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Teorema «ciber-onto-escatológico»

¿Quién soy?, se pregunta Breton en la primera línea de Nadja. ¿Por qué no se reduce todo a saber con quién ando?, se responde melancólico, masticando el resabido de las plebes. Piensa que esa compañía de andadura que puede en cierta forma definirlo, lo obliga a considerar sus relaciones y le produce inquietudes inesperadas.

¿Quién soy?, también se pregunta Simonini, más bien Eco, en la primera línea, del segundo aparte de Cementerio de Praga, pero rehúye de inmediato, se dice que encuentra mayor utilidad en interrogarse sobre sus pasiones, aún vigentes, claro, y la huida lo lleva a otra pregunta: ¿A quién amo?, creyendo que así puede aproximarse a la incógnita inicial, pero no le pasa nadie por la cabeza. Su inteligencia apenas le ha permitido una pasión (o un amor): La buena cocina, «sólo con pronunciar el nombre de La Tour d’Argent experimento una suerte de escalofrío por todo el cuerpo. ¿Es amor?», ¿eso es Simonini?, ¿eso es Eco?

La pregunta suena, en verdad, a melodrama, a bolero. Hasta el mismo dios la responde con una tautología bochornosa y mustia: «yo soy el que soy», que es como decir que tampoco sabe quién es. Y si como vemos, la omnisciencia no da para la resolución del enigma, qué podemos esperar de filósofos y escritores con lo desventajosamente humanos que son.

La tv dice que para ser uno mismo hay que vestir y calzar ciertas marcas, se nota que ignoran que casi nadie anda por ahí sabiéndose lo que es, menos lo que debe comprarse, y que tampoco debemos confundir con lo que se hace, ¿o sí?, bueno, a mí me parece que no, que más bien lo que uno «es» emponzoña lo que uno hace, y ni siquiera estoy seguro de que aquí valga un viceversa. Amputemos la abstracción con un ejemplo: H. Rumbold es un hombre honorable y en exceso bondadoso, eso dicen muchos de sus clientes, porque, digamos ya, se desempeña como maestro barbero, de modo que ha pasado buena parte de su vida observando una enorme variedad de cabezas y cogotes, esto le concedió cierta erudición anatómica y facilitó que se hiciera de un oficio alterno con el cual redondear sus magros ingresos. Nuestro maestro barbero, develemos el misterio, se atarea también como «ahorcador» a destajo. En una misiva facilitada por Joyce, el personaje oferta su saber Al sheriff jefe de Dublín, donde expone su portafolio funerario: «yo aorqué a Joe Gan en la cárcel de Bootle, al terrible asesino Toad Smith, al soldado Arthur Chace… tengo una abilidad especial para poner el lazo, que cuando se mete ya no se puede escapar. Mis honorarios son cinco guineas». La lista de ahorcados es larga, así como la de su horror por la h. Y hasta se lo describe, a Rumbold, como un ser terrible, «en la tierra oscura residen los vengativos caballeros de la navaja de afeitar». Sin embargo, nuestro barbero «ahorcador» transmitía auténtica bondad a sus ejecutados, procurándoles un proceso digno y reconfortante, animados por el disfrute de la mejor erección que hayan padecido alguna vez, pues se sabe como cosa verificada, y él se los explicaba con beatífica piedad, que mientras te ahorcan el pene se enciende de manera sobrenatural y si se cuenta con el tiempo adecuado, cosa que él garantizaba además, podría sobrevenir una copiosa y relajante eyaculación. Un epilogo nada desagradable a pesar de todo. Y si ya es difícil saber quiénes somos ejerciendo tareas ordinarias, imaginemos la situación en la que hemos puesto al pobre Rumbold y a nosotros mismos. En conclusión, que un abordaje «profesionista» de la condición humana, o de los que somos, es una estrategia ciertamente fallida.

