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Aquarela do Brasil

1.-

En 1985, el cineasta y humorista estaodunidense Terry Gilliam estrenó un film que despertó mediano entusiasmo en la crítica y también mucha perplejidad en el espectador desprevenido.

La película se llamaba “Brasil” y la protagonizaban, según he podido refrescar en el portal cinéfilo “Imdb”, Jonathan Pryce, Robert De Niro y Katherine Hellmond. Por qué rayos titularon “Brasil” a esta producción es algo que nunca acabé de entender por entonces. El film gustó algo en Europa, pero no “funcionó” lo suficiente en los Estados Unidos y terminó en ese limbo de las películas inclasificables que llaman “cine de culto”.

Visto de nuevo hoy día, resulta un film caótico y ampuloso, concebido por un talento gringo reeducado en el humorismo televisivo británico. Se recuerda que Gilliam formó parte del equipo de Monty Python, celebérrimo show de humor, en clave “contracultural”, que prosperó en el Reino Unido entre los años sesenta y los setenta. Pero el talento y las destrezas de Gilliam se quedan cortos ante el tema universal que, aparentemente, pretende abordar con audacia y guiños de humor al espectador.

El tema de “Brasil” era – según los exégetas – el riesgo creciente de que Occidente terminase regido por dictaduras burocráticas, a su vez manejadas por una impersonal gobierno totalitario apoyado en una monstruosa, errática y disparatada “alta tecnología”. El guión vendría a ser inspirado en 1984, de George Orwell, pero no se nota. Para empezar, no tiene “Gran Hermano”.

Es llamativo cómo muchas “distopias” llevadas al cine antes de la caída de la Unión Soviética, como la que vengo comentando, prefiguran un futuro en el que confluyen el “capitalismo salvaje” y el autoritarismo totalitario.

¿Qué rayos es una “distopia”? La voz no figura aún en el Diccionario de la Real Academia pero, a decir verdad, la definición que ofrece Wikipedia no anda descaminada: “Una ‘distopía’, llamada también ‘antiutopía’, es una ‘utopía perversa’ donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal.”

“El término – explica la promiscua enciclopedia virtual– fue acuñado como antónimo de ‘utopía’ y se usa principalmente para hacer referencia a una sociedad ficticia (frecuentemente emplazada en el futuro cercano) donde las consecuencias de la manipulación y el adoctrinamiento masivo – generalmente a cargo de un Estado autoritario o totalitario – llevan al control absoluto, condicionamiento o exterminio de sus miembros bajo una fachada de benevolencia.”

Como definición, creo, no hay más que pedir.

Sólo ahora he venido a enterarme que en la banda sonora del film recurre el pegajoso tema “Aquarela do Brasil”, del gran Ary Barroso. Sólo por este motivo arbitrario – de paso, digno de un verdadero artista– “Brasil” , the movie, se llama Brasil.

¿Qué tiene qué ver Brasil, el Brasil real, el Brasil actual, ni utópico ni distópico, con esa tétrica prefiguración filmada hace un cuarto de siglo?

2.-

Copio lo esencial de un despacho de prensa enviado el pasado lunes 3 de enero por el corresponsal de El País de Madrid:

“La Presidenta Dilma Rousseff no ha perdido tiempo y en el primer día operativo de su gobierno ha anunciado que entregará a la iniciativa privada la construcción y operación de nuevos aeropuertos en Brasil. La noticia es importante porque el ala izquierda de su partido, el Partido de los Trabajadores (PT), fue siempre alérgica a las privatizaciones. En las últimas campañas electorales toda la artillería de los ‘petistas’ contra los candidatos de oposición del partido socialdemocrata PSDB, de Fernando Henrique Cardoso, fue lanzada contra su decisión, cuando fue Presidente de la República, de privatizar empresas brasileñas”.

El corresponsal español destaca en un recuadro que  a la nueva Presidenta le preocupan también, desde luego, la Copa del Mundo del 2014 y las Olimpíadas de Rio del 2016 y sabe que con estos aeropuertos sería imposible realizar tales eventos.

A estas notas les importa sumamente destacar que esa expansión de la clase media brasileña – se diría una explosión, más bien –, que ha liberado a millones de personas de la trampa de la pobreza, ha sido el fruto sostenido de más de quince años de consistente política económica inaugurados por Fernando Henrique Cardoso, y continuados por Lula da Silva.

Según algunos expertos, podrían ser aún muchos más los usuarios brasileños de vuelos comerciales en el albor de la segunda década del siglo. Esas cifras testimonian una tendencia que parece ya irreversible en América Latina: de acuerdo con la OCDE, ya en 2008, el 53% de la población mexicana, por ejemplo, se colocó dentro de la clase media; el promedio de América Latina fue del 46%. Y ni hablemos de Chile, ese modélico pero irritante vecino austral.

Una tendencia del crecimiento que se ha hecho presente en la región no precisamente gracias al estatismo autoritario, al colectivismo y al ataque a la iniciativa privada característico del socialismo del siglo XXI y sus epígonos subregionales.