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De Abu Dhabi en ruta al Estrecho de Ormuz: los Emiratos Árabes Unidos

A Kathryn y Friedrich Krispin, por su hospitalidad

It´s not the destination that matters: it´s the journey
For my part, I travel not to go anywhere, but to go.
I travel for travel’s sake.
The great affair is to move.

Robert Louis Stevenson

Assalamu ‘Alaikum (Que la paz esté contigo; saludo del Islam)

Desde niño he sentido una fascinación por los aviones y los aeropuertos que sigo conservando. Dan la relación del porvenir y están allí para mostrarnos cómo progresamos a diario. Son el comienzo y la llegada de nuestros viajes. Sin ellos, la vida francamente pasaría por aburrida.

La camioneta de transporte al aeropuerto Charles de Gaulle vino por mí a las 8:15 de la mañana con la puntualidad que se disfruta en las zonas civilizatorias donde los relojes se consultan. Cargaba una inglesa en el vehículo y fuimos a Montmartre por unos rusos incomunicativos recién salidos de un póster playero de los cincuenta. Luego seguimos por más ingleses igualmente callados que tampoco saludaron al ingresar. Compartimos la brevedad con una serie de personas anónimas a las que no volveremos a ver por el resto de nuestras vidas pero bastan esos minutos relampagueantes para escrutarlos con atrevimiento. Al llegar a la terminal los rusos escapados de la foto del balneario igualitario desaparecieron por la misma puerta junto a los británicos.

El vuelo a Abu Dhabi de Air France salió con más de una hora de retraso y el piloto pidió disculpas y todos le creímos. Llegar a Abu Dhabi exige un visado especial: la invitación de un residente indicándole a las autoridades que se hará responsable de la persona mientras esté en el país. En inmigración me hicieron pasar a una salita en la que por vez primera me realizaron un escaneo óptico como en las películas de espías que manipulan material clasificado. A la salida estaba mi hermano Friedrich, con su responsabilidad empeñada por mí y unos treinta y nueve grados a la sombra casi a la medianoche. Abu Dhabi significa el padre de la gacela, animal del desierto convertido en símbolo nacional. Las autopistas de los Emiratos Árabes Unidos son un reflejo de lo que es el país. Nuevas, amplias, de cuatro canales por dirección, sin nada parecido a un bache o a un hueco y que dan la impresión de conducir inequívocamente al porvenir. Así es: los Emiratos Árabes Unidos lucen como el futuro, por lo demás promisorio.

Los Emiratos Árabes Unidos

Hace 50 años Abu Dhabi no contaba con servicio eléctrico ni agua corriente en las casas, en el caso de que nos permitamos hablar de casas. Sus habitantes vivían dentro de una exigua precariedad en la que el agua para el consumo era transportada en odres de piel por el desierto y no existían siquiera vehículos. Dos hechos históricos dieron al traste con esto: la revolución de la explotación petrolera y la presencia de una figura histórica cuya contribución al desarrollo de su pueblo facilitó el cambio: el Sheik Zayed Bin Sultan Al Nahyan. Los emiratos del Golfo tenían un acuerdo de vigilancia costera con Gran Bretaña que evolucionó hasta el protectorado que culminó en 1971 cuando el Reino Unido, por las dificultades financieras de entonces, decidió retirarse del Golfo Arábigo (solemos llamarlo Golfo Pérsico, pero los árabes lo llaman de esa manera). Los antiguos Estados de la Tregua o Trucial States, a la manera anglosajona, decidieron conformar una alianza político territorial, los actuales Emiratos Árabes Unidos y para la cual Sheik Zayed jugó un rol indiscutible que lo ha llevado a ser considerado el padre de la patria.