Un anónimo editor de errata naturae escribe lo siguiente:

«Llevo años persiguiéndome y, con sinceridad, estoy cansado de correr, ¿no te pasa a ti? Cuantos más esfuerzos hago para llegar a ser yo, mayor es la nada con que me topo. Diría que, más que ser yo, a lo sumo consigo representarme a mí mismo de modo que todo siga girando. Y para acompañar el giro escribo una nueva entrada en mi blog, completo mi perfil de Facebook, añado alguna tontería en mi Twitter. Y sin embargo… ». En fin, que pensarse tanto, puede acarrear daños severos a nuestra alma. No por nada, Rodin pone al pensador en el tope de La puerta del infierno, como una advertencia de lo que viene a quien ose poner el pie más allá de la saludable línea, una respuesta que bien podría costarnos demasiado.

Pero el anónimo y agobiado editor nos ha dado una buena pista: La red. Ella es el advenimiento del reino de dios entre nosotros. Incluso pudiera ser dios mismo, acaso, la tan mentada segunda venida del hijo. La red es lo espiritual hecho visible y por qué no, tangible… Allí está la verdad que buscamos. El pasado sigue vivo en su útero. Lo lleva dentro. El tiempo se detiene y se acumula en sus entrañas, convierte lo infinito en finito y viceversa (aquí sí). No hay fronteras ni razas, y saca lo mejor y lo peor que se anida en el ser humano, porque sólo en ella se amalgama, a la vez, a un mismo tiempo, pero un tiempo libre de medición, la vida interior con la vida de carne y hueso. La red es una mezcla, peligrosa, de imaginación y sangre. Y en ella está la respuesta a lo que somos. Y esa revelación, o al menos parte de ella, créanme, bien puede alojarse en eso que llamamos facebook

¿Tanto filosofar para llegar algo tan prosaico? Pues sí. La Santa Red no admite confusiones que puedan atentar contra su constante expansión, necesita de definiciones claras para alegrarnos la existencia, no importa que su andar sea como el de la masa oscura. Dicen que la verdad es sencilla y que siempre está a la vista. Y facebook nos la presenta apenas abrimos nuestra cuenta. La pregunta de quién soy se esclarece entonces con sólo rellenar el formulario que corresponde a nuestro perfil. Mi amigo Valmore Muñoz, poeta, filósofo y ensayista luciferino, es un autentico entusiasta de este asunto, y se define muy «feisbuamente» en estos términos: «Soy un mueble que busca inútilmente ser hombre». Coloca, además, y rebosante de orgullo siniestro, la música con que se identifica: Kiss, Judas Priest, Black Sabbath, Slayer. Somos definidos por nuestros gustos y por los amigos que tenemos. Ya lo decía Breton en un comienzo, pero recordemos que también le parecía insuficiente y plebeyo, pero la lógica de la red supera estas malsanas y diabólicas complicaciones e inconformidades del pensamiento. El gran milagro radica en que la red hace que seamos vistos a través de esa fachada, gestiona con su omnipresencia para que nuestro ser se limite a datos muy gráficos, en el que todos vean lo mismo. Unifica esa variedad infinita e inclasificable que son las apreciaciones del otro. Nos convierte en un libro de poco texto, solo imágenes acompañadas de brevísimas líneas, garantizando que somos, efectivamente, lo que decimos que somos. Y no lo que creen —los otros— que podríamos ser.

Ya decía yo que me estaba enredando en eso de responder esta maldita interrogante. Basta con abrir, entonces, una cuenta en facebook para llegar a la verdad. Y la apropiación de esa verdad, no es otra cosa que la aceptación de la red y su omnipotencia sobre mi cotidianidad. ¿Quién puede dudar, después de todo, que la consecución definitiva de la vida eterna es el otro gran milagro de la red? Nuestra inscripción en el gran libro de la vida, eso es la red, eso el facebook y lo todo lo que venga por ahí. En ella, los muertos y el pasado conviven e interactúan con nosotros, y todo lo que vamos haciendo va quedando dentro, grabado, registrado, examinado, enjuiciado. Como la energía, la red y la vida en ella, nunca se destruye, sólo se transforma. No hay manera de limitarla, de castrarla, de cualquier recoveco reflota, resurge, revive e insurge.

…Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego, este es la segunda muerte…, que no es otra cosa que el olvido absoluto y definitivo. La no existencia. La excomunión de la historia.