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Fractura, por Lucas García

Hace tres sábados tengo un accidente en la Valle-Coche.

Me paso de un carril sin pavimentar a uno pavimentado y el carro derrapa. Por fortuna no choco con nadie y nadie me choca a mí pero giro 180 grados y doy contra la isla.

Mi brazo izquierdo parece pintado por Picasso. La mano gira hacia donde no es y un bulto me sale por la muñeca. Todavía no lo sé pero tengo fractura de cúbito y radio con desplazamiento.

Yo, que en mi vida me he roto algo, ahora voy y me rompo dos huesos a la vez.

No hay ambulancias para trasladarme a una clínica. El policía que me atiende no se puede salir de su circuito. Los muchachos Defensa Civil me entablillan el antebrazo con gasas y un cartón, y negocio con el agente para que me deje en Plaza Venezuela. De allí cojo un taxi para la policlínica Las Mercedes.

Ahora tengo un tutor y unos alambres, muevo el brazo como C-3PO de la Guerra de las Galaxias. ¿Mi consejo sobre accidentarte en Caracas? No te accidentes en Caracas, broder.

No puedo hablar mucho al respecto porque al haber lesionados se arma un expediente con un papeleo kafkiano. Pero por ejemplo estoy con un policía prestando declaración y me dice:

La verdad que pudieron ahorrarle esto, hermano, ahora si es verdad que va a pasarse un rato para recuperar el vehículo.

Ajá.

Digo, si por lo menos a usted lo hubiese chocado alguien…

Sip.

Usted era el que manejaba y el agraviado… ¿A quién va demandar? Bueno, podría demandar al Estado por lo de la vía sin pavimentar.

Nos vemos durante un segundo y empezamos a reír como los únicos locos en el manicomio que han entendido el chiste.

El cuento viene a colación porque yo quería empezar el año en Prodavinci en una nota positiva y tal. De verdad que sí.

Pero ¿qué te puedo decir?

Si sufres una lesión debes presentar un informe de medicina forense para el caso en la fiscalía. Ese informe te lo levantan en la morgue de Caracas, en Bello Monte.

Y no es que te hagan esperar o te traten mal, simplemente es que tienes que tirarte un par de horas en la morgue de Caracas, en Bello Monte.

Atraviesas los alrededores del edificio observando a los familiares de víctimas, aplastados por las pérdidas irreparables, por la arbitrariedad de la muerte.

La sala de espera huele a frigorífico, pero sabes que no guardan solomos de cuerito detrás de las puertas. Estás sentado con una quincena de personas que por distintas rezones vienen a levantar un informe como el tuyo. La enfermera nos lee a todos el mismo cuestionario. Una especie de lista del común denominador de la miseria humana:

Nombre, edad, sexo, estado civil y número de cédula.

Qué pasó, dónde pasó y cuando pasó.

¿La persona o personas que te lo hizo o hicieron era conocida o desconocida?

¿Estabas ebrio o en drogas cuando pasó?

¿Es la primera vez?

Cuarenta minutos escuchando de intentos de violación, de violencia doméstica, de ataques personales. Cuarenta minutos de padres que les pegan a su esposa e hijo, de novios que les pegan a las novias, de vecinos que les pegan a sus vecinos, de victimas de atropello cuyos victimarios se dan a la fuga, de buenos amigos de toda la vida que forzaron sexualmente a niñas de trece años.

Y eso, yo quería escribir algo happy para comenzar el año en Prodavinci.

A estas alturas todavía no he recuperado el carro y cada vez que pregunto a cuanto me sale el día en el bendito estacionamiento de mis tormentos los funcionarios públicos dicen que no saben.

Una muchacha en Tránsito entorna los ojos como si fuera a lanzarse en benji jumping y dice:

Debe ser caro, señor García, porque a la gente cuando le sacan la cuenta se ponen de un bravo.

Uf.

Me dicen que hay que verle el lado bueno. Que detrás de toda desgracia hay una bendición oculta. Que estas vicisitudes nos hacen crecer.

Bueno, yo voy a convertirme en Iván Olivares, si la cosa sigue así pero me aboco al Zen.

Un domingo prendo la televisión y cometo el error de ver las noticias locales. Tres galpones de CAVIM volando por los aires y pintando de amarillo la madrugada en Maracay.

Qué desgracia, Dios Santo, balbuceo.

Pero mi hijo, que es un pequeño Buda, mira ese poco de explosiones, las flores de fuego, los cometas ígneos y exclama:

¡Mira los fuegos artificiales, papá!