Artes

Gustavo Valle: “Todo origen es un espejismo”

El autor venezolano radicado en Buenos Aires Gustavo Valle entrevistado por Gabriel Payares

Por Gabriel Payares | 1 de febrero, 2011

Foto: Diario Crítica

Conocí a Gustavo Valle en un aeropuerto, partiendo hacia la amable Mérida andina, y desde entonces lo imagino en perpetua relación con un universo de aviones, maletas y pasaportes. Pero no confirmé mis sospechas sobre su parecido con el Odiseo griego sino mucho después, durante la lectura de su segundo poemario, Ciudad imaginaria (Monte Ávila Editores, 2006): “Un refugio quiero / no una casa ni una patria / un pequeño lugar sereno / si es que acaso sea / un lugar lo que quiero” (54). Su historia personal, también, insiste en esa metáfora: Gustavo salió de Venezuela en 1997 rumbo a España, vivió en Madrid durante seis años, y después de un breve retorno a Caracas partió en 2005 hacia Buenos Aires, en donde reside desde entonces. Esta aventura de trece años de duración, cristalizó en una escritura más o menos reciente: en 2003 publica su primer poemario, Materia de otro mundo; en 2005 su primer libro de crónicas, La paradoja de Ítaca; en 2006 su segundo poemario ya mencionado, y en 2009 su primera novela, la exitosa Bajo tierra, ganadora primero de la III Bienal Adriano González León, y más recientemente del II Premio de la Crítica a la mejor novela del año.

Gustavo, Bajo tierra se ha hecho con dos premios nacionales en menos de dos años de vida, y es tu primer proyecto narrativo de largo aliento. ¿Cómo interpretas y asimilas esa acogida crítica tan buena en Venezuela? ¿Crees que haya en ella algo más concreto que en tus libros anteriores, similares en su aproximación temática a la ciudad?

Siempre he pensado que un lector es un individuo francamente misterioso. Sabemos muy poco de sus hábitos, de las circunstancias en que lee un libro, de la galaxia de pensamientos que lo acompañan al leer un libro. Por eso un lector es lo más parecido a un fantasma. Y yo carezco de herramientas para interpretar los gustos o las decisiones de los fantasmas. En este punto sólo consigo repetir lo que dice Bioy: “mejor premiado que castigado”. Por otra parte, creo que Bajo tierra es producto, entre otras cosas, de una larga obsesión con la ciudad, nada original por cierto, pues los escritores solemos obsesionarnos con nuestros orígenes. En efecto, he explorado el tema en diferentes géneros, pero creo que la novela me permitió aglutinar varias voces y experiencias en un envase mejor adaptado a mi obsesión. No sé si habrá algo más “concreto” en Bajo tierra que en el resto de mis libros; la sensación que tengo al ver mi propio trabajo es la de un territorio muchas veces indócil, indefinido. Y quizás por eso, entre otras razones, sigo escribiendo. Para intentar darle forma a todo aquello. Escribir es como domar a una fiera.

Me llamó mucho la atención, a propósito de tu relación con el origen, que en la entrega del Premio de la Crítica se te catalogase como uno de nuestros “escritores en el exilio”. ¿Te consideras alguna suerte de exiliado o más bien de emigrante? ¿Cómo bautizarías tu relación con ese origen que intentas retratar en tus escritos?

Yo creo que es muy saludable localizar y alimentar el lado de extranjería que todos tenemos. Si lo extranjero es lo contrario a lo nacional, entonces la extranjeridad podría ser un buen antídoto contra la vulgaridad patriotera. Yo creo que uno termina siendo extranjero en muchas partes y durante mucho tiempo. ¿Quién no se ha sentido extranjero en su propia tierra? Por eso más que un “escritor en el exilio” me considero básicamente un extranjero de oficio. Siempre me ha parecido curioso que una misma palabra, “extrañar”, se utilice para dos acepciones distintas: ir al destierro y echar de menos. Entonces un extranjero es un extraño que extraña. Además creo que cambiar de país no significa cambiar de equipaje. Y mi equipaje de imágenes, relatos o símbolos tiene, hasta nuevo aviso, origen venezolano. Claro que todo origen es un espejismo, pero uno es un testarudo y nunca deja de insistir.

Pero la extranjería es también una relación con lo patrio, no un estado de excepción existencial.