La genialidad de Zayed que ya se había puesto a prueba para contener la expansión territorial de los saudís, fue determinante para convencer a los diferentes emires, jefes de sus tribus tradicionales para que conformaran el nuevo Estado. Por otro lado se le reconoce un comportamiento tolerante, de unión, de escuchar a las partes y de haberle dado a su país el paso necesario para aprovechar el rédito petrolero y edificar la nación que hoy ocupa el puesto diez del Índice de Competitividad Mundial. Lo que demuestra que más allá de las riquezas se impone la inteligencia y el sentido práctico. De un carácter sencillo y austero, Sheik Zayed, quien falleció en 2004, fue admirado como un príncipe benevolente. El capital extranjero es un invitado al que se le respeta y muchas de las compañías que operan en el país han adoptado el modelo del capital mixto, con mayoría de capital emiratí o de sociedad con un emiratí. Además se ha desarrollado un parque industrial para satisfacer la demanda interna. Los proyectos de Dubai, donde se encuentra el edificio más alto del mundo con sus imponentes 160 pisos, y los de Abu Dhabi muestran, para estudio de las escuelas de economía que los países bien administrados cambian la nada por la abundancia.

Zayed siempre pidió a su pueblo respeto y comprensión. Continuar las tradiciones y bienvenir el progreso. Al conducir por las modernísimas vías del país y concluir que lo que se planeó y se realizó, se entiende el legado del hombre visionario que fue. Un historiador local, Mohamed Al Fahim lo explica en su tremenda historia de Abu Dhabi, From Rags to Riches -Del harapo a la riqueza- en la que traza la historia reciente que cambió la escasez por la abundancia.

Ramadán

Antes de llegar, mi hermano me comunicó que las fechas que había escogido coincidían con unos diez días de Ramadán, el mes sagrado del Islam, noveno del calendario. Me pareció adecuado y significaba entrar por la puerta de una cultura ajena a mi tradición. El profeta Mahoma pidió a sus fieles dedicar un mes al año a encontrarse con la dimensión espiritual. Durante el mes, los fieles ayunan durante el día y pueden ingerir alimentos una vez que el sol se ha puesto. No se puede consumir bebidas y buena parte de los habitantes prefiere recluirse en sus casas. Violentar estas reglas en público puede resultar una ofensa. Hay un silencio apacible en las calles. Los vehículos circulan pero hay una sensación de siesta diurna. La vida no se interrumpe, se redimensiona en su cariz de refugio espiritual. Para los musulmanes es un mes de alegría, que otorga importancia a la religiosidad, a la visita a los familiares y amigos, al intercambio, la solidaridad, y los valores morales. Se experimenta algo parecido a una paz colectiva, un viaje a las regiones de lo inasible. El Ramadán lo logra. Hay más mezquitas que estaciones de servicio y ello lo digo como ejemplo que da cuenta de la importancia del templo para el Islam. Una de las conclusiones a la que llegué en el mes sagrado es que en Occidente hay una demonización contra el Islam, tal vez culpa del propio radicalismo terrorista que ha querido englobar un enfrentamiento entre toda la nación creyente y Occidente. Una cosa es Al Qaida y los grupos destructores: otra es el Islam. No existen puntos comunes ni razón alguna para hacerlos coincidir. Cada cinco minutos a la distancia del caminante se encuentra una mezquita. La idea es que el fiel se desplace lo menos posible para encontrarse con su sitio de oración que según lo prescribe el sagrado Corán se trata de cinco rezos diarios en dirección a La Meca.

Uno de los momentos más impactantes del recorrido fue en una de las horas del rezo. Nos encontrábamos en Mussahaf, una localidad industrial, donde íbamos a encontrarnos con nuestros compañeros de una expedición por el desierto organizada por Nissan. En ese momento comenzaron a salir cientos, tal vez serían unas dos mil personas, de sus fábricas y talleres para proceder a la oración. Pronto las mezquitas se abarrotaron y la religión se hizo calle, el encuentro con la divinidad se fue al asfalto, a la acera. Una incontable multitud elevaba sus rezos a Dios al costado de la ruta misma. Y fue una experiencia única, de esas que se cuentan con ahorro porque no abundan. La hora del rezo viene anunciada por el canto del minarete que en épocas anteriores lo realizaba el muecín y que en nuestros tiempos se transmite por altavoces. El cambio de tecnología no le ha restado lo que de conmovedor ha tenido siempre. Es una suerte de cante jondo de sonidos programados para la serenidad.

