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Humillación: revolución

Un acto heroico de indignación de un solo joven puede abrirle los ojos a toda la juventud. Cuando se escriba la historia de la revolución en los países árabes, en el año 11 de este siglo 21, el nombre de un muchacho suicida de 26 años, vendedor ambulante por falta de empleo, será mencionado como un catalizador de lo ocurrido en Túnez, y después en Egipto, y luego en no sabemos dónde más.

Se llamaba Mohamed Bouazizi y vendía frutas por la calle. La policía le exigía sobornos para dejarlo vender. Un día él se negó a pagar y la policía le confiscó la fruta, por no tener permiso de vendedor ambulante, y además una funcionaria lo humilló y abofeteó en público. El muchacho intentó denunciar el abuso policial, pero a un donnadie no se le presta atención. Entonces se fue al frente del municipio, se bañó con un galón de gasolina y se prendió fuego, a lo bonzo. El acto simbólico de inmolarse ante una humillación insoportable prendió el fuego de todo un país. “La llama que incendió Túnez”, le dicen hoy a Bouazizi.

No siempre estos actos simbólicos desesperados tienen éxito. Una de las nietas de Bertrand Russell, Katherine Russell, hizo exactamente lo mismo que Mohamed Bouazizi, para protestar contra la guerra de Vietnam, y se prendió fuego frente a una iglesia en el sur de Inglaterra, en 1975. Nadie le puso atención y la tildaron de loca. Quizá era un acto desequilibrado, pero era también un acto de indignación. En cambio el acto de Bouazizi fue la chispa (como ha dicho Nicolás Rodríguez) que prendió a Túnez, y hoy los jóvenes egipcios gritan: ¡Gracias, Túnez!

Thomas Friedman, escribiendo desde El Cairo para el NY Times, señalaba este viernes: “La humillación es la más fuerte de las emociones humanas; y sobreponerse a ella es la segunda emoción humana más fuerte”. Eso es lo que está pasando ahora en Egipto: millones de personas, aun a riesgo de que las maten, se están sobreponiendo a la humillación de un régimen despótico. Como se sobrepuso Mohamed Bouazizi. Si nos despojan de toda dignidad, si oprimen nuestra libertad hasta límites intolerables, ya no importa morir con tal de no seguir siendo humillados.

Antes de dejar el poder este viernes, por las presiones de la masa, Mubarak sostenía que los revoltosos estaban siendo azuzados por extranjeros. Intentaba tocar la cuerda nacionalista; como se sabe, el nacionalismo es el último recurso de los tiranos. Lo interesante de lo que ocurre en los países árabes es que la revuelta juvenil nace espontánea, imprevista, y cogió desprevenido al mundo entero. Los jóvenes luchan por disfrutar las libertades y oportunidades que han visto en otros sitios, pero que ellos no tienen. Estados Unidos, Europa, Israel, han sostenido siempre que los países islámicos no están preparados para la democracia y que lo mejor para ellos son estos regímenes corruptos, autoritarios, que al menos aseguran el orden y la estabilidad. Los jóvenes no piensan lo mismo y luchan por lo más elemental: democracia y derechos humanos.

Lo más interesante es el contagio que se vive, de país a país. Las tiranías del mundo están nerviosas. En China se prohíbe mostrar —por internet o en televisión— lo que está ocurriendo en El Cairo, pues, como reporta Nicholas Kristof (que ha estado presente en ambos sitios), nada se parece tanto al ambiente de la Plaza Tahrir como el ambiente que se vivió en la Plaza Tiananmen.

Claro que no todas las revoluciones terminan bien. Si los fanáticos de la fe se tomaran el poder y no les dieran garantías a las minorías, habría una involución. Pero por miedo a lo peor no puede uno dejar de buscar lo mejor. La rebelión de la juventud egipcia es por más democracia, más libertad y más justicia. Ojalá el Ejército no se apropie del poder en Egipto y, en un caso más de gatopardismo, hagan la pantomima de que todo cambia para que todo siga igual.