Puede ser, pero no es mi caso. Para mí lo patrio, o la patria, es un concepto lleno de telarañas, una pieza más de la retórica del poder, asociado con victorias militares y manipulaciones de todo orden. Se ha utilizado esa palabreja para cometer los peores crímenes. Patriot es el nombre de aquel poderoso misil utilizado masivamente en la guerra del golfo. En Venezuela bebemos patria en los teteros escolares, desde chiquitos nos enseñan a ver el país como una patriótica merengada de soldados, gestas y próceres. Y por si esto fuera poco contamos con un gobierno que alimenta estos mitos hasta hipertrofiarlos y convertirlos en monstruos. Es hora de darle vacaciones a la patria. Por eso prefiero ver mi arraigo asociado a todo lo relativo a la sociedad civil: sus costumbres, sus modos, su gastronomía, su arte, su literatura, sus tradiciones. Sería bueno dejar de ser patria para ver si algún día podemos ser una nación.

En tus crónicas abordas principalmente a Buenos Aires, pero en tus poemas y sobre todo en tu novela te interesas más por indagar en el imaginario caraqueño. ¿Qué frutos ha rendido el contraste entre naciones?

Yo suelo escribir crónicas del lugar donde vivo y ficciones de los lugares que he dejado atrás. No sé exactamente a qué responde eso, pero sospecho que tiene que ver con la memoria, que con frecuencia ocupa menos espacio en la crónica que en la ficción. No creo, pues, que tenga que ver con comparar o contrastar un lugar con otro. Creo que tiene que ver con la forma en que la memoria opera y qué lugar uno le asigna en la escritura.

¿Y qué lugar le asignas tú? ¿Qué lugar particular tuvo, por ejemplo, durante la confección de Bajo tierra?

Me parece que un lugar como escondido, como subcutáneo. Te cuento una cosa: toda la novela gira alrededor de una imagen de mi niñez. Mi padre, que al igual que el padre del protagonista era ingeniero especialista en suelos, tenía una habitación llena de frascos de vidrio rigurosamente etiquetados, con muestras de tierra de diferentes subsuelos de Caracas y de otras partes de Venezuela. Ese lugar, que desapareció hace muchos años, quedó grabado en mi memoria y fue una auténtica imagen-talismán que me acompañó a lo largo de la escritura de la novela. Sin embargo nada de eso aparece en la narración; esa imagen, a pesar de ser muy importante, quedó como escondida. A eso me refiero cuando hablo de asignarle a la memoria un lugar subcutáneo.

¿Quizás sea una metáfora de ello la montaña de cartas y postales que los indigentes coleccionan en sus cavernas subterráneas? Esa fue una de las imágenes que más me intrigaron de la novela.

Lo de las cartas y postales fue en parte una manera de burlarme de nuestro servicio de correo postal que siempre fue un desastre. Un país sin un buen servicio de correo postal es un país dramáticamente incomunicado. Y el tema de nuestra incomunicación siempre me ha parecido crucial. Eso por un lado. Luego el asunto se fundió con otra inquietud que tengo hace mucho: leer sin entender lo que se lee, leer inventado otro sentido del que está escrito, que es lo que le ocurre a los indigentes-indígenas de la novela. Cuando mi hijo tenía dos o tres años me di cuenta de que leía libros sin saber leer y sin embargo algo leía. Quiero decir, abría un libro y leía en él lo que le daba la gana. Para él la lectura era exclusivamente una invención. Eso explicaría por qué uno lee a menudo cosas que no entiende y sin embargo sigue leyéndolas: porque vamos, de algún modo, inventando un sentido. Pero sí, tienes razón, todo esto quizás sea una especie de metáfora de la memoria. De la pérdida, recuperación o invención de la memoria, que es en definitiva lo que hacen estos personajes al leer esas cartas.

Y lo que hace el escritor, además. ¿Crees que ocurra lo mismo con la memoria colectiva del deslave de Vargas? ¿Juega tu novela a la reinvención de la tragedia histórica, o cedes en el fondo a la pulsión por el referente histórico que caracteriza a nuestra narrativa?

Bueno, sabemos que la memoria la vamos moldeando con los años y en los libros. Ahora bien, con la memoria de una tragedia como la de Vargas hay que tener cuidado. Cuando el asunto apareció en mi novela jamás me propuse reinventarlo, de hecho las alusiones que hay al deslave son casi periodísticas y están relatadas de la manera más fiel posible. De modo que ni una cosa ni la otra: ni reinvención ni crónica histórica. Creo que más bien abordé o intenté abordar el fenómeno (a riesgo de sonar grandilocuente) como exploración de una simbología y de sus vínculos con nuestra historia y nuestra idiosincrasia. En Bajo tierra, la ficción necesitó de ese episodio trágico, pero no para transformarlo, sino al contrario, para que el episodio transformara a los personajes. Y el puente que me permitió ir y venir de la realidad a la ficción en este caso me lo dio Humboldt, que ya había estudiado el fenómeno el 1799 y encontró los vínculos evidentes entre el deslave y el mundo del subsuelo y las aguas subterráneas.

