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Carlos Villarino: “El campo de la política es también el de la hermenéutica”

Carlos Villarino. Foto: Efrén Hernández

En el pasado mes de diciembre de 2010 tuvo lugar la premiación del único certamen de nuestro país que promueve la investigación y el pensamiento filosófico: se trata del Premio Federico Riu, que alcanza ya su XI edición, rindiendo homenaje anual a quien fuera un importante pensador venezolano de origen español. Entre los autores premiados se impuso, en la mención Tesis de Grado, el psicólogo, escritor y licenciado en filosofía Carlos Villarino, profesor de la Universidad Central de Venezuela y autor de dos libros de relatos: Menarquias y otros fluidos (Monte Ávila Editores, 2005) y El otro infierno (Ediciones B, 2009). Con este texto ganador Villarino hace su entrada formal en el campo del estudio filosófico, y diserta sobre la importancia ética del lenguaje y del diálogo, a partir de la obra del filósofo alemán Hans-Georg Gadamer.

Carlos, me llama la atención la apuesta personal que pareces tener por formarte en la interdisciplinariedad: psicología, filosofía, escritura literaria. ¿A qué intereses responde ese impulso tan intelectualmente abarcador? Y por otro lado, ¿qué significa, en esos mismo términos, para ti como profesional el haber sido premiado en el XI Premio Federico Riu de Investigación Filosófica?

Una respuesta sencilla: soy lo que llaman un “nerd”: experimento un gran placer al estudiar. Cuento entre las experiencias indispensables en mi vida el poder seguir aprendiendo todo cuánto me sea posible del legado intelectual y humanístico que tenemos a nuestra disposición. Me divierte leer, tanto literatura como libros académicos. Entro a una librería o biblioteca con una sensación un tanto infantil, como de niño en juguetería, y cada área del conocimiento en la que me asomo por curiosidad resulta un vasto y complejo universo en el que me gustaría quedarme una larga temporada; supongo que algo parecido sienten las personas que han tenido la oportunidad de conocer otros países o culturas. Por otro lado, me gusta tomarme el juego en serio y por eso he procurado realizar estudios formales en algunas áreas, específicamente en Psicología y Filosofía (también en Lingüística pero quedaron inconclusos), y he tratado también de aprender y perfeccionar la escritura narrativa bajo la tutela de escritores maduros. Tener curiosidad por diferentes disciplinas, sin embargo, conlleva un enorme riesgo: la superficialidad. Así que oscilo entre una tendencia hacia la dispersión de intereses y un esfuerzo sostenido por disciplinarme y profundizar todo cuánto me sea posible en cada materia. El premio vino a legitimar mis pasos en esa misma dirección.

¿Y en qué medida estas diversas dimensiones académicas se entretejen? ¿O se trata más bien de facetas desconectadas de tu persona? ¿Cuánto de tus otros intereses hay, por ejemplo, en este trabajo filosófico premiado?

Suelo bromear con el hecho de que a los psicólogos mi vocabulario les parece demasiado filosófico, a los filósofos mi escritura demasiado literaria y a los narradores mis relatos demasiado psicológicos. La principal ventaja que veo en ello es que no estoy excesivamente comprometido con ninguna corriente de pensamiento o propuesta estética, lo que me permite ver las especificidades de cada área dentro de un horizonte más amplio. Claro que cada una tiene su propio sistema de reglas y hay que aprender a jugar dentro de las de cada disciplina, pero siempre se puede echar mano de una jugada o baza original que enriquece y le da vistosidad al juego. La desventaja es que siempre eres objeto de sospecha, siempre eres el forastero, el que hace otra cosa. Ahora bien, el texto premiado trata sobre hermenéutica filosófica, específicamente en la obra del pensador alemán Hans-Georg Gadamer; pero hay que destacar que existe también una hermenéutica literaria, jurídica, teológica y también psicológica. Paul Ricoeur ha escrito un interesante libro al respecto: El conflicto de las interpretaciones, y a mí me gusta este conflicto, la polifonía de voces que pueblan un texto (como diría Mijaíl Bajtín) y que entran en una relación de diálogo y competición entre sí.

