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Los Estados Unidos de Granta

Aunque las clasificaciones y los inventarios son injustos, vale la pena volver sobre una que a estas alturas ya sólo se la conoce como “la lista” y ha levantado una gruesa polvareda de artículos de prensa y enconadas críticas. Es la clasificación de los Mejores Narradores Jóvenes en Español, publicada en octubre por los directores de la revista Granta en Español, Aurelio Major y Valerie Miles. Se reunieron allí trabajos inéditos de 22 autores menores de 35 años, con al menos un libro publicado.

Tengo tres meses dándole vueltas a esta colección de textos y creo que ahora, por fin, puedo dar una opinión coherente al respecto. Además, durante la pasada FIL Guadalajara hablé con sus editores. En las líneas que siguen pretendo mostrar mi evaluación de lo leído, combinado con a las impresiones que intercambie con Major y Miles durante lo que dura tomarse un refresco en el Hotel Hilton de la ciudad tapatía.

Antes de comenzar con el raudo análisis que propongo de las 22 piezas del número 11 de la citada revista, me parece importante señalar que excepto por el crítico guatemalteco-estadounidense Francisco Goldman, conozco poco de la trayectoria de los que conformaron el jurado, como el escritor y realizador cinematográfico argentino Edgardo Cozarinsky, la periodista de The Guardian Isabel Hilton y la crítica literaria, editora y traductora catalana residente en Madrid Mercedes Monmany.

El proceso de selección comenzó con una convocatoria abierta en la cual se sumaron las preferencias personales del jurado. “El problema es que las lecturas que hicimos para seleccionar los autores no son lo que está aquí publicado, sino sus libros ya publicados”, dijo Miles. Luego se elaboró la lista de unos veinte nombres y se les contactó para que en un mes enviaran muestras de relatos o novelas que no estuvieran publicadas ni si quiera en la web. Major reveló que 70% de los autores sólo tenía un texto disponible con esas características. Es decir, que la selección puso a correr a muchos y, al final, fue la literatura la que sufrió.

Desazones de la selección. Cuatro son las molestias que despertó en mi esta selección que no puedo llamar antología, porque el mismo Major me dijo que no tenía la intención de serlo: “No intentábamos hacer una antología representativa ni un ecumenismo estéril, queríamos conocer qué hemos leído, qué nos ha gustado a todos, arrojarlo en una misma canasta y evaluarlo”.

¿Si no busca ser representativa, entonces para qué publicarla y por qué usar la clasificación de “mejores”?

Bueno, allí va la primera incomodidad: que no sea una antología y que aún así se pretenda que los autores allí consignados son “los mejores”. Los editores reconocieron que es una exageración el adjetivo, pero señalaron que este se debe a que quiere enmarcarse en la tradición de la anglosajona Granta que desde 1983 publica listas con los autores jóvenes en inglés que considera mas representativos de la década.

“Lo importante, no es hacer una lista de los grandes autores en castellano, sino que esto se publica en lengua inglesa”, apunta Major.

Para todos, excepto el chileno Alejandro Zambra y el peruano Santiago Roncagliolo, esta será la primera vez que vean sus textos en ese idioma. Esto último me lleva a preguntarme por qué no se prescindió de ambos autores, si estas listas generalemnte agrupan a dos decenas de autores. La reflexión puede ser una neurosis estadística mía, aunque Miles concuerda en que el objetivo eran dos decenas de autores. ”Pero la lengua española es tan amplia que nos resultó difícil limitarla y no pudimos reducir más”, fue su disculpa.

Ambos editores son enfáticos al decir que los escritores seleccionados no están en la lista porque se presuma que puedan ser interesantes para el mercado gringo. Sin embargo, se apresuran a explicar que el público estadounidense está acostumbrado a una visión homogénea que otorgan los talleres de narrativa y que ellos pretenden ofrecer una alternativa a la que hay ahora en los catálogos de las editoriales anglosajonas, pues pocas se arriesgan con los autores nuevos.