Por último, ¿qué puedes adelantarnos de tus próximos proyectos? ¿Qué textos te ocupan actualmente?

Estoy con una novela bastante avanzada en la que trabajo desde hace algunos años. Luego hay otros proyectos en estado embrionario a la espera de su día de furia. Quizás el año que viene me animo también a hacer una nueva compilación de crónicas. Pero no hay prisa, veremos qué nos depara el 2011, tras una primera década infame.

Gabriel Payares Gabriel Payares (Londres, 1982) es Licenciado en Letras (UCV) y Magíster en Literatura Latinoamericana (USB), así como autor de dos libros de relatos: Cuando bajaron las aguas (Monte Ávila Editores, 2009) y Hotel (Puntocero Ediciones, 2012). Su labor creativa ha sido galardonada con varios premios nacionales, tales como el Premio para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores (2008), el Premio para Jóvenes Autores de la Policlínica Metropolitana (en 2011 y 2013) y el Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (2011).

Comentarios (6)

Aníbal Girondo
1 de febrero, 2011

El joven autor Gabriel Payares de nuevo se luce como entrevistador con este diálogo extraordinario con nuestro Gustavo Valle, uno de los narradores más importantes de nuestra contemporaneidad, quien con su pluma enriquece el universo de nuestra creciente literatura venezolana. Tanto las preguntas como las respuestas son una muestra de presición que nos enseña cómo piensan las mentes más creativas de nuestro entorno. Felicitaciones a Prodavinci nuevamente por esta reunión de talentos!!!

(Por cierto, para cuándo tendremos las respuestas del Maestro Oscar Marcano. Estamos esperando con enormes ansias. Muchísimas gracias).

María Antonieta Arnal
2 de febrero, 2011

Me gusto esto: “Sería bueno dejar de ser patria para ver si algún día podemos ser una nación”.

@manuhel
2 de febrero, 2011

Siempre discuto con conocidos acerca del “patriotismo” o del “nacionalismo”…

Creo que todos los intelectuales de hoy en día coinciden en tildar al patriotismo como algo nefasto, sin sustento o algo inventando por los políticos para someter a las masas y manipularlas a su antojo…

No dudo que eso haya pasado. Evidencias sobran.

Pero ¿no es acaso ese patriotismo el que tiene a los paises mejor desarrollados, en el lugar donde están hoy en día?

No deja de causarme suspicacia que Vargas Llosa, por poner un ejemplo, hable tan mal del patriotismo y viva en una Nación como USA, que se hizo y se mantiene en base a ello…

Sydney Perdomo Salas
3 de febrero, 2011

¡¡¡Haleeeeeeee!!! ¡Pero que buena entrevista que tenemos acá…! Cada vez me anclo más con el pensamientos de Gustavo Valles, con lo del extranjerismo estoy completamente de acuerdo, por algo sale el dicho aquel de que “Nadie es profeta en su tierra” endilgando un caso similar a lo de “¿Quién no se siente extranjero en su propia tierra?” Soy fiel a esta última. Algunos salen por buscar un futuro mejor y otros porque simplemente en donde están no se sienten como parte de ello, precisamente a esa masificación política de pensamientos tan animadversos en contra de todo tipo de “LIBERTAD” apostada a toda la sociedad civil. Excelente entrevista caballero y ansiosa por leer lo nuevo que nos traerá Gustavo Valle.

Saludos y mis respetos sinceros. 😀

victoria de stefano
3 de febrero, 2011

Gustavo, me interesó mucho lo que dices sobre leer y no necesariamente entender pero seguir adelante. Creo que ese es el gran secreto de la lectura y en consecuencia de la escritura: en ella no sabemos adonde vamos sólo que persistimos y vamos abriendo caminos, también los subterráneos que en algún momento asomarán a la superficie. Recuerdo que de niña leía sin entender mucho lo que estaba leyendo y no por eso abandonaba, al contrario sentía un gran placer avanzando en lectura con la esperanza y la convicción de que en algún momento me abriría a la comprensión y a las revelaciones, y si eso no ocurría, como nunca ocurre del todo, el gusanito del deseo de saber continuaba ahí devorando. Por eso pude estudiar filosofía y puedo y quiero leer mucha poesía.

Gustavo Valle
4 de febrero, 2011

Gracias a todos por sus comentarios. @manuhel: yo me refiero al uso manipulador y con claros intereses demagógicos de la noción de patria, no a su sentido de construción de un bien común. Victoria: qué alegría que compartamos el gusto por esos pequeños misterios! Un abrazo grande Saludos a todos.

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