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El Nobel chino

Medios de comunicación de todo el mundo registraron la entrega del premio Nobel de la Paz al disidente chino Liu Xiaobo “por su larga y pacífica lucha por los derechos humanos fundamentales en China”. Pero la justificación del premio fue tomada como una afrenta y una “obscenidad” por el gobierno de un país que expande sus grandes negocios por el mundo.

La condena de 11 años impuesta a Liu Xiaobo en diciembre del 2009 por “incitar a la subversión del Estado” equipara libertad de expresión con “incitación a la rebelión”. Y esto es algo que comprendemos y repudiamos en las llamadas democracias liberales, pero que los gobernantes chinos comprenden pero se niegan a aceptar.

La irresistible ascensión china hacia un segundo lugar entre las grandes economías mundiales (se dice que en pocos años será la primera) parece haber vuelto tabú el tema de los “derechos humanos” que entre nosotros quita tantos sueños como vidas. Es muy posible que los todopoderosos agentes chinos de la élite económica que viaja por el mundo ni siquiera los contemplen en la letra menuda de los convenios internacionales.

El mensaje de China es claro: no permitir que germine y prospere la semilla del disentimiento y las libertades individuales. Lo sucedido en la Plaza de Tiananmen en 1989 debió de estar en la memoria de Liu Xiaobo, pero también en la de las autoridades que lo condenaron. La silla vacía de Oslo evocaba a esos 400 u 800 muertos y a esos 7.000 o 10.000 heridos.

En este diciembre del 2010 no se expulsaron de China, como en el 89, agencias y periodistas extranjeros. Se prohibieron las noticias sobre el Nobel y se censuró el acceso a las cadenas que difundían la noticia. Las técnicas de disuasión política vuelven a pasar, como siempre, por leyes de la economía e incluyen el chantaje, ayudadas por el estilo de la diplomacia que han puesto al descubierto los papeles de WikiLeaks.

En 1989, la condena internacional fue casi unánime. Hoy, a 21 años de aquella represión sangrienta, los países que condenaron al gobierno chino por el arresto y la pena impuesta a Liu Xiaobo fueron muchos, pero no tan decididos. El pragmatismo con que se manejan los asuntos de la economía con una potencia ahora imprescindible ha borrado o relegado a un segundo plano el tema de derechos humanos y libertades individuales.

A medida que el poderío económico de China se hace más evidente, Beijing pondrá las condiciones en asuntos para ellos “secundarios”, como el trato a los disidentes, el delito político y la represión de todo foco de oposición. Ya las puso, indirectamente, en el episodio del Nobel de la Paz.

Numerosos intelectuales del mundo celebran en la intimidad que China esté desplazando a Estados Unidos y sus aliados del lugar que ocuparon en la economía mundial y, por lo mismo, en el modelo cultural y político que se impuso en el último siglo. Me parece un sentimiento revanchista y nostálgico. Esto no va a acabar con el modelo capitalista. Ha venido a fortalecerlo y a darle argumentos para justificar prácticas neoesclavistas para producir barato y muchísimo.

No estoy dispuesto a pensar que China ofrezca paradigmas que volverían más habitable el mundo. No sé hasta qué punto su vertiginoso proyecto de expansión económica repita errores y crímenes del capitalismo occidental. Sobre los derechos humanos, sobre el medio ambiente, por ejemplo. Sobre la ética del poder. Sé que al sentarme a negociar con un gobernante chino no podré hablarle de Liu Xiaobo ni de la masacre de 1989, ni mucho menos de “derechos humanos.”