“Cuando presentamos este número a la revista inglesa para su traducción, los editores quedaron apabullados de la variedad en las técnicas narrativas de los autores aquí. Estaban sorprendidos por la riqueza de lo que hay. Cada autor tiene un mundo personal propio y busca maneras de narrar con unas técnicas personales y esto les sorprende mucho, porque los talleres de lectura y de escritura tienen una tendencia de hacer que los estilos converjan”, explicó Miles la también directora de la Editorial Duomo.

Otros disgusto que tuve fue no leer allí a ningún autor venezolano. Ni siqueira a Rodrigo Blanco, a quien la selección en Bogotá 39 (en el año 2007) hizo visible internacionalmente. Además, tiene la edad y la trayectoria exigida por los recopiladores. Pero también hay otros nacionales que tenían la edad y comienzan a hacerse la trayectoria editorial que podían representar bien los temas que les intresan a los menores de 35 años en este país.

Quizá esto sea culpa nuestra que hemos hecho una pobre labor promocionanado –de boca a boca o por escrito, en mi caso— la literatura de nuestros ”mejores narradores jóvenes”, para usar la frase odiosa. Llegó el momento de dejar el provincialismo estéril y la obsesión por centrarnos sólo en qué pasa dentro del país y pongamos a dialogar a nuestros autores con lo que ocurre en otras latitudes, un cambio de actitud que sólo traerá cosas buenas.

Que apenas cinco mujeres hicieran la lista me parece triste aunque, excepto por Lucía Puenzo, creo que todas presentan proyectos novedosos. Por cierto que “Olingiris”, el cuento de la bonarense Samanta Schweblin, me pareció una de las muestras más interesantes que he leído de una voz genuinamente femenina, donde hay un universo mujeril representado por el centro de depilación en el que ocurre gran parte de la acción, no existen más que como referencias los personajes masculinos y en el que además hay una reflexión sobre la soledad que me va a acompañar por varios meses.

Lo que más me molesta, sin embargo, es que la publicación en castellano no parece pensada para un lector, aunque sus 10.000 copias editadas fueran comercializada en librerías alrededor del mundo hispanohablante. Primero, muchos manuscritos no estaban bien terminados, como los de Carlos Yushimito y Carlos Labbé. De hecho, ambos escritores cambiaron sus textos en la versión en inglés que puede leerse ahora en el volumen 113.

Lo que dicen, en castellano. El tema más popular en la muestra se refiere a las familias, bien por las relaciones intergeneracionales o a través de viñetas de la niñez. En el primer caso destaca “Madre atrás”, uno de los tres textos cortos consignados por Andrés Neuman. Es un enternecedor relato sobre la desesperación de un hijo ante la muerte inminente de su mamá: “La noche en que ingresaron a mi madre confirmé una sospecha: que ciertos amores no pueden devolverse. Que por mucho que un hijo recompense a sus padres, si es que los recompensa, siempre habrá una deuda allí, temblando de frío”.

Una propuesta interesante es la del uruguayo Andrés Ressia Colino en Escenas de una vida confortable, que destaca por su ritmo narrativo y por sus personajes descarnados. Así habla un padre al novio de su hija adolescente: “¿Te das cuenta de cuál es el problema? Es la calidad de las cosas que consumen ustedes. A mi no me molesta que Virna tome, me preocupa qué toma. (…) Lo que venden por ahí es un veneno, un químico que te parte el cerebro en medio y te frita las neuronas. Además no sólo es un veneno, también es una obsesión. Quieren más y más. Y pagan más, y se obsesionan más, y cada vez van más lejos decidiendo menos, pensando cada vez menos, o incluso no pensando en absoluto”.