Las cinco oraciones preceptivas no sólo en Ramadán sino todos los días son: Fajr, la oración del amanecer, Dhuhr, del mediodía, Asr, de la tarde, Magrib del anochecer, Isha’a, de la noche.

El desierto

El país es un desierto frente al mar y la riqueza petrolera ha permitido ganarle espacios. Fuimos al safari por el desierto para conducir entre las dunas. Una de las previsiones que deben tomarse para los vehículos de tracción en las cuatro ruedas es quitarle a los neumáticos al menos 50 por ciento de su presión. Al timón del Nissan nuestro estaba David Lindsay, un ingeniero estadounidense de ExxonMobil, que quería estrenar y probar su cuatro por cuatro en el desierto. No es nada fácil y hasta peligroso manejar por estos médanos. Se requiere una precisión exacta al volante porque puede producirse un volcamiento, un choque contra la arena o lo que es más común, quedarse atascado. Por fortuna se agregó a nuestro rústico un indio de Madras, vendedor de Nissan en Abu Dhabi, que conocía todos los trucos necesarios para no quedarse atrapado.

Este tipo de viajes debe hacerse con guías especializados y llevarlo a cabo en caravana ya que es fácil perderse. Pero una vez que se domina el vehículo, como el jinete que lleva el potro, se tiene una de las experiencias más vivificantes, de mayor adrenalina: no otra que cabalgar por el desierto. Se trata de jugar: deslizamientos, bajadas y subidas. Al final de la jornada que nos llevó todo un día, terminamos en una cría de camellos para el Iftar, que es la comida al caer el sol en Ramadán. Sobre unas alfombras, con todos descalzos como supone la costumbre oriental, nos sentamos alrededor del condumio que incluía un festín de cordero, cremas, pasteles. Se come con la mano derecha, los cubiertos son opcionales. El Iftar representa la celebración en conjunto que sigue a la caída del día y el fin del ayuno. La mesa compartida se aviene al propósito del mes sagrado: que el hombre se encuentre consigo y su semejante.

El viaje

El propósito del viaje era conocer esas latitudes pero también el viaje en sí. Mi hermano y yo desde niños viajamos por toda Venezuela con mi padre. Nos conocemos el país de punta a punta. En una ocasión viajamos desde Nueva Orleans hasta Knoxville, Tennessee, pasando por Missisipi, Alabama, Georgia, Kentucky y las Carolinas. Hemos hecho recorridos entre Houston y New Orleáns y nos hemos paseado el estado de Texas. El último viaje había sido hace 7 años hasta Paria. De modo que decidimos recorrer los Emiratos, que teniendo una superficie de 80 mil kilómetros cuadrados, a todas luces modesta, nos permitió rodar unos mil kilómetros. Salimos de Abu Dhabi a Dubai, de Dubai a Sharjah. En Sharjah equivocamos la dirección y llegamos casi a Al Dhaid y regresamos a Sharjah. No llevábamos GPS de modo que el error nos permitió conocer el Desert Park y el monumento de Sharjah. Buena parte de los descubrimientos se han dado por error, cosa que ya parece condenada a no repetirse entre los precisos ordenadores. Finalmente enderezamos la ruta hasta Umm Al Quwain hasta llegar hasta Ras Al Khaima. De allí subimos hacia arriba en la ruta hacia el Estrecho de Ormuz (por allí pasa el 40% del petróleo mundial) buscando los wadis (cuenca de río) de las montañas de Harjah. Continuamos hacia el Sultanato de Omán en ruta hacia Dibba para recorrer la carretera que bordea la costa en el Golfo de Omán hasta Fujairah. De Fujairah nos dirigimos hacia el sur hacia Kalba, tomamos expresamente la autopista 102 para pasar por esta autopista, de las más fascinantes que he recorrido porque trepa la montaña y tiene túneles inclinados. Este prodigio de la ingeniería nos llevó hasta la población de Hatta para la ciudad de Al Ain y finalmente nuestro lugar de partida Abu Dhabi. En El Ain está el famoso oasis que fue la posesión preciada de la familia real. En el desierto, el control del agua dio manejo para lo sucesivo. También se encuentra el Palacio de la familia real, Al Nahyan, donde era habitual que el jeque Zayed atendiera a todo aquel que se propusiera consultarlo o simplemente hablarle.

