- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Ay, Bob, por Lucas García

1.

Supe que tenías problemas en cuanto te vi en Jackie Brown. Hacías de Lois, un viejo malandro venido a menos. Te pasabas la mitad de la peli fumando, dormías en una casa prestada por Sam Jackson, hasta la hija de Peter Fonda te mangoneaba.

Pero seguías en lo tuyo, Bob, actuabas metido en el personaje. Eras Robert de Niro, Bob, the one and only, el tipo que había interpretado a Travis Brickle y fundido la pantalla en Taxi Driver, el único actor con los testículos suficientes para interpretar a Vito Corleone después de que lo inmortalizara Brando. Joder, Bob, eras el tipo que había evitado todos los lugares comunes y reventado los moldes del villano psicópata en el remake de Cape Fear de tu pana Scorsese.

Pero en Jackie Brown había algo malévolo, la ominosa presencia del declive, la inminencia del descenso. Ese personaje era un viejo quemado, un tipo que iba de salida. Cuando Samuel Jackson te da uno de los tiros más terribles en la historia del cine, recitó uno de los parlamentos de Tarantino más terribles de la historia del cine:

¿Qué te paso, viejo?, dijo el muy son of a bicht. Tu solías ser hermoso.

Tú solías ser hermoso, Bob.

2.

Hiciste por lo menos tres clásicos con Scorsese. Uno con Coppola, otro con Bertolucci.

Eras bueno hasta cuando hacías secundarios. Recuerdo los escalofríos cuando te comías aquel huevo duro frente a Mickey Rourke en Corazón de Ángel, prefigurando su destino maldito. O los tres segundos que hiciste en Brazil de Terry Gilliam robándote el show como el anarquista reparador que “odiaba el papeleo”.

Joder, Bob, hiciste Heat, con Al Pacino, a las órdenes de San Michael Mann, una de esas pelis perfectas, una épica de crimen con lo mejor de los clásicos y lo último de lo cutting edge. Eras un tipo cool cuando casi todos los demás estaban marcando la tarjeta y cabalgando al atardecer naranja del retiro.

Entonces ví Jackie Brown, Bob, y supe que lo nuestro enfilaba hacia derroteros sombríos.

Porque conozco a Quentin y sé que es un maestro con los casting. Y si pensó que tu eras el adecuado para ese papel era porque estaba viendo algo en ti que los demás no habíamos notado. Esos ojos de nerd de video tienda, de animal cinematográfico que ha estado devorando todo cuanto la humanidad ha puesto en celuloide los últimos cuarenta años, habían atisbado eso que La Sombra llama la oscuridad que se esconde en el corazón de los hombres.

Ay, Bob.

3.

Primero fue aquella comedia del gangster que acaba convirtiéndose en carne de diván. La dirigía Ramis y la coprotagonizabas con Cristal así que la dejé pasar porque me dije que a Bob se le pasa cualquier cosa. Además no estaba mal y te burlabas de ti mismo con la magnanimidad de un rey.

Pero luego apareciste en una versión de Rocky y Bulllwinkle, Bob, aquella pavosa comiquita gringa. Hacías de malo nazi y te burlabas de Taxi Driver recitando el famoso “Are you talking to me?” con acento alemán. Dijiste que lo hacías por los niños. ¿Por tu madre, Bob, qué niños? ¿En que berenjenal te estabas metiendo?

La segunda parte de lo de Ramis solo podía entenderse en términos puramente comerciales. Luego te volviste loco e hiciste aquellas aberraciones donde hacías de doctor infernal con niñitos satánicos y niñitas inocentes de cuyo nombre no quiero recordarme. Ni hablar de aquel desastre donde volviste a trabajar con Pacino y calcinaron las retinas de los pobres miserables que todavía teníamos esperanzas.

Y llegamos al llegadero, Bob. Ben Stiller te succionó a su agujero negro y allí si es verdad que se me vino el alma a los pies. Atrás quedaron los buenos viejos tiempos. Mis memorias felices empezaron a desaparecer. La saga de los Focker (jamás un nombre encapsuló tan bien mis sentimientos) se convirtió en el Caracazo de nuestra historia común.

Puedo pasar una peli, Bob, ¿pero tres? ¿Tres, Bob?

¿Es por el dinero? ¿Tus ex esposas, los restaurantes en Tribeca, te tienen contra las cuerdas? Dime cuanto es, Bob, y te prometo que buscamos otra solución.

Te confieso que cuando vi los carteles de la tercera Focker me dije que tal vez los mayas andaban en algo y esto se estaba acabando. Dustin también estaba allí y da vaina me quedé ciego. Que Barbra Streisand completara la trifecta fue como el clavo final para el ataúd.

Te veo participando en los gags con senos de plástico para amamantar y es como si te me transformaras en Leslie Nielsen e hicieras cualquiera de esas comedias del montón que pasan por el cable. El estómago no me da para eso, Bob.

Tengo un destello de recuerdo y te veo en aquel baño mugriento, hace treinta años atrás, mientras me miras de soslayo y preguntas como un demente: are you talking to me?

No, Bob, ya no estoy hablándote.

Tú ya no estas allí.