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Política para culturosos, por Alonso Moleiro

Alonso Moleiro: "Sin políticos y sin partidos no hay racionalidad social posible."

Por Alonso Moleiro | 19 de febrero, 2011

I

Ha sido la política, desde que comencé a hacer periodismo, – y antes, y después- la fuente que la mayoría de los licenciados en edad de merecer deseaba evitar. No siempre un egresado universitario que busca trabajo está en condiciones de tomar decisiones sobre aquello que no quiere hacer, pero lo cierto es que, entre mis compañeros de generación, el hecho público nacional siempre fue visto como un aburrido reducto de pugnas y zancadillas, en el cual se cuecen toda suerte de chismes intrascendentes, y donde, proclamando las consignas más elevadas, se urdían las más sórdidas conspiraciones y actos de corrupción más deleznables.

No era aquel un rechazo siempre expreso, pero era obvio que para aquella generación, mi generación, que asistía al comienzo del ocaso de su primer ensayo democrático, y que galvanizó su conciencia universal en la eclectitud de la posmodernidad, la sola palabra política era un estigma. Una sospecha, salvo prueba en contrario, de interés con fines inconfesables.

Tales apreciaciones, por supuesto, se extendían hacia los políticos: personajes opacos y sin formación, promotores de discursos aprendidos de memoria, a los cuales nada se les podía creer, responsables únicos, con sus triquiñuelas y maniobras, de los males de la ciudadanía. Sujetos, además, chapuceros e incultos, capaces de cambiar de discurso como se cambia de sombrero, irremediables perseguidores de votos y prebendas.

Puede que antes de 1990 las cosas fueran distintas, pero lo cierto es que, con sus excepciones, los profesionales recién egresados que ingresaban a los periódicos procuraban desempeñarse en cualquier otra área del universo informativo que estuviera disponible. Había, a estos efectos, muchas opciones. Farándula y cultura de masas; economía, negocios y estrategia; deportes; sociedad e información genérica. Con todas era posible perfumarse de buen gusto social y credibilidad profesional. Todo, menos “la ladilla” de enrolarse en la cobertura de la doméstica política local. En mi entorno cercano, el desplazamiento discurría hacia la cultura como un desiderátum natural.

II

De forma ambigua, algo acomplejado por las circunstancias, participé en el asco a la política como un sarampión generacional. La política era una pava; no había pecado más condenable que pretender “politizar” un tema. Politizar un tema era conspirar contra su estética, adulterarlo, colocarle a sus cuadrantes imperativos indeseables.

De eso se ocupaba la gente fastidiosa y con sospechosas intenciones ulteriores. El campo político era estéril, sin ningún brillo “pop”, perfecto para personas sin swing y sin estilo.

Los debates universitarios, los ciclos de cine, los encuentros estudiantiles, los conciertos musicales. Lo “cool” era desplazarse alternativo, desentendido, escéptico, vinculado a los mass media, yendo al cine, intercalando fiestas, citando poesía. No hubo en aquellos años cascarones vacíos de acabado más completo que los centros de estudiantes: los reductos de la política icónicos en la educación superior, alguna vez, como se sabe, hervidero del compromiso militante y las ideas en ebullición.

En mi caso, tal pretensión se extendió durante los primeros años de vida laboral: Letra G, el dominical de El Globo; Radio Capital, y Letras, el periódico universitario. Todavía hacia 1997 abrigaba la esperanza de poder hacer periodismo sin tener que toparme con el dilema de enfrentarme a la política como fuente.

III

La situación descrita por supuesto que no fue obra de la casualidad, ni es un artificio producto de un esnobismo generacional. Desde los años setenta se fue produciendo en occidente, conforme se apagaba el utopismo de la década anterior, un lento desplazamiento en torno a los intereses de las élites y una nueva metabolización de los valores de la vanguardia. Una modificación en la percepción de los objetivos del poder y un progresiva decadencia de las ideas y los partidos con visiones totalizantes de la sociedad.