A pesar de su historia trillada, Condiciones para la revolución de Pola Oloixirac comparte con el texto de Ressia Colino la comparación de dos generaciones –ahora por sus posiciones políticas—, y su interesante retrato de personajes. Así describe la autora a un exguerrillero buenoparanada: “La sobrevaluación de la sociedad como objeto de estudio, lo había entrenado en el manejo de una cantidad de subterfugios intelectuales que le permitían desestimar la noción de ‘responsabilidad del yo’ en relación a su relación con las cosas”.

Más cercano a la estética cinematográfica de los hermanos Coen que a la tradición literaria latinoamericana, el argentino Oliveiro Coelho presenta en el fragmento Un hombre llamado Lobo la historia de un hombre que busca a su padre. También cercano al estilo cinematográfico que marca más bien la estética posmoderna gringa, está el cuento “Barras y estrellas”, que hace el retrato de una familia latinoamericana obsesionada con el American dream, de Santiago Roncagliolo. Es difícil encontrar alguna reflexión digna de reportar en el relato, que como otros textos del peruano se desenvuelve como un seriado televisivo.

Los autores que se ocupan de relatar escenas de la niñez, excepto por el cuento del argentino Federico Falco “En Utah también hay montañas”, representan propuestas interesantes. El colombiano Andrés Felipe Solano presenta un fragmento de Los hermanos Cuervo un estilo donde hasta la mediocridad del narrador es interesante: “Los Cuervo me proporcionaron una vida en el momento en el que la consciencia de mi medianía se hizo crítica y amenazó con ahogarme”. El chileno Alejandro Zambra es uno de los pocos en tomar posiciones políticas. Desde su niño-narrador, en “Formas de volver a casa”, describe la situación de la clase media durante la dictadura de Pinochet: “Los adultos jugaban a con arrogancia o con inocencia, o con una mezcla de arrogancia e inocencia, a ignorar el peligro: jugaban a pensar que el descontento era cosa de pobres y el poder asunto de ricos, y nadie era pobre ni era rico, al menos no todavía, en esas calles, entonces”.

Las relaciones amorosas son el segundo tema más popular. El cuento que abre el tomo, “Cohiba” de la directora audiovisual argentina Lucía Puenzo, es un ejemplo poco trascendente por sus personajes estereotípicos y por su final predecible. Lo mismo pasa en “El lugar de las pérdidas”, de Rodrigo Hasbún, plagado de frases con un falso aire de trascendencia, como: “Las mentiras hubieran sido más dulces, no haber sabido, haber sabido menos. Las mentiras, quizá, hubieran logrado salvarnos”. También es prescindible la historia sobre un hombre que llega a un lugar que es ninguna parte y se pone a vivir con una mujer desconocida la que el bonaerense Matías Néspolo asoma en el fragmento de La hoguera y el tablero.

Otro cuento de Neuman, “Un infierno propio”, sobre un hombre que pierde el amor de una antigua monja tan pronto lo asume, aparece entonces como una boya en una temática que ya naufragaba. Así también ocurre con el fragmento de Eva y Diego, escrita por Alberto Olmos. El segoviano toma el punto de vista femenino y construye, con maestría, el capítulo alrededor de una frase: “Nada que implique consumo”, con la cual confirma la frase de George Sand que instruía cómo en la sencillez está el estilo.

En Las cartas de Gerardo, de Elvira Navarro, también se habla de una relación desahuciada: “lloro por no encontrar un término medio entre la alegría de la escalera y la compasión ante la soldad de Gerardo, ante su desconcierto y su confianza a pesar de todo, que han vibrado durante unos segundos en el aire hasta estrellarse”. Por la calidad de los textos que he leído en línea –porque es poco conocida en Latinoamérica—de esta andaluza me parece que su aporte para este libro hubiera podido ser mejor, aunque el texto tiene la marca de una narradora interesante.