Dubai

Dubai será algún día como Metrópolis de Fritz Lang, Ciudad Gótica en las películas recientes de Batman. Es la ciudad del futuro que nos ha sido posible conocer en el presente. Hay los colosales rascacielos, entre los que descuella Burj Khalifa la torre más alta del mundo con sus imponentes 160 pisos, el Burj Dubai, el famoso hotel de la vela o el Dubai Mall, el centro comercial de alto standing más grande del mundo. Centenares de torres espigadas firmadas por los grandes arquitectos de la humanidad jalonan los espacios de la ciudad. En la lucha por conquistarle espacios al desierto, la arborización y el mantenimiento impecable de parques y jardines se agrega a este tremendo nacimiento urbano. La oferta hotelera y gastronómica es suprema. Hay todo tipo de almohadones, tenedores y platillos según las estrellas que cada cual solicite. Lo único que el viajero deberá tomar en cuenta es que sólo en los restaurantes de los hoteles se sirve alcohol. En los restantes comederos las espirituosas no están presentes. Durante Ramadán estas reglas se hacen más estrictas. La oferta hotelera y culinaria hacen de la ciudad una de las referencias mundiales. Las citas globalizadas de negocios, deportes, encuentros gastronómicos y moda han incluido a la ciudad en sus rutas. De otra parte las líneas aéreas Emirates y Etihad que por cierto ya disponen del novísimo airbus A 398 han cambiado el concepto de la aviación comercial en cuanto atención y puntualidad se refiere. La mayoría de los expatriados a quienes traté se refirieron con total honestidad que las preferían a las de sus países de origen. No obstante la pujanza de sus torres, de sus hombres de negocios, se convive con el pasado. Basta ir al Souk, el mercado, para reparar que al lado de los códigos de barra y la mercancía serial coexisten el mercader de especias, el vendedor de sedas, el comerciante de pashminas, el tratante de alfombras, el experto joyero y muchos otros para quienes la prisa de los elevadores, que está del otro lado de la esquina cultural, parece no afectarle. Mientras los obesos malls, estandarizados y universales, en los que la puerta de salida y entrada es igual en Wichita, Ciudad de México o Hong Kong, no ofrecen descuento alguno, salvo las realizaciones de temporada, al tendero de estos establecimientos le resulta casi una ofensa que no se le pida rebaja. Una paradoja que nos salva del apuro y la cosificación de estos tiempos en que todo intenta llamarse de la misma manera. El Museo de la Herencia de la ciudad, al igual que el de Abu Dhabi, muestra el salto apresurado que dio esta sociedad del camello al jet y es una forma de salvaguardar que frente al progreso también se recuerda lo que alguna vez fueron para seguir atesorando un modo de vida acorde con sus genes ancestrales.

Abu Dhabi

La ciudad en la que viví en el viaje fue Abu Dhabi, frente a la avenida de la Cornisa. Es una largo bulevar costero que recuerda a Collins Avenue en Miami o a Copacabana pero mejor que estas en el sentido del estricto sentido de orden y de convivencia. Luego del final de Ramadán, las playas se llenaron. Se regresa al agua después de la celebración. Hay balnearios para familias, para mujeres y para el público en general. Lo que hace interesante a los Emiratos es su convivencia con la otredad. Hay en el país unos cinco millones de habitantes: ochocientos mil son nacionales y el resto trabajadores invitados. Entre los últimos hay occidentales, árabes y asiáticos y tienen la oportunidad de ejercer su modo de vida en armonía con los preceptos del Islam. No se les exige a las mujeres que lleven la burka. Hay mujeres emiratís que van por la calle completamente tapadas y las hay con medio velo o incluso quienes no lo llevan. Los hombres visten el Dishdash o van a la usanza occidental. Lo mismo sucede con los asiáticos. Las normas de conducta social son conservadoras pero la exposición de los Emiratos a la sociedad global los ha hecho tremendamente respetuosos de los otros, así como piden recato y entendimiento ante sus tradiciones locales.