Fue este un proceso que conoció una brusca precipitación con la caída del Muro de Berlín y el fin del comunismo. La llegada de la posmodernidad se encadenó con la expansión de las comunicaciones y la digitalización de las sociedades. La palabra política perdió significado y peso especifico. Nacían nuevos oficios; la información, como la comunicación, no ha hecho sino expandirse, la comprensión de la realidad adquirió otras herramientas. Hay nuevas maneras de influir en el tejido social, de potenciar talentos y de hacer realidades las aspiraciones personales. Piénsese por un momento que carreras universitarias como Trabajo Social, Sociología, Diseño Gráfico, Telecomunicaciones, Administración Empresarial o Comunicación Social, por sólo nombrar algunas, eran muy escasas, cuando no inexistentes, aún bien entrado el siglo XX.

La contemporaneidad redimensionó por completo, como nunca antes, la relación de los hombres con el entorno. En un momento como éste, Yoani Sánchez, sin ser exactamente un político profesional, desde un blog que la hecho universal y una cuenta personal por Twitter, hace tanto, o más, por su causa, que cualquier formación partidista cubana del exilio.

Ahí está Facebook, y está Twitter: este ámbito virtual revolucionario, subversivo y con propiedades efervescentes, en el cual se polemiza y se conversa, y donde una idea libertaria puede mutar en entornos fértiles para hacer realidad milagros como el de Egipto.

Se fortalecieron los grupos de presión: espacios para desarrollar el compromiso colectivo y la responsabilidad ciudadana sin perder la autonomía y la libertad de conciencia: el “single issue”, del que hablaba Anthony Giddens, hace posible que cualquier persona desarrolle sus inquietudes cívicas y se organice para hacer posible sus aspiraciones en torno a temas específicos, sin tener que ocupar cargos públicos y sin ejercer el poder. Organizaciones como GreenPeace, Amnistía Internacional, Sos Racismo, o, en Venezuela, Cofavic y Provea.

Se potenciaron nuevos espacios para asumir posiciones en el entorno con un motor de navegación propio. El célebre “fin de los grandes discursos” que trajo la ultima parte del siglo XX, vigente aún en el mundo en el mundo de hoy, abolió por completo la figura del compromiso. La “ética indolora de los nuevos tiempos democráticos”, invocada por Gilles Lipovetsky: el ciudadano relativamente desentendido, comprometido apenas en un listado de criterios mínimos, centrado ante todo en sí mismo, que rige en los tiempos de hoy.

En la vida moderna, las corporaciones y su espíritu organizacional, sobre todo en los años noventa, colonizaron las maneras de organizarse en sociedad, le disputaron a la esfera pública su influencia en la ciudadanía y modificaron viejos paradigmas: ya no hay direcciones nacionales ni secretariados, sino “misión, visión y valores”.

Dejó de ser necesario, como lo fue alguna vez, estudiar derecho e inscribirse en un partido para lograr pertinencia social o apalancar aspiraciones personales.

IV

El asco a la política como concepto y como oficio encuentra en el terreno de la cultura un interesante y paradójico matiz. Ha sido este un comportamiento verificable, en mi caso, en el tipo de reporteros que ingresaban a la fuente, casi todos renuentes a su comprensión y con un respingo de desdén ante el tema, pero claro que la desavenencia tiene raíces extensas, larguísima tradición y expresiones muy concretas.

Porque lo cierto es que se expresa en sus periodistas, los periodistas de cultura, pero ellos, como sucede con todos, lo único que hacen es ser espejos refractarios del espacio noticioso que éste comprende. El síndrome no es absoluto, por supuesto: existen notables excepciones, profesionales que tienen un registro de desplazamiento considerablemente más amplio. Pero no deja de ser eso: excepciones que confirman la regla.

