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Una líneas para Manuel

Por Herman Sifontes

Los domingos son días de visita en el recinto donde me encuentro detenido. Este domingo, como todos, mi familia me acompañó durante las dos horas en que transcurre la misma. Me hallaba en compañía de mi madre, esposa e hijos, cuando le oí a un funcionario que había muerto Manuel Caballero. Tengo ya siete meses detenido y he perdido el contacto con muchos amigos, pero debo confesar que no hay nada más doloroso que recibir la noticia de la ausencia definitiva de un ser querido estando preso.

De Manuel conservo dos gratos recuerdos que me marcaron. El primero de ellos fue una serie de charlas que nos dictó en Econoinvest comenzando el año 2000. Le pedimos nos preparase un curso sobre las ideas liberales de la Venezuela del siglo XIX. Para nosotros era capital entender en profundidad ese período histórico. Pensábamos que mucho de lo que debíamos proyectar hacia el siglo XXI tenía sus antecedentes ahí. Ese siglo representó para los venezolanos el medioevo y el renacimiento juntos.

De la mano de Manuel Caballero recorrimos toda la centuria a través de múltiples lecturas y conversaciones, durante casi seis meses. A Manuel lo habíamos leído, pero tenerlo al frente, pensando, disertando, explicando, era una experiencia única. Sus libros son muy rigurosos, pero sus clases muy abiertas. Interactuamos mucho, conversamos, leíamos los textos que nos señalaba. En esa atmósfera académica e informal a la vez, trabajamos a los precursores de la banca, las casas de comercio, los inicios del ferrocarril en Venezuela, los problemas entre los agricultores y los banqueros por la conquista del poder, la Sociedad de Amigos de Venezuela, creada durante el gobierno de Páez, en fin, los grandes hitos históricos que moldearon nuestro acontecer económico. Qué momentos tan gratos representaron aquellas largas charlas con Manuel. Cuánto aprendimos. Qué recuerdos tan satisfactorios nos vienen a la mente en este presente de encierro.

La otra circunstancia se dio en un ámbito totalmente distinto. No consigo precisar si fue en marzo o en abril del año en curso, pero fue un encuentro muy afortunado para mí. Una amiga común me invitó a un desayuno en casa del doctor Guillermo Morón, con Manuel Caballero y el presidente Velázquez. Nos encontrábamos en un momento muy conmocionado en el ámbito laboral. El proyecto económico al cual habíamos dedicado quince anos de nuestra existencia estaba siendo cercado. Teníamos mucha presión y trabajo para sostener el grupo financiero que habíamos construido ladrillo a ladrillo con el fin de promover el ahorro, la inversión y protección en Venezuela. Pero aquella invitación constituía una oportunidad invalorable para oír a esos sabios pese a las circunstancias. Estuvimos conversando largo rato, o más bien ellos conversaban y yo escuchaba. No podía creer que se me estuviese brindando la oportunidad de recibir las opiniones de actores tan importantes del siglo XX venezolano juntos, durante tanto tiempo, en una suerte de oráculo magnífico.

No sé ahora cuanta gente que quiero y aprecio se ausentará definitivamente mientras dure mi encierro. Ruego porque no sea mucha. No tuve la oportunidad de expresarle a Manuel cuánto lo apreciaba y admiraba. Uno de los propósitos que me he hecho para los años que me restan de vida, es el de manifestar abiertamente mi afecto a todos aquellos que admiro y que han contribuido a la construcción de este amado territorio que es Venezuela.