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En torno a la lucidez instantánea

La llamada globalización y los accidentes del último cuarto de siglo nos han impuesto un sinfín de sonoras y moralizantes palabras que, al vaciarse de sentido con el uso, dejan de nombrar ideas alguna vez nítidamente formuladas, y se tornan ruidosas añagazas encubridoras de la verdad…palabrerío sumamente paladeable, ya sea en público o en la privacidad de nuestros cerebros.

La mayoría de esas palabras dan forma a expresiones provenientes del beatificado mundo de las ONG, de los departamentos de ciencias sociales, de los llamados “expertos” asesores de “think-tanks” y de organismos multilaterales como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Verdaderos “productores de sentido”, estos sistemas siderales construidos por luminarias del pensamiento social nos han llenado de palabrejas, comodines, ideas todas que Jean Paul Sartre dio en llamar “práctico-inertes”, dada su pasmosa capacidad de suspender el juicio independiente y hacer del que se sirve de ellas un maquinal y pomposo repetidor de interpretaciones de la realidad tan instantáneas como inconducentes.

El tema se intersecta con el de la futilidad de los expertos en pronosticar “ambientes de negocios” y “escenarios políticos”. En nuestro medio, los llamados demoscopas se llevarían la palma en charlatanería si no fuese porque el efecto encantatorio de sus expresiones circunloquios y anfibologías embobecen a quienes, gustosos, pagan una presentación por que se les ofrezcan “explicaciones” de lo que ocurre y pronósticos que los ayuden a “trazar la mejor estrategia”. Si el acto encantatorio viene acompañado de sobresimplificadoras laminillas de Powerpoint, tanto mejor para el embaucado.

Si hay un trance en el que estos dispositivos del pensar la realidad y emitir palabras orientadoras dejan ver todo su potencial descaminador es la súbita irrupción de un suceso azariento e impredecible. De un suceso como los derrames de WikiLeaks, por ejemplo.

Ya en otro contexto – y en otro medio, Tal Cual, domingo 5/12/2010 – discurríamos sobre esta patología de la interpretación intantánea que, por juzgarlo relevante, traigo hoy a esta página. Y la apoyatura me fue brindada por Nassim Taleb y su “cisne negro”.

Taleb, un sedicente “empirista escéptico”, analista financiero y exitoso escritor estadounidense, ha incorporado la noción “cisne negro” al lenguaje “periodiqués” para caracterizar un cierto tipo de acontecimiento inesperado.

Según Taleb, los analistas políticos ofrecen maquinalmente, con reflejos dignos de la pistola más rápida del Oeste, explicaciones racionales a todo lo ocurrido inopinada y sorpresivamente, al tiempo que subestiman el papel de lo aleatorio. Y eso, dice, suele obnubilar al observador y en lugar de esclarecer y ayudar a hacerse una idea de lo porvenir .

Según él, para calificar como “cisne negro”, un acontecimiento político, una novedad tecnológica o una ocurrencia financiera, debe cumplir con tres condiciones sine qua non;

a) debe ser algo por completo inesperado y, además de inesperado, haber sido impensable para todos los “expertos” hasta el momento en que se registra.

b) Debe tener consecuencias irreversibles en el sentido de que, luego de ocurrido el cisne negro, las cosas ya no puedan volver nunca a ser lo que fueron.

c) Debe suscitar la respuesta inmediata de sus expertos y generar, ex post facto e instantáneamente, una explicación de sus causas y de los motivos de quienes están detrás del cisne negro y, desde luego, también un pronóstico formulado en términos autorizados.

A simple vista, el cariz castastrofista con que los medios globales han tratado el derrame de información clasificada, tanto como las reacciones vehementes y enérgicas de los gobiernos involucrados, debería llevar a pensar que estamos ante un cataclísmico de los “paradignmas”.

Empero, bien visto, Wikilieaks no luce candidato para el Cisne Negro 2010. Al menos, no llena uno de los requerimientos de la “condición Taleb”.

Al mismo tiempo, y de modo ostensible, se ha originado la rápida respuesta de los expertos – un estamento jocundamente escarnecido por Taleb – y así, todos tenemos ya un racimo de interpretaciones de todo lo que Wikileaks entraña, de los móviles más soterrados de Julian Assange y de sus consecuencias para la hegemonía global de los Estado Unidos.

Comienza a emerger, sin embargo, un minoritario consenso entre los contados empiristas escépticos de la prensa mundial, como Moisés Naím o Leslie Gelb.

Ellos coinciden en que Wikileaks ha mostrado informes clasificados que, si bien pueden escandalizar por su crudeza, hablan muy bien del profesionalismo y la pertinencia de quienes los han elaborado: funcionarios diplomáticos del Departamento de Estado de una superpotencia mundial quienes, en razón de sus cargos, analizan con gélido distanciamiento las realidades políticas de los países donde están destacados: que los tejemanejes de gobiernos y opositores puedan escandalizar, es comprensible.

Pero llevarse las manos a la cabeza al constatar que los Estados Unidos se saben no queridos y, en consecuencia, procuran recabar la mayor información posible y la de mejor calidad acerca de “amigos”, “no tan amigos” y enemigos, ¿no es acaso lo esperable?