El mundo cultural – y el científico, y el artístico, y el deportivo, pero sobre todo el cultural- suele apalancar buena parte de sus necesidades trabando con el universo político -pero sobre todo con el poder político- una relación que, aunque necesitada, ha estado terriblemente problematizada en virtud de la tutela que éste criterio ha ejercido sobre el desarrollo de aquel en los autoritarismos y dictaduras. Incluso de el subsidio condicionado que se ofrecen en algunas democracias.

Pintores, escultores, curadores, directores teatrales y actores, poetas, bailarines, decoradores, cineastas y críticos de cine. Todos se excusan con una coartada frecuente, pretendidamente inocente: “yo no soy político”.

Jamás ha dejado de ser una constante dejar sentado un deseo, tácito o expreso, de lejanía: que no les contaminen el trance, que no les “politicen” el contexto, que no estorben sus procesos creativos cambiándoles el tema, que no enanicen sus encuentros con la creación y el devenir humano con la palabra política: con sus vericuetos, sus problemas, sus indeseables consecuencias al remolque. Esas diatribas despeinadas y ausentes de modales, todas portadoras de dilemas sin solución, de cargas indeseables que vienen a traer terceros: el anticlimax de un individuo que está buscando un legítimo encuentro con las musas. “No politicen la cultura!” han afirmado en el pasado gestores del ramo que no saben nada ni de una cosa ni de la otra.

El acto creativo, se argumentará, precisa del albedrío individual. Es una fuga, una decisión legitima: evadirse para encontrar en el encuentro con el arte la liberación personal que potencia la magia de la creación. Desprenderse. Habitar, por cuenta propia, terrenos fértiles en universos paralelos. Eso que se le atribuye a T.S Elliot refiriéndose a sí mismo: “soy parte de esa humanidad que no soporta demasiada realidad”.

V

Lo cierto es que, a pesar de los desdenes vaporosos y las posturas de moda, no hay plataforma de acceso más fiable al universo de la cultura que un criterio depurado sobre el significado de la política. Si entendemos por cultura la apropiación del hombre sobre los elementos de la naturaleza; la prolongación de sus anhelos y la interpretación del entorno a partir de sus propias necesidades.

La renuencia al servicio militar, la ecología hecha una causa, las posturas de vegetarianos y veganos, fenómenos como el nacionalismo y la xenofobia, el visado forzado a los países del tercer mundo, el costo de la seguridad social, el fenómeno retro, las ligas en defensa de los derechos humanos, el integrismo musulmán, todo el debate de la globalización, la sobrepoblación de ciudades, el precio de la comida.

Eso es cultura, y es política, de acuerdo a como la entiende Savater: el hombre interactuando con sus semejantes, procurando hacer realidad sus aspiraciones, creándose problemas para vivir mejor, cuestionando y reinventando las instituciones que ha diseñado para perpetuar sus ideas.

La cultura y la política encuentra un nudo inextrincable en una palabra clave: el contexto, un filamento que está incrustado en ambas nociones. Cualquier ciudadano que salga de su casa y rompa su fuero domestico entra en contacto con la idea de civismo: el criterio donde se encuentran, se funden y se hacen fuertes la política y la cultura.

Un ejercicio cultural tan rutinario y doméstico como viajar, por ejemplo, tiene, hasta para el más desprevenido de los turistas desinteresados en la política, un tropel de información sobre el entorno. Casi todos sus contenidos, aunque él no lo sepa, serán políticos: qué idioma se habla en el país visitado; cuales son sus ciudades; quién su presidente; cuál su religión y cuáles sus problemas y cuáles sus costumbres.

La ecuación se puede replicar a todas las actividades del devenir humano: pintura, arquitectura y bellas artes; literatura; gastronomía y moda; música popular e incluso académica. Los artistas están facultados a secuestrarse, si lo desean, en torno a su universo personal y sus prioridades individuales; la vida de los partidos políticos, sus pugnas y zancadillas puede que no nos interese del todo, pero lo cierto es que, con una enorme frecuencia, es el problemático entorno, sus nudos y sus acuciantes interrogantes, los dilemas del hombre organizado en sociedad, el que envía el combustible necesario para darle vida a las corrientes artísticas.