Las historias sobre escritores fueron menos populares, pero los cuatro autores que presentaron textos con estos temas hicieron un buen trabajo. “El fin de la lectura”, de Neuman –este es el último de los tres cuentos consignados por él, prometido— se refiere a las vanidades de ciertos escritores, cuando ya ni si quiera la literatura les importar. En Unas cuantas palabras sobre el ciclo de las ranas, el también argentino Patricio Pron ronda las vanaglorias y las ansiedades de los escritores jóvenes frente a los consagrados. El fragmento, en el que casi no se lee argumento es una dilatada queja de la obsesión de muchos por mudarse a centros culturales para convertirse en escritores: “Los escritores de provincias suelen ser rescatados de su sueño de convertirse en escritores, que es un sueño terrible que les cuesta mucho abandonar, cuando sus padres mueren en sus provincias y les dejan una casa o una pequeña fábrica o, en el peor de los casos, una viuda y unas cuantas bocas que alimentar y el escritor de provincias debe regresar a su provincia, donde invariablemente acaba poniendo un taller de literatura; allí, predica las bondades de la capital y así repite todo el ciclo, como el ciclo del nacimiento de las ranas”.

La sección reproducida de La vida de hotel de Javier Montes es uno de los trabajos más completos de la selección, donde destaca la construcción del narrador, un periodista encargado de evaluar hoteles, a través del estilo clásico de las entradas del diario, la unión entre narración, argumento y reflexiones elaboran una pieza que dice bastante en escasas 14 páginas. “No me gustan los hoteles nuevos: el olor a pintura, los hilos musicales. Y de los renovados desconfío. Con la cara lavada pierden la solera que en los antiguos hace las veces de sentido común y aun de sentimiento; o por lo menos, de buena memoria”, escribe el madrileño.

En “Boca pequeña, labios delgados”, Antonio Ortuño relata, a través de la correspondencia con el médico de la cárcel, cómo un poeta preso se niega a hacerse pasar por otro autor para evitarle las torturas que él está sufriendo. El único mexicano incluido en la selección deletrea una verdad que a muchos les cuesta la vida, que un escritor comprometido con sus ideas, incluso después de su vida, sigue siendo inspirador: “Esta circunstancia, la muerte, no detiene mi evolución. Incluso ahora pienso en frases y capítulos que existen desde que puedo concebirlos. La posteridad es un asunto que no me toca”.

También destacan los que coquetean con otros géneros como el terror y la ciencia ficción, sin asumirlos completamente. Un ejemplo es el relato “De la puerta y otros seres extraños”, una fantasía apocalíptica sobre el egoísmo humano escrito por la española Sonia Hernández. También se encuentra el aporte del autor español algo menos experimentado, Pablo Gutiérrez. Su “Gigantomaquia” es un relato realista con visos mitológicos de un luchador, cuyo estilo sigue la enervante costumbre de prescindir de los puntos, que sólo en Saramago era maestría. Piezas secretas contra el mundo, del chileno Carlos Labbé parece una novela con tentaciones sci-fi, donde los personajes de un juego de video podrían convertirse en protagonistas de la acción. Es curioso que ninguno de estos textos que mezclan géneros arrojaran alguna frase inteligente.

La excepción está en el segmento de El diluvio tras nosotros, de Andrés Barba. Como una estremecedora metáfora de los deseos vacíos de la cultura actual, una mujer se obsesiona con ponerse (literalmente) un cacho en la frente. “Había, en todo una especie de alegría primordial, casi demoníaca, como si hubiese legado más allá de lo previsto, como si por primera vez existiera en un polo opuesto”, escribe el autor con la mezcla de suspenso y pericia que dejará al lector con ganas de buscar la novela.

A pesar de que, por lo escrito acá, no creo que esta selección esté pensada para los lectores, nadie perderá el tiempo leyéndola. La verdadera trascendencia de este trabajo, sin embargo, sólo podrá conocerse en una década. Antes de esa fecha, todo lo que podemos hacer es reproducir conjeturas y suposiciones.