante shabbab, frenéticos e indisciplinados civiles que empuñaron las armas). El consejo afirmó que por días las fuerzas especiales han estado presentes en algún lugar del campo de batalla. Nosotros nunca los hemos visto y, de existir, han demostrado ser incapaces de detener la línea de derrotas que sufrieron los rebeldes de Bin Jawad a Ras Lanuf, de Brega a Ajdabiya y de vuelta a Bengasi. ¿Dónde están metidos? «No lo sabemos», era la respuesta puntual. Pero desde que comenzó esta semana y los rebeldes no avanzan a pesar de los bombardeos diarios de los aviones de guerra aliados, han reconocido la verdad: «No hay ejército».

Sin embargo, había movimiento mientras los rebeldes comenzaron a encontrar formas de entrar y salir de Ajdabiya por pequeños caminos del desierto. Volvieron indicando que las fuerzas de Gadafi mantenían su posición y se extendían a cada extremo de la ciudad, pero en una línea demasiado delgada para contenerla toda. Los rebeldes los acosaron, pero la columna de Gadafi era aún demasiado fuerte para ser vencida. Entonces, en la noche del viernes, se corrió la voz en Bengasi de que una de las puertas de la ciudad había caído, y que los hombres de Gadafi estaban siendo expulsados, de vuelta al pueblo petrolero de Brega, cincuenta millas al Oeste.

Y era cierto. El sábado en la mañana, algunos amigos y yo nos unimos al creciente convoy de carros dirigidos a través de las noventa millas de desierto a Ajdabiya, y la encontramos desierta de tropas, y también de la mayor parte de sus habitantes. Prácticamente cada casa o edificio a lo largo de las avenidas que recorren la ciudad se encontraba deshecha, y algunas tenían agujeros causados por tanques y misiles. La basura que deja la guerra estaba por todas partes: casquillos de bala, botellas de agua, cauchos incinerados y cascos de tanques y otros vehículos quemados. Ropa también, extrañamente ropa interior de hombre desperdigada por todos lados. (Se decía que los soldados libios a menudo se deshacían de sus uniformes por ropas de civiles durante los escapes).

En el hospital, en el centro de la ciudad, había un camión con restos humanos. Eran soldados de Gadafi, algunos de ellos asesinados por disparos y otros por incineración. Las extremidades ennegrecidas, sus huesos sobresaliendo de la carne y los uniformes verdes. Los hombres se reunían alrededor de ellos para observar, cubriéndose las narices debido al olor, y tomando fotos desde sus celulares, emitiendo comentarios despectivos.

En una rotonda en el centro del pueblo, había un tanque abandonado —uno de docenas alrededor de la ciudad— con jóvenes reunidos en torno, debatiéndose para posar ante aquél y tomar fotos. Pronto, más jóvenes aparecieron para disparar sus armas y bailar, mientras los fotógrafos seguían llegando para fotografiar. (Más tarde, el depósito del tanque se prendió en fuego, eventualmente explotó, y su estruendo se escuchó en toda la ciudad, enviando una columna de humo que podía ser vista a millas de distancia). En todas partes había hombres y chicos que hurgaban entre los restos, cargando misiles Grad en camionetas de carga y cajas de cohetes y municiones de mortero en otros vehículos. Un sujeto nos pasó en un tanque de superficie plana, conduciendo hacia Bengasi. No había policía, no había soldados a cargo o previniendo que se saqueara la artillería. Los muchachos disparaban ametralladoras y RPG hacia el cielo. Un amigo miraba cómo caía un proyectil en una pequeña choza cercana, demoliéndola.

Seguimos el irregular flujo de autos que se dirigía al suroeste hacia Brega, donde estuvimos por última vez hacía dos semanas, antes de que cayera. El camino se hallaba despejado, excepto por vehículos blindados calcinados, tanques y camionetas de carga, además de los grupos que recolectan residuos y algunos espectadores —adiciones surrealistas a un panorama que, de otro modo, estaría adornado por un desierto con dunas y montes de hierba. Seguimos hasta el desvío a Brega. Había combatientes reunidos en camionetas. Intercambiaban información y decidían qué hacer. El rumor —los rumores y palabras de boca en boca es el tipo de información que se transmite en esta guerra, porque los celulares no funcionan en el desierto más allá de Ajdabiya— era que el camino estaba despejado por otras veinte millas, hasta un pueblo llamado Bishr, camino de Ras Lanuf. Habiendo abandonado Ajdabiya, los hombres de Gadafi mantuvieron su paso disparando para cubrir la retirada.

El domingo quedó claro que los hombres de Gadafi no se habían detenido a pelear ni en Ras Lanuf, ni en el siguiente pueblo, Bin Jawad. Los rebeldes tomaron ambos, y ahora se hallaban tan lejos como habían llegado antes. La pregunta era si lo rebeldes se reagruparían o avanzarían todo el camino hasta Sirt, (la fortaleza de Gadafi, a menos de cien millas de distancia). Para los rebeldes, Sirt se entiende como la escena de la inevitable batalla decisiva, donde el poder de Gadafi debe quebrarse antes de que su control sobre Libia termine. Si cae Sirt, se dice, también lo hará Trípoli. Este es un enunciado de fe, pero no necesariamente un enunciado realista.

¿Podrán hacerlo? No sin muchos más ataques aéreos. Pero la idea los mantiene y, a pesar de su inexperta forma de abordar la guerra, los rebeldes parecen haber asimilado uno de sus requisitos esenciales: la victoria o la derrota en la guerra depende, no tanto del armamento o de  la destreza, sino del estado mental.

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Traducción: Diego Marcano Arciniegas

Jon Lee Anderson 

Comentarios (1)

agriabo
29 de marzo, 2011

EXTRAORDINARIO RELATO DEL SR JON LEE ANDERSON Y LA PRECISA TRADUCCIÓN DEL SR MARCANO ARCINIEGAS. MUESTRA DE MANERA FEHACIENTE LO DURA Y TERRIBLE QUE ES LA GUERRA, ES MUY TRISTE, OJALÁ LOS HUMANOS PUDIERAMOS ENTENDERNOS SIN LLEGAR A ESE EXTREMO DE DESTRUIRNOS. GADAFFI DEBERÍA RAZONAR Y RETIRARSE DE LIBIA Y PERMITIR QUE SERES MAS SENSATOS Y SIN INFULAS DE GRANDEZA, REORGANIZARAN ESE PAÍS. DIOS NOS PROTEJA…

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