Ese es el vector que ha inspirado a las reflexiones sobre la soledad en los nodos urbanos en La Nausea y El Lobo Estepario; a la obra de Orwell; a lienzos como Guernica; a la Generación del 98; al Himno a Alegría de Beethoven; a los mejores largometrajes del nuevo cine alemán.

VI

La palabra política y su significado lato ha perdido un notable peso específico en la vida de todos, pero buena parte de sus valores intrínsecos y de sus contenidos se han expandido como una granada fragmentaria dentro del tejido social gracias a la masificación de las comunicaciones de masas del mundo de hoy. Sus esquirlas han inundado la cotidianidad de todos, y le confieren, como nunca, un valor añadido al mundo de la cultura y las ideas.

Ha llegado la hora de que ajustemos el foco: a la palabra política le debemos el mismo respeto que a la palabra cultura. Sin ella no será posible el reinado y el progreso de los seres humanos sobre la tierra.

La aplastante mayoría de las aprehensiones a la palabra política tienen lugar cuando le atribuimos a la política los excesos y extravíos del poder político. Son concepciones asociadas, que pisan un terreno que le es afín, pero claro que no es lo mismo. La política esencial siempre tendrá un vínculo con el poder, pero la política es una propiedad disuelta en las calles.

El ejercicio del poder, la conformación de gobiernos, la creación de partidos, la política hecha una técnica, tal como la concibió Maquiavelo: ese es punto en el cual las reflexiones deslumbrantes de la teoría y los sueños más hermosos le ceden el escenario a las maniobras y las zancadillas. La política como una palanca para ejercer el dominio sobre los hombres. Tiene el asunto, ciertamente, un costado grotesco. Constituye una especie de fatalidad a la que habrá que atenerse mientras queramos organizarnos en sociedades y el ser humano continúe evidenciando sus imperfecciones. Habrá que tomar prestada aquella frase de Borges: “me molesta que haya gobiernos, aunque en éstos días parece necesario”

La sordideces de los gobiernos y sus cargos, la vanidad ante el disfrute sensual del poder, la codicia y la corrupción, no son, por lo demás, privativas exclusivas de los gobiernos o falencias atribuibles sólo a la función pública: son fácilmente apreciables en todos los ámbitos de la vida, incluyendo los ámbitos privados, esos que cierta propaganda sibilina nos vende como eternamente responsables y sacrosantos. Los gobiernos suelen ser electos y tienen que rendir cuentas sobre lo que hacen: en las empresas la democracia no existe Manda el dueño; sus intereses son muy específicos, su capacidad para presionar muy amplia y su vocación autocrítica muy discutible.

Las taras descritas incluyen también el ámbito cultural y el doméstico. Trapisondas, maniobras, adulancias y dobleces; intereses particulares convertidos en imposición. En pos de un cargo, en pos de un sueldo, en pos de un papel. En pos de un enemigo. Los males universales de la humanidad.

Sin políticos y sin partidos no hay racionalidad social posible. Sin política, la cultura, sus exquisiteces y sus melindres comenzarían a resquebrajarse. Un mundo sin política es un mundo sin aspiraciones, y un mundo sin aspiraciones es un mundo sin conflictos. Las sociedades sin conflictos viven en dictaduras.

Alonso Moleiro 

Comentarios (10)

Moises P. Ramirez
19 de febrero, 2011

Alonso, La intención reflexiva de tu artículo es incuestionable. Sin embargo, algo (no sé si será alguna forma de desviación profesional) te mantiene dentro del dominio de ‘lo políticamente correcto.’

