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Dichos y desdichas en torno al ensayo

1. Cara y anverso del ensayo

Sobre Gabriel Albiac- uno de los columnistas más incómodos del diario español La Razón- existe la duda de si es tan buen ensayista por alimentarse en fuentes filosóficas o es tan buen filósofo por estar dotado del don de la expresión como ensayista. Sea como fuere el asunto, el caso es que ha afirmado que el ensayo no es más que un subgénero viscoso, una asilo de ignorancia o, cuando más, una confesión de incompetencia. Si lo dijo sobre el ensayo en general o Albiac se refería a la abundancia de malos ensayos que pueblan las páginas de revistas o libros, de acuerdo a su criterio, es cosa que no quedó clara en un contexto de lo que podríamos llamar el anverso de este género literario tan en boga.

El libro de ensayos de Albiac, La sinagoga vacía, de hecho, se hizo en su momento acreedor a uno de los premios de ensayo más importantes de España.

José Ortega y Gasset que, en algún momento tuvo que hacer frente a la sorna de ciertos pensadores que se referían a la filosofía orteguiana como un abigarrado mosaico de ensayos – no hay que olvidar que los ocho tomos del Espectador y alguno de sus libros más importantes como Las meditaciones del Quijote aparecieron como ensayos- invocó la imagen del arco y la flecha para dejar claro el uso que él daba al ensayo. En la literatura árabe-contó- hay un cuento, inserto en una epopeya mística, que narra la historia de un hombre que había leído sobre la existencia de un tesoro en cierto lugar. Un día se le apareció un espíritu en sueños y le dijo: “Toma un arco y lanza una flecha, allí donde caiga la flecha encontrarás el tesoro”. Al día siguiente el hombre hizo lo que le había indicado el espíritu, tensó todo lo que pudo el arco y disparó la flecha. Se acercó luego donde había caído la flecha y no encontró el tesoro. Y así un día y otro, procurando que la flecha, a consecuencia de la tensión que imprima al arco, llegara más lejos. Hasta que se cansó del experimento. Otra noche, años después, dormido en la desesperanza, volvió hablarle el espíritu: “te dije que lanzaras la flecha, no que te esforzaras para hacerla llegar cada vez más lejos”.

El hombre es esa flecha que se siente lanzada y ha olvidado el blanco. Ignora hacia dónde va. Va, simplemente. La espontaneidad es, por consiguiente, uno de los puntos que caracterizan al ensayo. “Es la ciencia, menos la comprobación exacta, dirá Ortega, o el arte, más la intención reflexiva”. Por ese camino se acerca Ortega a la concepción del ensayo que puso en marcha Miguel de Montaigne en 1571.

Con el título de Essays, publicó Miguel de Montaigne ese año un libro que era una rumia existencial sobre el hombre- que él mismo venía siendo- y el tiempo que le estaba tocando vivir sin horizontes previsibles para la justicia y la libertad. El hombre, terminaría sentenciando Montaigne, es una realidad ondulante y cambiable. Una expresión irritante sin duda, pero que expresa que el hombre, a diferencia de cualquier otra realidad, tiene historia y la historia es el modo de ser de una realidad, que en el caso del hombre consiste justamente en la variación.

El hombre, dirá Ortega teniendo muy en cuenta el libro de Los Ensayos de Montaigne, “no es libre de no ser libre. El hombre es con frecuencia sobrada un asno, pero nunca el de Buridán”, que murió de hambre porque no supo decidir cuál de los dos manojos de forraje debía elegir para alimentarse. Pues bien, esa tensión entre elegir lo que ofrecían los nuevos tiempos y lo que había sido su vida, hizo que Montaigne se convirtiera en un observador implacable, algo así como un espía que se hizo a sí mismo objeto de ese espionaje con el fin de trasladar esa experiencia a los demás.

Si cito a Ortega en relación con el ensayo es también por el hecho de haber fundado en 1922 la Revista de Occidente que ha servido de residencia permanente a los ensayistas más importantes, desde su fundación hasta nuestros días, a un lado y al otro del Atlántico. Ninguna otra revista ha tenido en lengua española la persistencia y, tal vez la profundidad, como la Revista de Occidente. Fue y sigue siendo la extensión y ampliación del mensaje renacentista implícito en el pensamiento de Montaigne.

En todo caso, la Revista de Occidente sirvió a Ortega para formular uno de los interrogantes sobre el que gira buena parte de su obra:” Dios mío ¿qué es España? En la anchura del orbe, en medio de las razas innumerables, perdida entre el ayer ilimitado y el mañana sin fin, bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, esta como proa del alma continental?”.

2.

