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Manifiesto Comunista: de cumpleaños, por Ibsen Martínez

1.-

Los amigos que administran el blog de la revista “Letras Libres”, que dirige Enrique Krauze, fueron quienes me pusieron sobreaviso: el pasado lunes 21, el Manifiesto Comunista cumplió163 años de haber estallado y cubierto, a partes iguales, de desazón y entusiasmo la consciencia occidental.

Originalmente le fue encomendada su redacción a Friedrich Engels quien, como era usual en él, hizo un buen trabajo, sólo que demasiado apegado a la solicitud cursada por la entonces muy temida Liga de los Comunistas. Querían un texto para obreros casi iletrados: algo didáctico y sencillo.

Corría el año 1847 y Europa se aprestaba para una revolución que, al cabo, nunca fue. A fines de aquel año, Marx y Engels, que estrenaban una amistad que habria de durar todas sus vidas, se reunieron en Ostende para discutir planes, de cara a un inminente congreso de la Liga de los Comunistas. Fue Engels quien propuso a Marx la idea de una Glaubenshekenst – palabreja alemana que significa algo así como “profesión de fe”– que Marx juzgó cosa secundaria y no del todo urgente. En consecuencia, Engels redactó la primera versión en forma de catecismo.

Tenía venticinco preguntas con sus respectivas respuestas: una prefiguración dogmática. La primera pregunta era, naturalmente , “¿Qué es el comunismo?” Respuesta: “El comunismo es la doctrina de las condiciones para la liberación del proletariado”.

Marx halló tan “pavoso” el documento que, gruñosamente, se decidió a escribirlo él mismo y, como suele decirse, “el resto es historia”.

Remito al gran Isaiah Berlin, insospechable de izquierdismo, y a su jucio sobre el histórico documento: “ Si el haber convertido en verdades trilladas lo que antes habían sido paradojas es un signo de genio, Marx estaba ricamente dotado de él”.

El Manifiesto, señala Saul Padover, uno de los más consumados biógrafos de Marx, añadió un elemento nuevo y, sin duda, funesto, al movimiento revolucionario : la conjunción de la idea de conflicto irreconciliable y el odio de clases. Hasta aquel momento,los socialistas tendían a ser humanistas y utópicos. Con el Manifiesto, Marx también declaraba la guerra a todas las formas moderadas y gradualistas de socialismo. “Con el Manifiesto– afirma Padover– Marx dotó a los comunistas de una argumentación contra el mundo civilizado”.

Creo que es buena la ocasión para recomendar, una vez más, la lectura del libro de Isaiah Berlin sobre Karl Marx. No le hará daño al lector, sobre todo si es de ideas liberales y democráticas

Y ahora, un cuento que protagonizan mi viejo y Karl Marx.

2.-

Vivíamos en los llanos orientales venezolanos, en un campamento petrolero, anexo a una refinería de parafina que todavía está allí. Muy cerca corría un oleoducto. Corrían también los años sesenta del siglo pasado.

Mi viejo era empleado administrativo del campamento y, en general, tenía mala opinión de los gringos. También de los comunistas que, por entonces, intentaban repetir en Venezuela, sin éxito alguno, igual que en muchos otros de nuestros países, la aventura guerrillera de la Sierra Maestra.

Muchos jóvenes universitarios de todo el país se unían las células armadas con más estruendo que victorias militares. Menudeaban actos violentos, llamados “ de propaganda armada”.

De los comunistas venezolanos pensaba mi viejo que no llegarían a nada por culpa del espíritu nacional: la improvisación, la mamadera de gallo, etc.. Comparados con el Viet Cong – al que sí respetaba– , los comunistas criollos eran para él unos vociferantes chambones. De los gringos repetía algo que atribuía, con razón o sin ella, a Ortega y Gassett: “Sólo son bárbaros con técnica”.

Mi viejo tenía la única biblioteca del campamento. A la hora del amuerzo, papá solía apartarse de todos y, ostensiblemente, masticaba su sánduche leyendo algún libro de Bertrand Russell,a quien admiraba sin reservas.

En una ocasión, al suscitarse una conversación con unos gringos sobre la guerra de Vietnam, o las guerrillas locales estimuladas por Cuba ; en fin, sobre la “amenaza roja”, le dio por escandalizar a los bonachones geólogos venidos de Oklahoma soltando el russelliano “better red than dead”.

Una madrugada ocurrio una tragedia. Unos chicos de la Universidad de Oriente quisieron hacer volar con dinamita una sección del oleoducto en funcionamiento. Lo hicieron con tal desmaña que sólo consiguieron morir abrasados por una infernal ola de crudo inflamado, una bocanada de gas incandescente. El suceso consternó a todos en el campamento.

Muy preocupado, el viejo Hatch, jefe del campo, vino una noche a hablar con papá. Lo encontró leyendo en el porche.

— Oiga, mister Martínez – le preguntó sin rodeos–,¿tendrá usted entre sus libros el “Manifiesto Comunista”?

—Seguro, creo que tengo un ejemplar. Si quiere se lo presto.

— No; no es necesario. ¿Lo ha leído usted?

— Alguna vez. Pero hace muchos años.

— Entonces tal vez pueda responder a una pregunta.

— A ver.

— Según ese manifiesto, ¿qué viene después de la voladura de oleductos?

Papá meditó su respuesta. Al cabo, le dijo:

— En algunos países les da por freir gringos. Pero no se preocupe; estos de aquí son unos amateurs. Hablaré con los muchachos; déjelo en mis manos.

— Se lo gradezco mucho.

— No hay de qué; ni lo mencione.