Al lanzarle al mundo empresarial una muy poca argumentada acusación como esta: “…en las empresas la democracia no existe, manda el dueño; sus intereses son muy específicos, su capacidad para presionar muy amplia y su vocación autocrítica muy discutible.” buscabas compensar los ataques a la política con un ataque, al final de tu artículo, al sector privado. De este modo, ‘balanceabas’ tu crítica y te podías ir tranquilo a descansar…

Pero toda empresa en una economía de mercado, exceptuando a monopolios y monopsonios insuficientemente regulados, tiene que acudir diariamente a unas elecciones. Las elecciones que hacen los consumidores en supermercados, en centros comerciales, en las calles. Cuando hay libertad para elegir, hay democracia, en ese caso… democracia económica. Ya sé que te referías a la organización interna de las empresas pero, si es por eso, debes incluir a otras organizaciones no menos importantes como son las universidades, las iglesias, la FIFA, la MLB, la Cultura, etc.

El tema fundamental en política es la Libertad, con toda la complejidad que implica ponerse de acuerdo entre individuos libres. De resto, son temas administrativos o rutinarios de gobierno. De hecho, al eliminar o reducir la Libertad, se elimina o reduce el ejercicio de la política. El conflicto puede o no aparecer y sigue siendo la Libertad lo que nos sumerge en la política.

Thamara Jiménez
19 de febrero, 2011

Interesante artículo, con la mirada en aquello tan obvio, que usualmente se deja pasar. Un tema local con sustento global. Pero, que es obligado, debemos ver hacia adentro. Los cortes y momentos históricos del quehacer profesional propio; lo que no sale en los libros, la reflexión individual que retrata lo social. Un escrito inteligente genera un diálogo de altura, como el primer comentario que recibió.

Alfredo Ascanio
19 de febrero, 2011

Siempre es necesario un gobierno que oriente a la comunidad que la dirija y la haga avanzar, y todo el que gobierna hace política, incluso dentro de una empresa privada. Lo político está dado por cualquier fenómeno de poder. Hay política cuando los estudiantes hacen una huelga de hambre para conseguir poder decisorio en sus deseos por la libertad de los presos políticos. Ese sería el concepto amplio de la politica. Una concepción más restringida, como la que nos señala Max Weber y Rober Dahl, es que la política es la ciencia del gobierno de los Estados, pero restringido al Estado es secundario, lo que pasa es que en ese contexto es donde el poder se hace más concreto. Pero toda política necesita el consenso si no se quiere que aparezcan los conflictos. La política tiene mil rostros porque es multidimensional e interdisciplinaria, y tiene que ver tanto con los hechos como con los valores. Los liberales piensan que la liberad debe privar sobre el orden. Los conservadores creen que el orden debe estar por encima de la liberad. Los socialistas defienden la intervención del Estado. Los comunistas piensan que la estatización no puede conocer límites. Pero en política no existe la verdad absoluta. El gobernante que se cree dueño de la verdad se encamina a una situación totalitaria.

García Madero
19 de febrero, 2011

Moleiro muestra como síntoma de la “antipolítica” el hecho de que los jóvenes periodistas prefirieran fuentes distintas a la política. Puede ser. Pero no dudo que haya razones económicas también en esa decisión. Creo que es más fácil mejorar tus ingresos como periodistas cubriendo fuentes distintas a la política. Es solo otra hipótesis.

Lo que si me preocupa, y me gustaría la opinión de Moleiro, es la frivolización del periodismo en Venezuela. Y quizá, complementario a esto, la baja calidad típica del periodista venezolano. Escucho radio, veo televisión, y noto con alarma periodistas que hablan sin una solida formación. Leo entrevistas mal preparadas y análisis de una evidente superficialidad. ¿Qué está pasando con el periodismo venezolano? ¿Hay autocrítica? O cómo diría Cabrujas, la mala calidad del periodismo venezolano es parte de la sociedad del disimulo. No me pongan como ejemplo que hay dos o tres estrellas del periodismo venezolano con categoría internacional. Hablo de la cotidianidad periodística en Venezuela. Tengo más preguntas que respuestas. Espero la opinión de Alonso y la de los contertulios que leo en esta sección de comentarios.