El ensayo en sus orígenes

No habría que ignorar que antes de Montaigne hubo ensayos a los que se les llamó discursos. Se partía de una expresión de Heráclito: “a la naturaleza le gusta ocultarse”. Siendo como es críptica, se impone descubrirla. Cuando en el 412 los bárbaros al mando de Alarico se apoderan y saquearon la ciudad de Roma, el historiador Warrón dijo entonces: “si hubiéramos seguido adorando a nuestros dioses y hubiéramos permanecido fieles a nuestras tradiciones, esto no hubiera sucedido”. San Agustín, que era uno de los retóricos más importantes del Imperio romano, anunció desde su retiro en Hipona, en un discurso titulado Sobre la destrucción de la ciudad- De urbis excidio– cuáles eran las causas que habían contribuido a la decadencia de Roma y, posteriormente, a su caída. De acuerdo a la Patrología de Migne, ese discurso es uno de los más importantes en la historia de la humanidad. Era, en realidad, un ensayo tal como lo concebimos hoy y esa primera aproximación a la explicación a la caída del Imperio dio paso a La Ciudad de Dios, uno de los libros que estableció las dos vías por las que iba a circular el cristianismo: el realismo aristotélico, cristianizado, y la influencia idealista de la que Agustín de Hipona era deudor a Plotino, sobre todo después de haber leído la Quinta Enneada a la que Borges, por cierto, consideraba el documento más importante de la primera eternidad.

¿Había leído Montaigne el opúsculo Sobre la dignidad del hombre de Pico della Mirandola? Los dos fueron hombres del Renacimiento, como lo serian Reuchlin- quien enseñó hebreo a Lutero- Lutero mismo y Erasmo. Johannes Reuchlin había nacido en 1522, el año que se imprimió por vez primera la Biblia. Montaigne nace en 1531. Pico della Mirandola apremió a Reuchlin a estudiar el idioma hebreo con el fin de completar la tercera pata del trípode en que se sostenía la sabiduría de aquella época. La obra de Reuchlin De verbo mirifico, Sobre la palabra maravillosa, fue un ensayo excepcional que influyó sobre los lingüistas del Renacimiento, como apreciara el lector de este libro si tiene paciencia para llegar al final.

Pero donde quiero llegar es al punto en que el Renacimiento durante sus ochenta y nueve años de duración, no sólo fue una época de recuperación de las costumbres e idiomas de la antigüedad clásica. Más importante es el cambio que introduce en la interpretación de la autoridad, negando su origen divino, al proclamar la necesidad de divinizar al hombre al tiempo que se humanizaba a Dios. El deus humanus y el homo divinus, junto con la necesidad de establecer unas humaniores litterae –letras más humanas- fuera del dominio de la teología. Sobre la nueva concepción de la autoridad va a asentarse la Reforma luterana. ¿Había o no había que seguirla? Esa duda es lo que confiere una fuerza especial a los Ensayos de Montaigne donde veladamente plasma el autor sus propias dudas sobre si Lutero tiene o no razón y los peligros que conspiran contra la estabilidad espiritual del hombre.

La era del origen del ensayo fue una época de crisis de fundamentos. Y desde entonces el ensayo ha adquirido su mayor esplendor en épocas de ruptura. El ensayo siempre ha encontrado buen viento en esas que los ingleses llaman épocas extremas, ages of extremes.

Esta es la situación hoy de las editoriales venezolanas que han dedicado a la crisis por la que atraviesa la República el ochenta por ciento de su obra impresa de los últimos diez años.

***

Uno de los libros de George Steiner, tal vez el ensayista más importante de nuestros días, lleva por título Pasión intacta. En el ensayo dedicado a Kafka en este libro- en un intenso de aproximación a este enigmático autor – dice Steiner que “la transparencia del alemán de Kafka, su quietud sin mácula, sugieren un proceso de préstamo a alto, a intolerable interés: como si cada palabra alemana, cada recurso gramatical, se hubiera retirado de un banco que nunca perdona. Escribir en alemán era estar en deuda”. Ese es el cuidado que hay que tener con las palabras cuando se trata del ensayo. No todos lo logran. Y esta podía ser la razón del airado tono de repulsa de Gabriel Albiac al calificar este género en términos tan duros como señalé al comienzo. Porque una de las medidas de la buena o mala factura de un ensayo es, si en un momento determinado ese ensayo en cuestión sobre un tema determinado puede ser la senda posterior que conduzca al libro.

No es una característica excluyente. Pero cuando un ensayo deja al lector con ganas de saber más sobre un asunto y a quien lo escribe le gustaría seguir haciéndolo, la necesidad de transformarlo en libro está a la vista. Ocurre con el ensayo como con esos pasadizos de los trenes, que vagones no son, pero para unir vagones están, de manera que bien logrado, el ensayo es una invitación a nuevas y gozosas aventuras intelectuales.-