¿Encuentras en esa “polifonía” la expresión de tus diversos campos de interés intelectual, quizás? De ser así, ¿te interesa ser una suerte de “traductor” entre esas distintas voces, o más bien alcanzar una vastedad intelectual enciclopédica?

La perspectiva de un saber enciclopédico es siempre seductora cuando uno adolece de fuertes rasgos narcisistas (en el sentido psicológico del término, claro); sin embargo, trato de nunca olvidar un cálculo hecho por Fritz Mauthner en el que señalaba que para abarcar cabalmente las implicaciones de su problema de investigación requeriría del conocimiento profundo de unas 60 disciplinas y que, a razón de cinco años de estudio por cada una, le tomaría unos 300 años, sólo de preparación, el poder acometer su empresa de pensamiento. Conclusión: hay que abandonar todo intento de saber enciclopédico por ser imposible, pero sobre todo por ser inútil. La erudición es siempre deseable, a mí me gustaría ser como algunos de mis profesores en ambas carreras, ancianos eruditos con los que siempre se aprende algo, pero creo que el mayor valor de estos maestros es su capacidad mediadora. En esto consiste la hermenéutica: en cumplir una función mediadora entre diferentes perspectivas de comprensión. Gadamer la llama “la fusión de horizontes” que se da en el encuentro entre dos o más tradiciones de pensamiento o propuestas estéticas. Pero no hay que olvidar que nadie ve nunca el horizonte desde la misma perspectiva; de allí que esa mediación no sea necesariamente un tránsito armónico, de hecho es siempre una empresa amenazada por el fracaso. Los puentes que se construyen pueden fácilmente romperse y hay que recomenzar todo de nuevo. Yo me divierto aprendiendo, lo hago principalmente por placer, y parte de ese placer está en descubrir nuevas relaciones entre tópicos y corrientes aparentemente inconexas entre sí. Es como jugar con Legos: cada disciplina es una caja llena de piezas, se puede seguir las instrucciones y construir figuras bien formadas, o puede uno también olvidarse un rato de ellas y ensamblar piezas provenientes de diferentes géneros, a ver si se puede hacer algo constructivo con ello.

¿Podríamos pensar, entonces, ya que tu estudio de la obra de Gadamer se centra en el uso de dos categorías fundamentales para su hermenéutica: lenguaje y conversación, que en el fondo persigues una suerte de reivindicación del diálogo, de la mediación?

Gadamer lo hace. Yo creo que es uno de los pensadores fundamentales del siglo XX: su hermenéutica filosófica, en especial Verdad y método, es de una riqueza, profundidad y belleza deslumbrantes. Mi intento es más bien comprender cómo se puede hacer posible esa reivindicación del diálogo: la de Gadamer es una vía, a mi entender de las mejores, pero hay otras como las de Jürgen Habermas y Karl Otto Apel. Sin embargo, sería hermenéuticamente inconsistente escuchar sólo las voces optimistas; hay importantes autores que se sitúan en el otro extremo del espectro y que hay que revisar con profundidad: Jean Francois Lyotard, Jacques Rancière y Chantal Mouffe tienen serias, muy serias, objeciones a esas posturas optimistas. El diálogo debe ser la meta hacia la que debemos tender, pero esa búsqueda de entendimiento y comprensión mutua está condenada al fracaso si se hace desconociendo las complejidades y los obstáculos inherentes, tanto al lenguaje y como a la condición humana. No soy muy optimista, por el contrario, creo que la fusión de horizontes es una suerte de milagro; pero justamente porque todo atenta contra el diálogo es que debemos esforzarnos más por encontrar vías para abrazarlo, así sea momentáneamente. Mi trabajo como psicólogo me muestra día a día esta situación paradójica: por un lado, la necesidad que tienen las personas de alcanzar un entendimiento mutuo que les permita tender puentes entre sí, y por el otro, una profunda sensación de escisión interior y de aislamiento que las empuja hacia el desencuentro. Ahí es cuando tener la posibilidad de ver las cosas desde una óptica complementaria rinde sus mayores frutos: desde la Filosofía no se puede ver esto con tanta claridad, porque ella persigue siempre fundamentos últimos, pero la Psicología, la Sociología y la Antropología pueden ayudar mucho a ser más mesurados en ciertas pretensiones. La enseñanza fundamental de Gadamer, a mi entender, y que él aprendió de su maestro Martin Heidegger, es que sólo se puede ser plenamente humano en el lenguaje y el lenguaje sólo está vivo en la conversación, en el intercambio dialógico. En último término, la cuestión en juego es que el conflicto también es un logos, una forma de racionalidad: polémica, traumática, trágica en muchas ocasiones. Pero incluso en esa conflictividad existe un espacio común en el que pueden florecer, a la larga, visiones compartidas y esfuerzos cooperativos.