Inocente
20 de febrero, 2011

Magistral

armando
22 de febrero, 2011

Excelente. Me parece que es el Poder(decantación ineludible de la Política) ese que bien describes tanto el del ámbito público de Estado, como en el privado, el que pervierte al hombre. Que se sabe dueño de destinos y sueldos y por consiguiente, lo hace poderoso y dominador. Y eso jamás va a cambiar, porque es inherente a nuestra naturaleza. Hay quienes nacen para cargar y otros, para ser cargados.

Dana
22 de febrero, 2011

Creo que en nuestro pais todavia no ha variado la percepcion que de los politicos tenemos (con escasas excepciones), politico y mediocre la misma cosa. Con respecto a la vanidad, disfrute del poder, codicia, etc son propias del ser humano asì que todos las tenemos en mayor o menor grado, solo que los politicos estan en una vitrina donde es mas facil descubrirles sus miserias. Ahora le pregunto de verdad cree usted que en general nuestros gobiernos rinden cuentas? Yo no, y las “interpelaciones” a los ministros en estos dìas han sido pura retorica, en realidad ellos piensan que no tienen que rendirnos cuentas, y por ultimo, con respecto a la democracia en las empresas, tengo el poder de decidir si me quedo o me voy, se trata de libertad de elegir, no entiendo la comparacion, buscar acusar a la empresa porque no es democratica. Si no me gusta la empresa donde trabajo pues busco otro empresario con el que mis valores se vean correspondidos, cree que con este gobierno tenemos la posibilidad de elegir sin miedo, sin atropellos, sin trampas? mas educacion, mas educacion, mejores salarios, formacion etica ciudadada es lo que nos falta. Y si, aun teniendo en baja estima a uinos cuantos personajes de la dirigencia politica del pais estoy de acuerdo en que necesitamos partidos y por supuesto politicos decentes

DianaP
24 de febrero, 2011

Estoy de acuerdo con su argumento de la vinculación entre cultura y política. Sin embargo, discrepo con la idea de los periodistas. Si una fuente es despreciada y humillada es justamente esa, la de cultura. Creo que en la mayoría de los casos los periodistas venezolanos buscan el estrellato y ser los protagonistas de la noticia, y solo fuentes como política o economía ofrecen esa oportunidad. Quienes escriben sobre esas áreas son considerados mejores y miran con cierto desdén a sus compañeros de redacción que no desarrollan tan excelsa labor. No creo que exista en el periodismo venezolano una inclinación o amor por intentar descubrir y rescatar las voces de los artistas, ni las costumbres o tradiciones de la denominada cultura popular.

Cedhot Arias
15 de mayo, 2011

No creo haber leído alguna vez un artículo que tratará este tema en el país, aún cuando es cosa cotidiana, por lo menos desde “el sector cultural” tan dado a sentir “asco” por la política, a la que tristemente debe recurrir regularmente para “financiar” su acción. Para el gestor cultural moderno este es un tema espinoso también. Hoy más que nunca antes en Venezuela, todo apoyo gubernamental exige un “compromiso” con la causa partidista que realmente hace intolerable la acción cultural y artística con plena libertad. Allí me sumo a la opinión de Moisés sobre la política, y le agrego que esencialmente el tema de política y cultura, está relacionado con el respeto pleno del poder a la libertad de la experiencia creadora. UNA COSA ES QUE ME FINANCIES EL PROYECTO Y OTRA QUE ME PIDAS EL ALMA DEL PROYECTO CON UN FIN EXCLUYENTE. Si la gestión política quiere hacer “marketing” con su gestión cultural bien… pero la libertad del creador para mostrar “su obra” no debe discutirse. Me gusta el tema Alonso, quiero pensar que es el portal a un debate que nuestra sociedad tiene pendiente.

Diana Medina
17 de diciembre, 2011

Alonso, brillante! Hay que trabajar en reivindicar el hecho político y nuestra condición de seres políticos, si no las salidas se ven estrechas!

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