La mezquita Sheik Zayed de Abu Dhabi, de 57 cúpulas, tal vez la tercera en el planeta en cuanto tamaño, es una de esas construcciones que recuerdan la frase de John Ruskin cuando señalaba que los hombres se comunican o trascienden con las obras que erigen. Es un conjunto labrado con la traza laboriosa de la historia del arte y que ha hecho de la estética la concepción más elevada para expresar un idioma superior. No tengo temor a admitir que se trata de una de las realizaciones artísticas de mayor vigor en el planeta en las últimas décadas y debe figurar en esas obras, mil y una o más según el criterio, que debemos ver antes de morir. La alfombra, la más extensa de cuantas el hombre haya tejido en su paso por el mundo, parece convertirse en una manta de seda para los pies descalzos del visitante. Las manos de mil trescientos iraníes urdieron este suelo sagrado. La edificación fue proyectada invocando los ciclos de la luna. Así, en tiempos de la luna llena la iluminación resalta la luz blanca. Cada columna es una obra de orfebrería con incrustaciones de nácar. Posee cuatro minaretes de 104 metros cada uno. Es un templo con mármoles contundentes, pródigos de eternidad.

En la Abu Dhabi que se proyecta al futuro, como el resto del país, los museos Louvre y Guggenheim están construyendo sedes en la ciudad. Saadiyat Island será el sitio que albergará estos nodos de cultura. En la adyacencia está la pista de la Fórmula 1 y diversos desarrollos hoteleros y de esparcimiento, campos de golf y todos los etcéteras. Los hoteles de la ciudad admiten todas las estrellas pero el más ambicioso de todos es el Emirates Palace Hotel, en 85 hectáreas con sus trescientas dos grandes habitaciones, sin contar las estándares, donde para describir sus lujos y recodos, baste decir que hay una sala de conciertos con aforo de 400 personas donde al momento de teclear estos caracteres se presenta la Orquesta Filarmónica de Berlín. El establecimiento posee un respetable museo de arte en sus espacios y está administrado por la compañía hotelera Kempinski. En su conjunto ostenta mayores mármoles que cualquier palacio veneciano.

A veces las ciudades, excepción hecha de Sharjah, ciudad impecable con el sol más luminoso que he visto, son arropadas por la calima que es la nube de arena. En uno de los intrincados wadis que buscábamos en las montañas del norte, la guía del viajero advertía que los locales desconfiaban del forastero, expresión que me llevó a pensar que estábamos en un lugar remoto desconocido por nuestras brújulas occidentales. Solicitábamos el agua entre aquellas rocas impenetrables. En un momento dado arribamos hasta el puesto fronterizo con Omán pero el único desconfiado fue el oficial que no nos permitió cruzar la frontera. Luego lo haríamos por otra vía. En aquel punto recóndito de los mapas, de montañas solitarias y solemnes, he sentido la inmensa sensación de la naturaleza misma del viaje.

Los EAU parecen ser la geografía más próspera del mundo árabe. Quienes soliciten espejos occidentales los encontrarán en su red vial, en sus hoteles, en sus lujosas construcciones, en los supermercados más culturalmente universales que he visitado, en los automóviles de último modelo que ruedan por el asfalto, en el modelo de negocios que adelantan los Emiratos. Es un país que ha atendido el anuncio de lo venidero y que está haciendo del turismo por lo demás una forma novedosa para atraer inversiones. Más allá de estos inobjetables índices globales, tengo la impresión de que lo que más se fijó en mí fueron las rocosas y misteriosas montañas del norte, la calma del Golfo de Omán, el cristalino de sus playas, la brisa más fresca de finales de la tarde, el sol como un globo naranja ocultándose entre el mar, la muchedumbre arrodillada en Mussahaf, el mejor cordero que haya probado en mi vida, los intrincados pasadizos de los mercados locales y ese melodioso canto del almenar que parecía indicarme que estaba en un territorio tocado por la mano de Dios.

Septiembre 2010