¿Crees entonces que ese tipo de estudios podrían, por citar un ejemplo, coadyuvar en la resolución más afortunada de problemas políticos o sociales que abundan en nuestro continente? ¿No consideras que de lo contrario estas disertaciones corren el riesgo de resultar estériles y eurocéntricas?

Sin duda corren ese riesgo. Es una deuda social que las academias tienen con el colectivo por no haber llevado estas ideas y reflexiones al ámbito de la realpolitik. Hay un divorcio histórico entre academia y política: la primera exige paciencia, demora, reflexión mesurada; la segunda por el contrario exige acción, resolución inmediata y discurso persuasivo. Karl Marx intentó cambiar esto al proclamar en la XI tesis sobre Feuerbach: que la labor no debía estar en interpretar la realidad, sino en transformarla. A este Marx en particular le repugnaría la hermenéutica. Ahora bien, me parece que precisamente en el ámbito político es donde tiene su mayor campo de aplicación este orden de reflexiones. No se trata de dictar cátedra en el Parlamento sobre tal o cual autor de importancia, sino en fundar instituciones donde se puedan sustituir armas por palabras, violencia por debate y enemigos mortales por adversarios políticos. No hay política sin adversario, no hay adversarios políticos si no hay conflicto de interpretaciones, no hay conflicto de interpretaciones si no hay una res publica que esté en disputa. El campo de la política es también el campo de la hermenéutica.

Ahora, sobre el carácter eurocéntrico de estas cuestiones se pueden decir dos cosas: la primera es que es completamente inútil preguntarse si hay un filosofía latinoamericana originaria, pura, no contaminada del germen europeo, pues la respuesta es sencilla: existe una filosofía latinoamericana en la misma medida en que haya un esfuerzo sostenido por comprender nuestra particular situación cultural e histórica, en relación con la situación cultural e histórica de África, Asia y el resto del mundo (incluidos los europeos y los norteamericanos). No hay una filosofía latinoamericana si por ello se entiende una sabiduría ancestral, previa a todo contacto con los colonizadores, fuente de la cual tendríamos que beber para curarnos de nuestro eurocentrismo. Y esto último se debe a dos razones: por un lado a que América Latina es el producto precisamente de ese encuentro traumático con los europeos, y segundo porque la filosofía siempre supone escuelas de pensamiento rivales entre sí; si hubiese tal sabiduría primigenia, sería una “cosmogonía”, mas no una “filosofía”. Hay que construir una filosofía, o mejor, una intelectualidad latinoamericana que forme parte del concierto de voces del saber universal; pero ello no se logra apostando por el aislamiento resentido. Los asiáticos lo comprendieron bien y ahora son una voz poderosa en ese coro mundial de visiones e interpretaciones.

Por último, Carlos, ¿qué futuros proyectos de escritura te ocupan? ¿De cuál de las ramas del árbol vendrá el próximo fruto?

No lo sé. Espero poder publicar el texto ganador del Federico Riu, ha habido un par de conversaciones para ello. La narrativa está en pausa en este momento, sólo estoy leyendo y mucho menos de lo que debería. La psicología forma parte de mi vida cotidiana en mi hacer profesional, pues desde hace muchos años trabajo en el tratamiento de pacientes con problemas de drogas, pero espero pronto volver a escribir sobre problemáticas psicológicas que sean de mi interés. Tal vez cuando termine la maestría en Filosofía de la Universidad Simón Bolívar estudie la carrera de Letras, o pruebe suerte con algún postgrado fuera del país. Tal vez no me dé el tiempo o no me rinda el dinero, quién sabe.